Movimiento de los Focolares

EE.UU. | El trabajo de una empresa familiar para la protección del ambiente

Durante más de 25 años John y Julia Mundell han trabajado en el ámbito de la protección medioambiental. Su empresa, Mundell y Asociados, comenzó trabajando para resolver daños medioambientales y problemas provocados por los residuos tóxicos en Indianápolis. Hoy día el trabajo es conocido en todos los Estados Unidos y en otros países. Trabajar para preservar la tierra es para ellos una vocación para construir la unidad y una respuesta para salvaguardar nuestra casa común para las próximas generaciones. https://vimeo.com/651034029

Escuela Abbà: una flor de cuatro pétalos

Escuela Abbà: una flor de cuatro pétalos

Después de la Asamblea General de los Focolares, a principios del 2021, reinició la Escuela Abbà (Centro de estudios del Movimiento de los Focolares) con una nueva configuración. Para saber más entrevistamos a su Director, Mons. Piero Coda, quien fue el Director del Instituto Universitario Sophia de Loppiano (Italia), recientemente nombrado por el papa Francisco Secretario General de la Comisión Teológica Internacional. Usted estuvo en el primer grupo que Chiara Lubich convocó para conformar la Escuela Abbà: ¿cuáles son los objetivos de este grupo de estudio? ¿Cómo ha sido su experiencia intelectual y espiritual entrando en contacto con el pensamiento y la vida de Lubich? Seguramente por su don especial de Dios, participé en el inicio de esta experiencia con Mons. Klaus Hemmerle desde 1989, antes de que en el ‘90 iniciara oficialmente la Escuela Abbà. El objetivo que Chiara Lubich le confió desde un inicio a este original Centro de Estudios fue estudiar y desmenuzar las implicaciones teológicas, culturales y sociales del carisma de la unidad. Pero antes que nada que hiciera una experiencia de vida comunitaria, a partir del Evangelio de Jesús, en la luz que brota del carisma. Tanto que una de las últimas consignas que Chiara le dio a la Escuela Abbà, en el 2004, fue ésta: “¡Sean un cenáculo de santidad!”. Bien, este es el don y la tarea de la Escuela Abbà, aprender a habitar vitalmente, y también con el pensamiento, ese lugar que nos introduce ante la presencia de Jesús resucitado vivo en medio de los suyos, ese lugar que es la vida de Dios, el seno del Padre. Dicha vida -nos enseña Chiara en consonancia con el Evangelio y la fe de la Iglesia- es la vida misma de la Santísima Trinidad, no solo en los Cielos, sino en medio nuestro: “como en el Cielo así en la Tierra”. Para mí ha sido una experiencia única. La podría describir con las palabras de la carta de Juan: “mis ojos han visto, mis manos han tocado, mis oídos han oído… el Verbo de la vida”, los sentidos del alma se encendieron y han experimentado la luz de Jesús abandonado resucitado para poder mirar de una forma nueva la realidad. De este modo, más que antes, la teología se volvió para mí una realidad vital y fascinante y al mismo tiempo, al estar presentes en la Escuela Abbà expertos de todas las disciplinas hemos podido vivir la unidad también en la comunión de pensamiento, abriendo así el horizonte de la inter y transdisciplinariedad, es decir el descubrimiento de la raíz y de la meta común de todas las formas de saber, llamadas por lo tanto a dialogar entre ellas concretamente. La teología que ejerzo se ha visto extraordinariamente enriquecida en este diálogo conducido no solo a nivel interpersonal, sino también a nivel de relación entre las disciplinas. Recientemente la Escuela Abbà ha vivido un desarrollo ulterior y usted se ha convertido en su director a partir de  marzo 2021. ¿Nos puede decir en qué consiste este desarrollo? La Escuela Abbà tiene más de treinta años de vida y a lo largo de este tiempo se ha desarrollado y enriquecido mucho. Son casi 50 las personas que, en distintos períodos, han entrado a formar parte de ella, hasta el 2004 con la presencia constante y decisiva de Chiara. Después nacieron alrededor de sus miembros grupos de distintas disciplinas: psicología, sociología, política, economía, ciencias naturales, arte, diálogo… Actualmente son más de 300 personas en todo el mundo. Contemporáneamente con la Asamblea General de la Obra de María y como fruto de todo un camino de discernimiento comunitario, se constató que, en estos años, en la “flor” de la Escuela Abbà habían florecido “cuatro pétalos”, y por lo tanto se está tratando de darles una configuración unitaria y al mismo tiempo distinta, que reconozca y promueva este desarrollo al servicio de la misión de la Obra de María. Un “pétalo” está formado por quienes (unas quince personas) están llamadas a proseguir el estudio específico del significado carismático y cultural del evento del ‘49 como expresión peculiar del carisma de la unidad en la experiencia vivida por Chiara, Foco (Igino Giordani), las primeras compañeras y después poco a poco todos los que participan del carisma como un evento de gracia y que custodian el precioso testimonio escrito por la misma Chiara. Un segundo “pétalo” es el que está comprometido con la transmisión de este patrimonio de luz y doctrina a las nuevas generaciones: un grupo de 27 jóvenes estudiosos, con distintas competencias disciplinares, provenientes de todo el mundo. Un tercer “pétalo” recoge a quienes hasta ahora han formado parte de la Escuela Abbà, y que todavía siguen formando parte (un lindo grupo de 29 personas), en la perspectiva de realizar proyectos de investigación inspirados en el carisma y al servicio de la Obra, basados en sus respectivas competencias y experiencias. Y finalmente, el cuarto “pétalo” es el de los grupos disciplinarios esparcidos internacionalmente. ¿Qué proyectos tienen en mente para el futuro? Los proyectos los estamos compartiendo para discernir juntos cuáles emprender y cómo hacerlo. Se perfilan algunas cosas interesantes. La primera es conformar un “léxico” de la vida de unidad, una especie de vademecum, en donde las ideas fundamentales que surgen del carisma de la unidad se puedan presentar en forma universal y enriquecidas a la luz de todo el camino que se ha recorrido. Una segunda cosa es ofrecer un aporte, a partir de las características específicas del carisma, al camino sinodal de la Iglesia que el papa Francisco ha lanzado precisamente ahora. De hecho, creemos en ello hay algo importante, porque Chiara, en el ‘49, dijo que “el Alma” -este sujeto nuevo, personal y comunitario al mismo tiempo, que nace del pacto de unidad- es acogida en el seno de la Trinidad “bajo forma de Iglesia” y es “un grupo” que camina. Y sínodo, precisamente, es el nombre de la Iglesia que camina al lado de todos, empezando por los más pobres y descartados y por todos aquellos en quienes reconocemos el rostro y el grito de Jesús Abandonado. Después está el gran tema antropológico que interpela nuestro tiempo, es especial, la relación entre las personas y especialmente entre lo masculino y lo femenino y entre las distintas culturas. Y finalmente la relación entre las religiones, un signo de los tiempos y un objetivo específico del carisma de la unidad. Un miembro de los Focolares se podría preguntar ¿cómo puedo formar parte de la Escuela Abbà? ¡Toda la Obra de María es Escuela Abbà! Come decía Chiara, el Movimiento nació como una escuela. Tanto en la Escuela Abbà, como en la Obra, se trata de entrar en la escuela decisiva de Dios que hizo Chiara, Foco, las primeras focolarinas, los primeros focolarinos, especialmente en el ‘49. El compromiso por lo tanto es que la Escuela Abbà no sea una casa con las puertas cerradas, sino que sea toda ventanas y toda puertas, para que todos puedan participar en vivo. Veo, por ejemplo, la pequeña experiencia que estamos haciendo en Loppiano al ofrecer algunos estudios para permitir que todos puedan participar de esta luz. Es un hecho extremadamente positivo, también porque esta luz, cuando llega a personas en diversas situaciones, de distintas competencias, de distintas sensibilidades, suscita alegría y creatividad. La Escuela Abbà no es una realidad unidireccional, en el sentido que parte solo de la luz que se ofrece. La luz parte y regresa enriquecida por la experiencia, por las preguntas, por las soluciones que la vida del pueblo de Chiara encuentra y ofrece. Es una circularidad virtuosa, que se debe activar y promover siempre más y mejor.

Carlos Mana

Chiara Lubich: mejorarse y recomenzar

Todos los años cuando se acerca la Navidad, escuchamos la invitación a “preparar el camino al Señor”. (Cf. Is 40,3).  Dios que, desde siempre ha manifestado su deseo ardiente de estar con sus hijos, viene “a habitar entre nosotros”. Chiara Lubich en este escrito sugiere cómo prepararnos a su venida, cómo abrir nuestro corazón a Jesús que nace. Nosotros mismos, muchas veces, advertimos el deseo de encontrar a Jesús, de tenerlo cerca en el camino de la vida, de ser inundados por su luz. Para que Él pueda entrar en nuestra vida hay que quitar los obstáculos. No se trata ya de allanar los caminos, sino de abrirle el corazón. Es Jesús mismo el que enumera algunas de las barreras que cierran nuestro corazón: “robos, homicidios, adulterios, avaricia, maldad, engaño, inmoralidad, envidia, calumnia, soberbia…” (Mc 7, 21-22). A veces se trata de rencores hacia parientes o conocidos, prejuicios raciales, indiferencia ante las necesidades de los que tenemos al lado, faltas de atenciones y de amor en la familia… (…) ¿Cómo prepararle concretamente el camino? Pidiéndole perdón cada vez que nos damos cuenta de que hemos levantado una barrera que impide la comunión con Él. Es un acto sincero de humildad y de verdad con el cual nos presentamos ante Él tal como somos, expresándole nuestra fragilidad, nuestros errores, nuestros pecados. Es un acto de confianza con el cual reconocemos su amor de Padre “misericordioso y lleno de amor”. (Cf. Sal 103, 8). Es la expresión del deseo de mejorarse y volver a empezar. Quizás por la noche, antes de dormir, sea el momento más adecuado para detenerse, analizar la jornada trascurrida y pedirle perdón. También podemos vivir con mayor consciencia e intensidad el momento inicial de la celebración de la Eucaristía cuando, junto con la comunidad, pedimos perdón por nuestros pecados. Es de gran ayuda la confesión personal, sacramento del perdón de Dios, un encuentro con el Señor, a quien podemos ofrecer todos los errores cometidos. Volvemos a empezar salvados, con la certeza de que nos ha renovado, con la alegría de redescubrirnos verdaderos hijos de Dios. Es Dios mismo, con su perdón, el que quita cada obstáculo, el que “allana el camino” y restablece de nuevo la relación de amor con cada uno de nosotros.

Chiara Lubich

(Chiara Lubich, en Parole di Vita, a cura di Fabio Ciardi, Opere di Chiara Lubich, Cittá Nuova, 2017, pag. 766-768)

Tener a un santo como amigo

El 8 de octubre de 2021 concluyó en Génova (Italia) la fase diocesana del proceso de beatificación de  Alberto Michelotti y Carlo Grisolia. Los une la historia de un camino compartido, vivieron una verdadera amistad, capaz de superarlo todo. ¿Cómo podemos “hacernos santos juntos”? No es algo simple. Se requiere tiempo y sobre todo hay que caminar en la misma dirección, tener una misma fuente de luz. Así es la historia de Alberto Michelotti (Génova 1958 – Monte Argentera 1980) y Carlo Grisolia (1960 Boloña – Génova 1980), dos jóvenes de Génova que en algunos aspectos eran muy diferentes el uno del otro, pero estaban vinculados por una amistad y por un único deseo: poner a Dios en el centro de la propia vida. El ideal y el carisma del Movimiento de los Focolares los atrajeron fuertemente, y ello los unió en una relación basada en la comunión y la hermandad.  Ambos partieron al cielo en 1980, a distancia de 40 días el uno del otro; Alberto durante una excursión a la montaña, Carlo por un tumor. Dos amigos y un único proceso de canonización, iniciado por el Cardenal Tarcisio Bertone, arzobispo de Génova en 2005, que el pasado 8 de octubre concluyó su fase diocesana. Pero, ¿quiénes son realmente estos dos jóvenes? Alberto tenía pasta de líder, era un ganador, pero su liderazgo era en el “servicio” y lo acercaba cada vez más al prójimo, sobre todo a los más necesitados y a los jóvenes. Nació y se crió con su familia en las afueras de Génova; junto con sus padres concurría a la parroquia de San Sebastián. Participaba activamente en la vida parroquial y, tras un inicial compromiso con la Acción Católica, a través de un sacerdote, Mario Terrile, conoció la espiritualidad de Chiara Lubich, que lo deslumbró. Justamente durante la Mariápolis de 1977, un encuentro del Movimiento de los Focolares,  Alberto recibiría como un regalo una noticia nueva, algo que cambiaría para siempre su vida: “Dios amor”. Ese mismo año empezó a formar parte de los Gen (Generación Nueva), la rama juvenil del Movimiento, y allí conoció a Carlo con quien experimentaría una profunda unidad, capaz de superar las diferencias de temperamento que los caracterizaban. Carlo, a diferencia de Alberto, era un muchacho más introvertido y poético. Estudiaba agronomía y le gustaba leer, tocar la guitarra y escribir canciones. Era un soñador, una persona con alas, nada que ver con la gran pasión de Alberto por la montaña y la racionalidad matemática, típica de una persona como él era,  estudiante de ingeniería. Sin embargo, los unió algo grande, el deseo de llevar a los demás el ideal evangélico del mundo unido con alegría y entusiasmo y, sobre todo, las ganas de poner en práctica siempre el mensaje de Jesús “donde dos o más están unidos en mi nombre, yo estoy en medio de ellos” (Mateo, 18, 15-20).  Carlo había aprendido de los Focolares, que él conocía desde pequeño gracias a sus padres, la estrategia del “hacerse santos juntos”. Había sido una invitación lanzada por Chiara en un mensaje que para él se convirtió en un punto clave, sobre todo después de su traslado a Génova por el trabajo de su padre. Vir, “verdadero hombre, hombre fuerte” no es sólo el apelativo que la fundadora del Movimiento de los Focolares le atribuyó, sino que también con el tiempo pasó a ser un programa de vida para Carlo que sacaba sus fuerzas de Jesús, la única fuente de energía posible, como escribe en una de sus canciones: “Y respira en el aire el amor que te da este nuevo sol que nace sobre ti”. La amistad entre estos dos jóvenes duró tres años, pero entre las dos almas parecía vislumbrarse realmente la madurez de quienes han compartido mucho, de quienes han hecho la experiencia verdadera de la vida, desentrañándola; una madurez que por lo general es prerrogativa de los sabios. En el camino de búsqueda del Amor auténtico descubrieron la pureza como instrumento para alcanzar juntos la verdadera libertad y compartir este ideal con los amigos. Pensamientos profundos se entrelazaban en una trama de colores, escritos en trozos de papel que sustituían en ese entonces a nuestros mensajes por whatsapp. “Probablemente para ti será el año del servicio militar –le escribe Alberto a Carlo el día de su cumpleaños número diecinueve–. Tal vez se te presenten nuevas dificultades y nuevas alegrías. Como el día de hoy, que empezó con un sol fantástico y ahora, a las 16, se ha transformado en un gris invernal (…). Pero sin duda sabemos que detrás de esas nubes está el sol”. Alberto y Carlo se reflejaban el uno en el otro, reconociendo alegrías y miedos, luchas y conquistas y, confiados en ese Amor que lo puede todo, estaban dispuestos a vivir la frase del Evangelio: “Nadie tiene un amor más grande que éste: dar la vida por sus amigos” (Juan, 15, 13). Alberto perdió su vida en las montañas de Cúneo, el 18 de agosto de 1980, cayendo durante una escalada por un barranco helado en los Alpes Marítimos. Carlo no consiguió asistir a su funeral. El 16 de agosto había regresado del servicio militar para hacerse unos estudios médicos tras una serie de desvanecimientos y parálisis en las extremidades. En pocas horas, después del diagnóstico que no escondía la gravedad de la situación, quedó hospitalizado. Se trataba de una neoplasia. Le contaron de la muerte de Alberto, pero no había tiempo y tenían  que ir urgentemente al hospital. Fueron cuarenta días los que separaron a estos dos amigos antes de volverse a ver, y estar unidos para siempre. En los últimos días transcurridos en el hospital Carlo, aun sin fuerzas, recibía a todos con una gran sonrisa: “Sé adónde estoy yendo –le dice a una enfermera–. Voy a alcanzar a un amigo que partió hace unos días en un accidente en las montañas”. Carlo sentía fuertemente la presencia de Alberto a su lado y no veía la hora de realizar ese “salto en Dios” del que le habló a su madre en el hospital. Una zambullida en la inmensidad que lo llevó a la casa del Padre el 29 de septiembre de 1980. Hoy, a 40 años de distancia, ese invisible pacto sellado en la amistad de Alberto y Carlo es más fuerte que nunca y vive una nueva fase. Lo que mayormente sorprende es cuán extraordinario es este evento. En la historia de la Iglesia nunca había sucedido que el examen canónico de dos causas distintas se llevase en forma paralela y que se refiriese a dos amigos. Para que Alberto y Carlo sean definidos antes beatos y luego santos se necesitan dos milagros acaecidos por su intercesión, pero como la oración es única para ambos, serán, de todas formas, “santos juntos”.  Son la confirmación de una amistad espiritual como posible camino de santidad y la realización en sus vidas de ese “así en la tierra como en el cielo” y de esa alegría verdadera, fruto de una profética inspiración de Chiara: “A ustedes les deseo que se hagan santos, grandes santos, pronto santos. Estoy segura de que les estoy dando en las manos la felicidad”[1].

Maria Grazia Berretta

[1]    Mensaje de Chiara Lubich en “GEN”, Anno XV (1981), n. 4, p. 2-3

Friederike Koller: proximidad y grandes horizontes

Friederike Koller: proximidad y grandes horizontes

Siempre lista, disponible, cercana y al mismo tiempo capaz de ver la perspectiva global. Nos ha dejado el 5 de diciembre. Desde 2014 era consejera del Centro Internacional del Movimiento de los Focolares.

Friederike Koller cola fundadora del Movimiento de los Focolares Chiara Lubich

Hoy, saber mirar y contener un horizonte que se hace “cada vez más amplio” es un talento necesario para quienes ocupan cargos directivos en organismos internacionales que expresan la gran complejidad que caracteriza este momento. Friederike Koller tenía esta capacidad. Nos dejó el pasado 5 de diciembre después de una enfermedad repentina y una vida intensa, transcurrida principalmente entre Europa y África, pero vivida con mucha gente de todos los continentes. De hecho, de 2014 a 2020 Friederike, focolarina alemana, ocupó el cargo de consejera en el centro internacional del Movimiento de los Focolares como delegada central, junto a Ángel Bartol; es decir, fueron los colaboradores más cercanos de la presidente y copresidente del Movimiento, con una tarea importante y delicada: trabajar para mantener la unidad de las comunidades de los Focolares en el mundo. Un encargo “glocal” podríamos decir, con desafíos continuos y sumamente variados, donde las diversidades culturales, sociales y políticas exigían tener ante los ojos la visión global de pueblos enteros, sin olvidar, sin embargo, la atención a las personas individuales. Friederike era médica de profesión y, como dijo Peter Forst, focolarino alemán, “siempre se ha preocupado por curar, nunca por infligir nuevas heridas. Escuchar, saber esperar, dejarse tocar profundamente por las preguntas, implicarse siempre, estar cerca, afrontar conflictos, ganarse la confianza: estas fueron algunas de sus grandes fortalezas”. La atención a cada uno y las ganas de jugarse por algo grande han caracterizado las elecciones de Friederike desde pequeña: primero la música y la danza porque -explicó- la dejaban “entrar en un mundo que no pasa, que sabe a la eternidad”. Pero, con la adolescencia, surgieron los grandes interrogantes sobre el sentido de la vida. Una búsqueda que la llevó primero a inscribirse en la Facultad de Filosofía y luego a cambiar decididamente el campo de estudio: optará por la Medicina porque podría ayudar a muchas personas y quizás a captar el “secreto” de la vida. Un episodio trágico marcó un paso más hacia el descubrimiento de ese sentido que tanto buscaba: paradójicamente, la absurda muerte de una amiga, tras un grave accidente, hizo brecha a la presencia de Dios en ella y a un primer coloquio con Él. “Por primera vez -dice- aquel Dios que yo sentía solo como un ‘juez’ se convierte en vida, belleza, armonía”. Así descubre en Él la verdad que tanto había buscado. El primer contacto de Friederike con la espiritualidad de los Focolares coincidirá con el descubrimiento de un Evangelio “posible” y practicable. “Mi concepción individualista de pensar y hacer – dice – cayó y poco a poco comencé a mirar a las personas que me rodeaban como verdaderos hermanos y hermanas, confiando en el amor del Padre por cada uno”. La vida se vuelve intensa y rica: en el trabajo, con los jóvenes, atendiendo a los más pobres. “Sentía en mi interior el deseo de entregarme plenamente a Dios; al mismo tiempo me aterrorizaba perder mi libertad”. En ese período profundiza su conocimiento de María, la madre de Jesús: “Un día recordé aquel ‘sí’ que ella había dicho contra toda razón humana, a pesar de todos los miedos que ella también sentía. Me dio el valor de decir mi sí también”. Después de la escuela de formación de las focolarinas en Loppiano (Italia), vuelve a vivir en Alemania, primero en Colonia y luego en Solingen. Trabaja como médica durante quince años, que definirá como “una escuela de humanidad, de compartir, también de humildad y de profundo respeto ante la vida de tantas personas con retos inimaginables”.

Friederike con jóvenes en Nigeria

En 2010, el Movimiento de los Focolares buscaba una focolarina para un cargo de responsabilidad en Nigeria en un momento difícil para la situación social del país, con el estallido de actos terroristas. Friederike, entonces corresponsable de los Focolares en el noroeste de Alemania, no preguntó a otras, se ofrece para trasladarse allí. “Amaba de verdad al pueblo nigeriano –recuerdan las focolarinas de esa tierra– con sus enormes desafíos geográficos, étnicos y religiosos. Supo compartir nuestras heridas, siguió cada situación hasta el fondo. Nos acompañó y nos animó a elegir siempre a los últimos”. Tenía predilección por los que son descartados, por los pobres, los olvidados, unido a una atención a todo aquel que pasaba a su lado y que nunca cambió, incluso cuando ha ocupado cargos importantes. En los últimos años, cada 15 días, era voluntaria en el Centro Astalli de Roma (Italia), que acoge a mujeres migrantes. Preparaba la cena y ayudaba a limpiar la cocina si era necesario. A veces, con los invitados de la estructura, surgía un diálogo espontáneo, en algunos casos su experiencia como médico era valiosa. Permanecía despierta hasta que el último invitado no hubiese llegado a destino, a menudo a altas horas de la noche. A la mañana siguiente, muy temprano partía hacia Rocca di Papa, llegando directamente al trabajo en el Centro Internacional de los Focolares. También vivía el día a día de la vida de comunidad con sencillez y naturalidad. “Hizo todo con mucho cuidado. Con ella era muy difícil ser el primero en amar, inevitablemente siempre se era segundo…”. Fue un regalo conocer a Friederike – recuerda Conleth Burns, un joven irlandés con quien Friederike compartió el trabajo para el proyecto Pathways: “Ella siempre estaba dispuesta, disponible, cercana, capaz de ver el cuadro en una perspectiva global. Para ella, la unidad siempre fue a la vez: grande y pequeño, cotidiano y estratégico, personal y social. Y creo que la mejor forma que tenemos de recordarla es seguir su ejemplo y vivirlo plenamente”.

Anna Lisa Innocenti e Stefania Tanesini

Chiara Lubich: vigilar y orar

Estamos en el tiempo litúrgico del Adviento. Por lo tanto, de espera, de preparación para la Navidad. Un tiempo de vigilia y oración. Pero ¿cómo hacerlo? También aquí nos ayudan las circunstancias, los hermanos y hermanas que llenan nuestros días: el amor que seamos capaces de dar será nuestra oración, agradable al Cielo. “Vigilen y oren” (…). En estas dos palabras está encerrado el secreto para afrontar las situaciones más dramáticas de nuestra vida, pero también las inevitables pruebas cotidianas. Pero hoy, para nosotros, en el ritmo frenético y arrollador de la vida moderna, ¿qué esperanza podemos tener de no dejarnos adormecer por el canto de tantas sirenas? Por otra parte, esas palabras del Evangelio fueron dichas también para nosotros… Jesús no puede pedirnos, tampoco hoy, algo que no seamos capaces de hacer. Por eso, junto con la exhortación, no puede dejar de darnos también el modo que nos permita vivir según su Palabra. ¿Cómo se puede, entonces, permanecer despiertos y en guardia? ¿Cómo se puede permanecer en una actitud de oración constante? Tal vez hemos tratado de hacer todo nuestro esfuerzo posible para cerrarnos en defensa de todo y de todos. Pero ese no es el camino y no tardamos en darnos cuenta de que, tarde o temprano, hay que aflojar. El camino es otro y lo encontramos tanto en el Evangelio como en la misma experiencia humana. Cuando se ama a una persona, el corazón vigila siempre esperándola y cada minuto que pasa sin ella está en función de ella. Vigila bien quien ama. Es propio del amor vigilar. Lo mismo hace quien ama a Jesús. Todo lo hace en función de Él, al que encuentra en las simples manifestaciones de su voluntad, a cada momento, y que encontrará solemnemente el día en que Él venga (…) Esa sonrisa que hay dar, ese trabajo que tenemos que hacer, ese auto que hay que guiar, esa comida por preparar, esa actividad por organizar, esa lágrima derramada por el hermano o la hermana que sufre, ese instrumento que hay que tocar, ese artículo o carta que tenemos que escribir, ese acontecimiento feliz que compartimos alegremente, esa ropa que preparamos… Si lo hacemos por amor, todo, todo puede convertirse en oración. Para mantenerse vigilantes, para orar siempre, es necesario entonces permanecer en el amor: es decir, amar su voluntad y a cada prójimo que ponga a nuestro lado. Hoy amaré. Así vigilaré y oraré en cada momento.

Chiara Lubich

(Chiara Lubich, en Parole di Vita, preparado por Fabio Ciardi, Opere di Chiara Lubich, Cittá Nuova, 2017, pag. 634-636)