Movimiento de los Focolares

Llamarlo por su nombre

Todos hemos sufrido a causa del coronavirus y muchos están sufriendo todavía. El dolor que esta pandemia nos está causando se presenta de modos muy diversos y desfalleceríamos si Jesús no nos sostuviera. En efecto, sabemos que Él, que es Dios mismo hecho hombre, vivió todos nuestros dolores y por eso puede estar a nuestro lado y sostenernos. (…) La vida se puede considerar como una carrera de obstáculos; pero ¿qué son esos obstáculos? ¿Cómo podemos definirlos? Siempre es un gran descubrimiento ver cómo a cada dolor o prueba de la vida se le puede dar en cierto sentido el nombre de Jesús Abandonado. ¿Estamos llenos de miedo? Jesús en la cruz, en su abandono, ¿acaso no parece estar invadido por el temor de que el Padre se haya olvidado de Él? El obstáculo que podemos encontrar en ciertas pruebas duras es el desconsuelo, el desaliento. Jesús, en su abandono, parece sucumbir bajo la sensación de que en su divina pasión le falte el consuelo del Padre y parece estar perdiendo el valor que necesita para concluir su dolorosísima prueba; pero después, añade: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”[1]. ¿Las circunstancias nos llevan a estar desorientados? Jesús, en aquel tremendo dolor, parece que ya no comprenda nada de cuanto le está sucediendo, puesto que grita: “¿Por qué?”[2]. ¿Se nos contradice? En el abandono, ¿no parece acaso que el Padre no apruebe lo que ha hecho el Hijo? ¿Se nos reprocha o acusa? Jesús crucificado, en su abandono, quizás tuvo la impresión de recibir también un reproche, una acusación desde el Cielo. Además, ante ciertas pruebas que a veces sobrevienen en la vida una tras otra, ¿no se llega acaso a decir, desolados: esto parece demasiado, esto supera toda medida? Jesús en su abandono, bebió un amargo cáliz, no solo colmado, sino rebosante. La suya fue una prueba sin medida. Y cuando nos sorprende la desilusión o nos sentimos lacerados por un trauma, o por una desgracia imprevista, por una enfermedad o por una situación absurda, podemos siempre recordar el dolor de Jesús Abandonado, que personificó todas estas pruebas y mil más. Sí, Él está presente en todo aquello que tiene sabor a dolor. Y cada dolor es un nombre suyo. En el mundo se dice que el que ama llama por su nombre (a quien ama). Nosotros hemos decidido amar a Jesús Abandonado. Entonces, para lograrlo del mejor modo, tratemos de habituarnos a llamarlo por su nombre en las pruebas de nuestra vida. Así le diremos: Jesús Abandonado-soledad; Jesús Abandonado-duda; Jesús Abandonado-herida; Jesús Abandonado-prueba; Jesús Abandonado-desolación, etcétera. Y, al llamarlo por su nombre, Él se verá descubierto y reconocido bajo cada dolor y nos responderá con más amor; y al abrazarlo se convertirá para nosotros en: nuestra paz, nuestro consuelo, la valentía, el equilibrio, la salud, la victoria, Será la explicación de todo y la solución de todo. Tratemos entonces (…) de llamar por su nombre a este Jesús que encontramos en los obstáculos de la vida. Los superaremos con más rapidez, y la carrera de nuestra existencia no conocerá pausas.

Chiara Lubich

(En una conferencia telefónica, Mollens, 28 de agosto de 1986) Cf.: “Llamarlo por su nombre”, en: Chiara Lubich, Juntos en camino, Editorial Ciudad Nueva, Buenos Aires, 1988, pp. 173-175. [1] Lc 23, 46. [2] Cf. Mt 27, 46; Mc 15, 34.

Evangelio vivido: una gran oportunidad

Si amamos, Jesús nos reconoce como su familia, sus hermanos y hermanas. Es nuestra oportunidad más grande, que nos sorprende; nos libera del pasado, de nuestros temores, de nuestros esquemas. En esta perspectiva también los límites y las fragilidades pueden ser un trampolín para avanzar hacia nuestra realización. Verdaderamente todo da un salto de calidad. Racismo Frecuentaba la secundaria; las lecciones y las tareas iban bien, pero no mi relación con los compañeros de clase. Un día estaba terminando las tareas de ciencias, cuando uno de ellos empezó a despotricar en mi contra por el hecho de ser asiático. Ante esa explosión racista no supe cómo reaccionar, me quedé mudo, sólo con la idea de vengarme. Después un pensamiento extraño me pasó por la mente: “Ahora es tu oportunidad”. Necesité un poco de tiempo para entender el significado. Pero tiempo después se me aclaró: “Ahora es tu oportunidad para amar a los enemigos”. Quería acallar ese pensamiento en aras de defender mi identidad asiática. También porque amar a mi enemigo me parecía que alimentaba lo negativo. Pero después de un tiempo, en que no sabía que decisión tomar, concluí que no iba a decir nada. Reforcé en mi corazón enojado el perdón y ofrecí mi herida personal a Jesús, que tanto había sufrido en la cruz. Después de esta experiencia de perdonar a mi enemigo, sinceramente sentí una felicidad que nunca había experimentado antes. (James – Usa) Problemas de fe Cuando nació nuestro tercer hijo con síndrome de Down, esta crueldad de la naturaleza me pareció un castigo por mi infidelidad conyugal. Sentía vergüenza de salir con él y dentro de mí había preguntas sin respuesta. Pero conforme F. crecía, veía en él una bondad primordial, una paz cósmica. No sé qué relación podía tener con mi fe problemática, pero lentamente adquirí otros ojos y, diría que, otro corazón. También la relación en la familia cambió. La cosa extraña es que empecé a vivir como un don la condición de F. No volví a tener problemas de fe ni de dogmas. Todo es gracia. Detrás del velo de la incomprensión hay una verdad que es inocente y pura. (D.T. – Portugal) Regreso Había dejado a mi familia por otra persona de la que me había enamorado en mi trabajo. Enceguecido por la pasión no me daba cuenta de la tragedia que estaba provocando. Siempre me mantuve en contacto con mis hijos, sobre todo con la mayor quien era la que más sufría por mi ausencia. Cuando su marido la abandonó con tres hijos pequeños y mi hija cayó en depresión, vi repetirse el mismo mal que yo había causado. Dios me dio la gracia de comprenderlo y de arrepentirme. Hice todo lo posible para estar cerca de esa familia disgregada, busqué a mi yerno y hablé largo y tendido con él. Él me humilló diciéndome que no tenía el derecho de juzgar, porque ciertos traumas de su esposa eran culpa mía, y que su matrimonio había naufragado precisamente por la falta de equilibrio de ella. De rodillas y llorando le pedí perdón. Él contestó que lo iba a pensar. Después de algunos meses de suspensión surgió una chispa de esperanza, mi hija me dio la noticia de que su marido quería volver a intentar vivir en familia. (C.M. – Argentina)

a cargo de Stefania Tanesini

  (Tomado de “Il Vangelo del Giorno”, Città Nuova, año VI, n.4, julio-agosto 2020)

Ya está en las librerías la biografía de Pasquale Foresi

Ya está en las librerías la biografía de Pasquale Foresi

Reservado, de una inteligencia lúcida, teólogo de vanguardia y primer Copresidente de los Focolares, acaba de salir –por ahora en italiano- el primer volumen de la biografía de Pasquale Foresi a cargo de Michele Zanzucchi. Cuenta la historia de un hombre, de los albores de los Focolares, un capitulo de historia que tiene mucho que decir al Movimiento, a la Iglesia y a la sociedad de hoy. El 9 de julio pasado salió el libro “Escapando por la verdad” (“In fuga per la verità”), la primera biografía de Pasquale Foresi a quien Chiara Lubich definió como cofundador de los Focolares, junto con Igino Giordani. Se trata de un relato muy bien documentado de la primera parte de una intensa existencia –de 1929 a 1954-, poco conocida incluso por los mismos miembros de los Focolares, ya sea por el carácter reservado, que por el estilo de co-gobernanza –diríamos hoy- que encarnó Foresi. Un texto de gran interés, publicado por ahora en italiano (pero que ya están en preparación en otras versiones, en inglés, francés y español), rico de hechos inéditos, de ágil lectura como una novela, que relata el arco de vida Foresi, revisa desde su perspectiva los inicios de los Focolares, la persona de Chiara Lubich y hace reflexionar también sobre el hoy de este Movimiento mundial, a casi 80 años de su nacimiento. Pero ¿quién era Pasquale Foresi y qué representaba para la joven fundadora de los Focolares? Lo preguntamos al autor de la biografía, Michele Zanzucchi, periodista y escritor, exdirector de Città Nuova. El suyo ha sido un trabajo de revisión, atenta y profunda, de sus cartas, textos, libros, discursos además del bagaje de conocimiento directo y cercano de Foresi, que se prolongó durante dos años y medio. “Cuando se encontró con Chiara Lubich, durante las fiestas de navidad de 1949, Foresi era un hombre joven de veinte años, que había vivido una vida muy adulta para su edad, por lo que estaba “preparado” para colaborar con la fundadora. Era hijo de una familia de Livorno –su papá había sido maestro, una figura de referencia del laicado católico y entonces era diputado; su madre era ama de casa, tenía tres hermanos y hermanas-. Pasquale desde su infancia manifestó una inteligencia teórico-práctica fuera de lo común. El día del armisticio, el 8 de septiembre de 1943, con sólo 14 años, se escapó de casa «para dar un servicio a Italia». Muy pronto, se enrolo con los Camisas Negras, y después, a la fuerza, con los mismos nazis, entre otras cosas combatió en Cassino, antes de escapar liberó a unos desertores que habían sido condenados a muerte. Allí empezó su conversión filosófico-religiosa. Terminó la guerra entre los partisanos, después entró enseguida en el seminario de Pistoia, y dos años más tarde al prestigioso Instituto Capránica de Roma. Pero se fue, no compartía la incoherencia de muchos eclesiásticos con respecto al Evangelio. Una coherencia que en cambio encontró en la Lubich y sus amigos. En menos de un mes, la maestra de Trento entendió que Dios le había enviado a ese joven para que la ayudara en la realización de la obra de Dios que ya estaba naciendo. Foresi cooperó con ella en la realización de la convivencia entre vírgenes, en la aprobación por parte de la Iglesia del Movimiento, en la construcción de centros y ciudadelas, en la apertura de editoriales y revistas, en la inauguración de centros universitarios… A partir de ese día Chiara Lubich permaneció fiel al papel que Dios le había confiado Foresi, y nunca no lo abandonó, ni siquiera cuando, debido a una grave enfermedad cerebral que lo afecto en 1967 cuando sólo tenía 38 años, tuvo que desaparecer de la vida pública. Para ella, Pasquale siempre fue uno de los dos co-fundadores del Movimiento, la persona con la que confrontaba cualquier decisión que tenía que tomar”. ¿Qué tipo de sacerdote fue? ¿Cuál era su visión de la Iglesia?  “Sobre una formación muy tradicional basada en los sacramentos y en la vida sacerdotal, neo-escolástica se podría decir, Foresi ayudó a Chiara Lubich a elaborar una idea original de aplicación del presbiterado, la idea de un “sacerdocio mariano” libre del “poder” y animado sólo por una profunda radicación en el sacerdocio real de Jesús. Todavía hoy esta idea del sacerdocio está en vías de aplicación y experimentación. Para Foresi, en especial, el sacerdote tendría que ser un modelo de humanidad, un hombre-Jesús. Su visión subyacente de la Iglesia está vinculada a una perspectiva proféticamente conciliar: la Iglesia pueblo de Dios, la Iglesia-comunión, naturalmente sinodal, con una valoración (que en lo más mínimo desvalora las presencias técnicamente “sacramentales” de Cristo en su Iglesia) de la presencia de Jesús en la humanidad en formas más “laicas”, en especial la presencia prometida por Jesús en el Evangelio de Mateo: «Donde dos o tres están unidos en mi nombre, yo estoy allí en medio de ellos» (Mt 18, 20)”. ¿Por qué Chiara Lubich le confió precisamente a Foresi, y no a un laico, la realización de algunas obras de los Focolares, las así llamadas “concreciones”, como el Centro internacional de Loppiano o el nacimiento de la casa editorial Città Nuova…? “Habría sido bueno plantearle la pregunta a la interesada… Señalo sin embargo que el otro cofundador del Movimiento era Igino Giordani, un laico, casado, diputado, periodista, ecumenista. Que conoció a Chiara Lubich ya en 1948. En él la fundadora veía la presencia “de la humanidad” en el corazón de su carisma. Por lo tanto Giordani representaba para Chiara Lubich la apertura radical al mundo, según la oración sacerdotal de Jesús: «Que todos sean uno» (Jn. 17, 10). Pero Lubich veía en Foresi –quien entre otras cosas tenía una índole más “concreta” que el “idealista” Giordani- a quien que la habría sostenido prácticamente en la construcción de su Obra. Foresi, por esta característica suya, era extremamente “laico”, si bien tenía muy clara la misión del Movimiento que era sobre todo eclesial, y no podía obviar para realizarla a los eclesiásticos”. Hagamos una suposición: ¿Si Foresi estuviese vivo hoy, qué sugeriría a los Focolares, en qué cosa los invitaría a enfocarse? “Es una auténtica suposición. Pero creo que invitaría al Movimiento a la necesaria “actualización”, mirando al estado naciente del Movimiento. Lo invitaría por lo tanto a revisar y aplicar las intuiciones místicas de la fundadora de 1949-1951, pero también a revisar atentamente el proceso de realización concreta del Movimiento, ocurrido sobre todo en el período de 1955-1957, en donde Lubich recibió otras iluminaciones dirigidas a concretar las intuiciones místicas precedentes”.

Stefania Tanesini

“Busco tu rostro, señor”

“Busco tu rostro, señor”[1]. El siguiente pensamiento de Chiara Lubich puede iluminarnos para vivir de un modo evangélico también la prueba que estamos pasando todos a nivel planetario. A causa de la pandemia muchos han perdido algún pariente, un amigo o un conocido y todos estamos llamados, de distintas maneras, a responder a los gritos de dolor que esta pandemia suscita por todas partes, reconociendo en ellos algunos rostros de Jesús Abandonado a quien amar.    (…) En estas últimas semanas también han fallecido algunos (de los nuestros). (…) y nosotros que estamos todavía en esta tierra podríamos preguntarnos: ¿qué experiencia habrán vivido al dar ese paso? ¿Qué nos dirían si pudieran hablar? Ya lo sabemos: han visto al Señor. Han encontrado a Jesús. Han conocido su rostro. Es una verdad de fe que proporciona una consolación inmensa. No se puede dudar. San Pablo expresa −son palabras suyas− «deseo partir y estar con Cristo»”[2]. Habla, pues, de una vida con Cristo que sigue directamente a la muerte, sin esperar la resurrección final[3]. (…) Esta es, por consiguiente, la experiencia de los nuestros que han alcanzado la meta del Santo Viaje:  el encuentro con Aquel que no podrá dejar de amarnos, si le hemos amado. Esta –esperemos– será también nuestra experiencia. Pero, para estar seguros, es necesario prepararse desde ahora, es preciso de alguna forma, ir acostumbrándose. ¿Encontraremos al Señor? ¿Veremos su rostro? Ciertamente lo contemplaremos resplandeciente si aquí le hemos mirado, amado y acogido abandonado. Pablo no conocía nada en la tierra, más que a Cristo, y este crucificado. Esto es lo que queremos practicar también nosotros durante el próximo mes: buscar su rostro. Buscarlo abandonado. Lo encontraremos, sin duda, en los pequeños y grandes dolores personales que no faltan nunca; en el rostro de los hermanos que encontremos, especialmente en los que más necesitan ayuda, consejo, consuelo, un empujón para caminar mejor en la vida espiritual. Lo buscaremos en los aspectos más duros, más fatigosos, que implica la realización de las distintas actividades inspiradas por la voluntad de Dios; en todas las desuniones cercanas o lejanas, pequeñas o grandes (…). Buscaremos su rostro también en la Eucaristía, en el fondo de nuestro corazón, en sus imágenes sagradas. Además, debemos contemplarlo y amarlo, concretamente, en todos los grandes dolores del mundo. Sí, aunque frente a ellos nos sintamos a menudo impotentes. Pero quizás no sea así. ¡Con qué frecuencia (…) nos enteramos de ciertas calamidades que están sucediendo o que amenazan a pueblos o naciones enteras! Son calamidades que −si la caridad de Dios habita en nuestro corazón− nos caen encima como losas, dejándonos sin respiro. Porque sentimos −no obstante nuestra buena voluntad y nuestros proyectos− que no podemos hacer nada adecuado para mejorar esas situaciones. Sin embargo, debemos convencernos de que algo se puede hacer. También en esto, al descubrir su rostro en estas catástrofes inmensas, podemos, −con la fuerza de los hijos de Dios que todo lo esperan de su Padre Omnipotente−, poner en manos de Él las preocupaciones que nos aplastan, a nosotros y a grandes sectores de la humanidad, para que procure mover los corazones de los responsables de los pueblos que todavía podrían hacer algo. Tenemos que estar seguros de que lo hará. Así ha ocurrido muchas veces. (…) Actuemos (entonces) de manera que resuene en nuestro corazón lo más a menudo posible, el versículo del Salmo 27 que dice: «Yo busco tu rostro, Señor». Tu rostro dolorido para enjugar en él, como nos sea posible, lágrimas y sangre; y poder verlo resplandeciente en nuestra hora, cuando hagamos la experiencia de los nuestros que ya han llegado. (…)

Chiara Lubich

(En una conferencia telefónica, Rocca di Papa, 25 de abril de 1991) Cf.: “Yo busco tu rostro, Señor”, en: Chiara Lubich, Santificarse juntos, Ciudad Nueva, Madrid 1994, pp. 81-85. [1] Sal 27, 8. [2] Fil 1, 23. [3] Cf. 2Cor 5, 8.

María Voce: salvar el mundo con el amor

 ¿Qué aprendimos de la pandemia? ¿Con qué herramientas podemos construir un mundo nuevo? ¿Cuál es la contribución específica de cada uno de nosotros? El diálogo espontáneo de María Voce el 16 de julio con una comunidad de los Focolares. Desde hace algunos años, el 16 de julio es siempre una doble fiesta para las comunidades de los Focolares en el mundo: se recuerda el especial  pacto de unidad  que Chiara Lubich vivió con Igino Giordani en el año 1949 y también el cumpleaños de su presidenta, María Voce. También este año, el momento de fiesta para ella se ha convertido en una oportunidad de diálogo espontáneo e informal para abrir su corazón a los presentes hablando sobre el significado de ese día especial, sobre la vida de los Focolares en estos últimos tiempos y sobre la contribución del carisma de la unidad en este período tan crucial para la humanidad. Las expresiones de buenos deseos y afecto que le han llegado desde todo el mundo han sido numerosas y, por eso María Voce desea agradecer a cada uno particularmente. Publicamos a continuación parte de su diálogo, adjuntando también fragmentos de algunos videos espontáneos de ese momento. “(…) Esta pandemia también nos ha dado una gran lección, ¿no? Hay que reconocerlo. Nos ha hecho sufrir, y todavía nos está haciendo sufrir. No sabemos cuántas consecuencias dolorosas podrán provenir todavía de esta pandemia ¿verdad? Pero ha sido también una gran lección. La lección principal es que nos ha dicho: todos ustedes son iguales. Todos ustedes son iguales: los ricos, los pobres, los poderosos, los miserables, los niños, los adultos, los inmigrantes… todos son iguales. Esto es lo primero. Lo segundo: todos son iguales, pero hay alguien que sufre más a pesar de la igualdad. Entonces, ¿cómo es que son todos iguales? Todos ustedes son iguales porque Dios los creó a todos iguales; muy diferentes unos de otros, pero todos hijos suyos, todos creados por Él con el mismo amor, un gran amor. Después llegaron los hombres y comenzaron a hacer distinciones, y seguimos haciendo distinciones: este sí, este no; este vale más, este menos. Este puede darme algo, este no puede darme nada; este me explota, este menos… y empezamos a hacer las diferencias y ¿qué sucede con las diferencias? Ocurre que hay países donde los hospitales están bien equipados y otros donde no los hay; países que tienen mascarillas para todos, y aquellos que no las tienen. Hay poblaciones, incluso en nuestra Italia, donde llega la fibra óptica y pueden seguir las clases a distancia, y hay pueblos que no la tienen. Por lo tanto: todos iguales ante Dios, pero no todos iguales ante los hombres, no todos son iguales en el corazón de los hombres. ¿Esto también es así para nosotros? Tal vez yo también a veces estoy más a gusto con una persona que con otra y hago esta diferencia entre una persona y otra; lo veo yo también y entonces ¿vivo realmente el pacto si soy así?¿Ese pacto que me lleva a estar dispuesta realmente a dar la vida el uno por el otro? Pero no por el otro que me gusta, sino por cualquier otro sea quien sea. Hoy se dice que hay que crear un mundo nuevo; la humanidad, todos dicen que debemos construir un mundo nuevo. Pues bien, a pequeña escala Chiara hizo un mundo nuevo; la familia de Chiara esparcida en el mundo es −en pequeño− un mundo nuevo. Naturalmente es un intento, es un boceto, una pequeña señal, pero significa que es posible. Entonces, si ha sido posible hacerlo a pequeña escala, porque este pequeño grupo −que además es pequeño relativamente porque lo componen varios cientos de miles de personas esparcidas por el mundo−, este pequeño pueblo que es el pueblo de Chiara, ¿no está a disposición de todos diciendo que el mundo nuevo es posible? Es posible. Debemos estar convencidos de que es posible; además ¿cómo era el pasapalabra de hoy? ‘Creer en la fuerza del amor’. Por eso, en primer lugar creer que el amor es una fuerza. ¿Lo hemos experimentado? Sí, lo hemos experimentado muchas veces. Pero ahora, ha disminuido un poco; el termómetro del amor ha disminuido. ¡Pongámosle un poco de mercurio que lo haga subir! Hagamos subir el amor y verás cómo sube todo. Seremos esta realidad que pasa por el mundo al que beneficiaremos, sin necesidad de ir diciendo: ‘Mira, nosotros hacemos esto, ven con nosotros porque somos así’. No, nosotros somos los que somos, somos como los demás; somos unos desastres como todos, pero vivimos el paraíso y no queremos salir del paraíso. Sin embargo queremos estar con los otros, no queremos quedarnos entre nosotros en el paraíso. Queremos llevar este paraíso a los demás, no queremos tenerlo para nosotros, porque sería cómodo… y luego que el mundo se las apañe. ¡No! El mundo debe salvarse, el mundo debemos salvarlo con nuestro amor”.