Brasil es un territorio lleno de contradicciones: emblema de alegría, acogida, folclore, música, naturaleza virgen, playas, selvas exhuberantes, metrópolis… Pero por otro lado, como muchos países del mundo, territorio de contrastes, violencia, criminalidad, desequilibrios sociales. En las ciudades, el tráfico de droga significa una verdadera plaga social y es causa de choques armados. Además, existe un alto porcentaje de feminicidios, prostitución, ausencia de salud sanitaria, trabajo de los menores, bajo grado de instrucción, la propagación de situaciones laborales semejantes a la esclavitud, las cuales generan niveles altísimos de desigualdad social. De todo ésto, el signo más evidente son las “favelas” y las zonas periféricas pobres de las grandes metrópolis. Aquí la salud y la instrucción no están garantizadas y no existe para los jóvenes perspectivas de educación o trabajo, ni posibilidad de desarrollo social. Son pocos los que logran escapar de las garras de la mala vida. Algunos se salvan gracias a la intervención de las pocas políticas públicas que existen, pero sobre todo por el trabajo desempeñado por las asociaciones de asistencia social, por algunas parroquias e iglesias cristianas, las únicas que tienen, de verdad, en el corazón el destino de los pobres. También en mi ciudad (de 800 mil habitantes), jóvenes de 13 a 17 años fueron asesinados porque estaban involucrados en la circulación de la droga. El deseo de amar al prójimo, de donarme en especial a los más descartados de la sociedad me empujó a comprometerme con el espíritu del Focolar, durante 5 años en un proyecto social de la arquidiócesis de Teresina, el “Centro de Convivencia Nuevos Niños”. El proyecto, orientado a los niños y a los jóvenes de riesgo, trata de ofrecer oportunidades distintas. En el tiempo libre de la escuela, unos ochenta niños y jóvenes (desde los 5 a los 17 años) asisten a cursos de música, danza, teatro, son acompañados en el estudio y alimentados, dado que muchas veces no tienen nada para comer en sus casas. Se trata, a menudo de chicos huérfanos, muy pobres, que provienen de familias involucradas en la droga y en la violencia. Sus vidas cambian, en contacto con alguien que los recibe y se ocupa de ellos. Traté también yo, de comprometerme escuchando a muchos de ellos que compartieron conmigo sus sufrimientos, por la relación personal que trataba de construir con cada uno. Por ejemplo, un joven me confió sus problemas con la droga y me pidió que lo ayudara a salir del túnel en el cual se encontraba. Otro me contó que robaba para conseguir plata. En muchos casos le pedimos al equipo de profesionales que intervenga, en especial psicólogos y asistentes sociales. Hoy, muchos de estos jóvenes que ya crecieron, estudian y tratan de trabajar honestamente. Otros, siguen llegando buscando una oportunidad para vivir mejor y ser amados, cuidados. Uno de ellos, abandonado por su padre, me llama “papá” y yo, por él, me he asumido este rol. Un joven había sufrido varias formas de violencia y abandono. Encontramos la forma de canalizar sus energías a través del yudo y su vida dio un cambio. Además él quería convertirse en motivo de orgullo para nosotros que lo habíamos ayudado. Un día, sin embargo, no vino más al centro. Supimos que había caído nuevamente en la mala vida y que un día, mientras estaba sentado delante de su casa, lo mataron. Tenía apenas 15 años. Fue un enorme dolor para todos, también para mí por la relación que habíamos construido. Muchos otros chicos tuvieron el mismo final. En el proyecto hay varios educadores y jóvenes que cada mes participan en reuniones de formación según la espiritualidad de la unidad de Chiara Lubich, y en los encuentros mensuales de la Palabra de Vida. De esta experiencia aprendí que es necesario dar continuidad a la recuperación de estos jóvenes, trabajando en sinergía con el Estado, las políticas públicas de salud e instrucción, con la sociedad civil, con la iglesia. Que para vencer este desafío hay que trabajar en red y dialogar en todos los niveles: personal, en grupos, en las comunidades, hasta llegar a las instancias superiores de la sociedad. Empezando por el compromiso personal, saliendo de nosotros mismos para ir al encuentro de los distintos tipos de periferia. Nosotros ya hemos comenzado.
Ser madres/padres de todos
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