Movimiento de los Focolares

agosto 2004

Jul 31, 2004

«Traten de entrar por la puerta estrecha, porque les aseguro que muchos querrán entrar y no lo conseguirán» (Lc13, 24).

En varias ocasiones Jesús comparó el Paraíso a un banquete de bodas, a una reunión de familia en torno a la mesa. En nuestra experiencia humana estos son, en efecto, los momentos más hermosos y serenos. Pero, ¿cuántos entrarán en el Paraíso, cuántos ocuparán su lugar en el “salón del banquete”?
Esa es la pregunta que un día alguien le dirige a Jesús: “Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?”1. Jesús, como hizo en otras ocasiones, fue más allá de la discusión y puso a cada uno frente a la decisión que debe tomar. Lo invita a entrar en la casa de Dios.
Esto, sin embargo, no es fácil. La puerta para entrar es estrecha y permanece abierta por poco tiempo. En efecto, para seguir a Jesús es necesario negarse, renunciar, por lo menos espiritualmente, a sí mismos, a las cosas, a las personas. Hasta es necesario llevar la cruz como lo hizo él. Un camino difícil, es verdad, pero que con su gracia todos podemos recorrer.

«Traten de entrar por la puerta estrecha, porque les aseguro que muchos querrán entrar y no lo conseguirán»

Es más fácil tomar por “la puerta ancha y el camino espacioso”, del que Jesús habla en otra parte, pero que puede conducir a la “perdición”2. En nuestro mundo secularizado, saturado de materialismo, consumismo, hedonismo, vanidades, violencia, parece que todo está admitido. Se tiende a satisfacer cualquier exigencia, a ceder a cualquier pacto con tal de alcanzar la felicidad.
Sin embargo, sabemos que la verdadera felicidad se obtiene amando y que la renuncia es la condición necesaria al amor. Hace falta ser podados para dar buenos frutos. Hay que morir a sí mismos para vivir. Esa es la ley de Jesús, su paradoja. La mentalidad corriente nos embiste como un río en crecida y nosotros debemos caminar contra corriente: saber renunciar, por ejemplo, al ansia de poseer, al antagonismo como posición tomada, a la denigración del adversario; pero también realizar con honestidad el propio trabajo, y con generosidad, sin menoscabo de los intereses ajenos; saber discernir lo que se puede ver en televisión y lo que se puede leer, etc.

«Traten de entrar por la puerta estrecha, porque les aseguro que muchos querrán entrar y no lo conseguirán»

Para quien se deja estar en una vida fácil y no tiene el coraje de afrontar el camino propuesto por Jesús, se abre un futuro triste. Esto también está en el Evangelio. Jesús nos habla del dolor de los que serán dejados afuera. No bastará con apelar a la propia pertenencia religiosa y contentarse con un cristianismo por tradición. Será inútil decir: “Hemos comido y bebido contigo…”3. Nadie puede dar por descontada su salvación.
Será duro oír que a uno le dicen: “No sé de dónde son ustedes”4. Habrá entonces soledad, desesperación, falta absoluta de relación, la amargura abrasadora de haber tenido la posibilidad de amar y de ya no poder amar más. Un tormento del cual no se ve el final, porque no lo tendrá: “habrá llanto y rechinar de dientes”5.
Jesús nos lo advierte porque quiere nuestro bien. No es que él cierra la puerta, en todo caso seremos nosotros los que nos cerramos a su amor. El respeta nuestra libertad.

«Traten de entrar por la puerta estrecha, porque les aseguro que muchos querrán entrar y no lo conseguirán»

Si la puerta ancha conduce a la perdición, la estrecha se abre de par en par sobre la verdadera felicidad. Después de cada invierno llega la primavera. Sí, tenemos que vivir con inmediatez la renuncia que el Evangelio requiere, cargar cada día con la propia cruz. Si la sabemos ofrecer con amor, en unidad con Jesús que ha asumido cada dolor nuestro, probaremos un paraíso anticipado.
Es lo que le sucedió a Roberto cuando se presentó a la audiencia del proceso contra quien, cuatro años antes, había causado la muerte a su padre. Después de la sentencia de condena, el atacante, junto a la esposa y al padre, se veía muy deprimido. “Hubiera querido acercarme a ese hombre, superando el orgullo que me decía que no; hacerle sentir que no me era indiferente”.
La hermana, en cambio, decía: “Son ellos los que tienen que disculparse con nosotros…”. Roberto finalmente la convenció y fueron juntos a ver a la familia “adversaria”: “Si esto puede aliviarlos, sepan que no alimentamos ningún rencor contra ustedes”. Se estrecharon las manos con fuerza. “Me siento invadido por la felicidad: he sabido aprovechar la ocasión de ver el dolor del otro olvidando el mío”.

Chiara Lubich

1) Lc 13, 23;

2) Cf Mt 7, 13;

3) Lc 13, 26;

4) Lc 13, 25;

5) Lc 13, 28.

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