Movimiento de los Focolares

Cuando se vive el Evangelio

Nov 1, 2013

Gestos de apoyo y solidaridad vividos inclusive en situaciones molestas y en distintas partes del planeta, nos recuerdan la Palabra de vida de noviembre que habla de benevolencia, misericordia y perdón.

Creo en el amor

Dolidos y desilusionados al haber descubierto que nuestro hijo Bob, con dos amigos, robó bebidas alcohólicas, tratamos de demostrarle nuestro amor a pesar de todo. En el tribunal, mientras esperábamos la sentencia, viendo que uno de los otros muchachos responsables del hurto había sido abandonado por sus padres, fuimos a alentarlo. Al ver nuestra conducta, el juez aceptó el arrepentimiento expresado por nuestro hijo, reconociendo el apoyo que había recibido en casa, y no emitió condena ni para él ni tampoco para los otros dos chicos. Días después, cuando le preguntamos a Bob en qué  creía, si no creía en Dios, nos dijo: «Creo en el amor, porque lo he visto en ti y en mamá » (K. A. L. – Australia).

Ese gesto de solidaridad

Una llamada telefónica me informa que un pariente de la señora que trabaja en casa como empleada doméstica está muy mal. Me piden que lo vaya a ver. Estoy cansado y hace frío. Busco la mirada de mi esposa y comprendo que también ésta es una posibilidad para ser fiel al estilo de vida por los demás que tratamos de vivir juntos. Salgo, voy a ver al enfermo, lo llevamos al hospital y los médicos se ocupan en seguida de su situación. Volviendo a casa muy tarde, encuentro mi esposa que me espera aún para cenar. No nos dijimos muchas palabras, pero entre nosotros algo cambió; nuestra relación se enriqueció por ese gesto de solidaridad. (D. R. – Colombia).

En el campo de refugiados

Me confiaron el servicio social del campo de refugiados. Allí no había medios económicos, no había nada para darles. En el  grupo donde estaban los huérfanos había un niño de siete años que había quedado separado del resto de su familia. Su madre, después de días de mucho caminar, llegó al campo y lo encontró, pero estaba muy debilitada porque hacía varios días que no comía. Me quedaban 300 francos, casi un dólar: una fortuna. Yo los necesitaba, pero ella los necesitaba más que yo. Se los di y así pudo comprar comida, agua y una pequeña choza para refugiarse. Volví a casa convencido de que Dios habría pensado en mí. Poco después llego mi hermana mayor, que hacía tres días estaba en el campo buscándonos. Me traía 1000 francos. (C. E. – Ruanda).

Fuente: El Evangelio del día, noviembre  2013, Città Nuova Editrice.

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