Provengo de un contexto familiar de división; nací de una relación extra-matrimonial de mi padre. Por ello mantuve en secreto mi existencia y durante mucho tiempo sentí, sobre todo siendo niña, un temporáneo abandono de su parte.
Sentía que mi historia tenía algo que quedaba en la oscuridad. Lo que no sabía era que Jesús iniciaría un proceso de conversión radical en la vida de mi padre, que lo llevaría a ser un pastor pentecostal.
Mi historia y el sentido de abandono podrían haber sido, sin duda, un motivo para alejarme de la fe. Sin embargo, no fue lo que sucedió. Frente a la experiencia del abandono, no podía dejar de interrogarme acerca de ese amor que, incluso frente al dolor de una niña, había alcanzado la vida de mi padre. A veces me preguntaba: “¿Qué tipo de amor es éste, que es capaz de atravesar el dolor que estoy sintiendo?”. Cuando tenía 16 años, durante un crucero por la finalización de mis estudios secundarios, encontré ese amor. Una noche, sentada en la parte superior del buque, la voz del Señor habló claramente a mi corazón: “No has nacido para hacer lo que hacen tus amigos, Mayara, tú eres mía”. Gracias a lo que empezó allí, me volví una joven pentecostal convencida.
Cuando tenía 19 años, entré a la Pontificia Universidad Católica de San Pablo (Brasil) para estudiar teología. Tras una historia que sólo el Espíritu puede escribir, llegué a ser presidente del Centro académico y de la Comisión estudiantil de teología del Estado de San Pablo. Era muy amiga de algunos seminaristas, y tuve contactos con varias diócesis y órdenes religiosas; algunos sacerdotes visitaban mi casa a menudo. Al comienzo, mi madre bromeaba: “Nunca me hubiera imaginado tener a tantos sacerdotes en mi casa, Mayara”.
Por esa experiencia decidí escribir mi tesis final sobre la unidad de los cristianos, pero cuando empecé a pensar en qué camino tendría que seguir, se dieron muchas cosas que me llevaron a reflexionar sobre mi historia familiar; atravesé un profundo proceso de perdón y reconciliación. Y así, mientras perdonaba, escribía. En todo momento, mi memoria me recordaba cuánto puede doler tener una familia dividida, pero fue en esos momentos cuando el Señor también me preguntó: “¿Y mi familia, la Iglesia?” Podía, y sentí que era necesario, unir mi abandono al de Jesús.
“Decidí escribir mi tesis final sobre la unidad de los cristianos (…), y se dieron muchas cosas que me llevaron a reflexionar sobre mi historia familiar; atravesé un profundo proceso de perdón y reconciliación”.
Nella foto: Mayara durante el Congreso Ecuménico en Castel Gandolfo (Roma, Italia) en el mes de 2025
Partiendo del patrimonio común de la Sagrada Escritura, concluí esa etapa tan sufrida escribiendo sobre el tema: “El Espíritu y la Esposa dicen: ¡ven!” La figura de la Esposa como respuesta profética a la unidad de la Iglesia”. Fue ese paso el que me condujo al diálogo católico-pentecostal: a la Comisión para la unidad de la Renovación carismático-católica de San Pablo y a la Misión Somos uno. Fundada por laicos en el contexto de una comunidad católica (Coração Novo-RJ), la Misión Somos uno se basa en una carta de intenciones firmada por líderes católicos y evangélicos en la que se definen los cuatro pilares del camino de diálogo: respeto de las identidades confesionales, eclesialidad, no proselitismo y cultura del encuentro. En el calendario oficial de la ciudad de Rio de Janeiro incluso hay una semana cuyo título es “Semana Somos uno” y nos ha sorprendido que hayamos recibido el reconocimiento como Patrimonio cultural e inmaterial. En la práctica, la Misión reúne a líderes evangélicos, católicos y pentecostales con una finalidad común: proclamar la unidad de los cristianos. El diálogo teológico se ha hecho posible por la creación de un Grupo de trabajo (GdT) católico-pentecostal nacional. Su objetivo es reflexionar teológica y pastoralmente acerca de la experiencia carismático-pentecostal, a partir de la realidad latino-americana. Recientemente hemos publicado el primer informe, fruto de nuestros encuentros, sobre los dones del Espíritu Santo. En el 2022 empezó el trabajo de la Misión Jóvenes Somos Uno, un grupo en el que me encuentro totalmente involucrada con todo mi corazón y mi servicio. Por todos estos motivos veo a la Misión Somos uno como un signo de esperanza. En primer lugar, por toda la comunión que he experimentado y, en segundo lugar, porque mi historia personal se entrelaza sin duda con ella.
Como encargados que somos de ser “peregrinos de la esperanza”, quisiera concluir todo esto que les he compartido con una frase que mi padre dice cuando cuenta la historia de nuestra familia. Repite innumerables veces que ella nació entre dolores y heridas, pero inundada por el amor infinito de Dios; se trata de la tribulación que se ha convertido en vocación”. Cuando mi padre vislumbra esa realidad, cita siempre la carta de San Pablo a los Romanos: “Allí en donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia de Dios” (Romanos 5, 20). Parafraseando ese texto bíblico, en esta “Semana de oración por la unidad de los cristianos 2025”, en el año del Jubileo y de la celebración de tantos aniversarios importantes como el Concilio de Nicea, me anima y me hace pensar que en medio de tantas heridas abundantes a lo largo de la historia de la Iglesia, seguramente Dios hace sobreabundar su esperanza.
Somos Aureliana y Julián de Paraguay, estamos casados desde hace 36 años y tenemos cinco hijos y seis nietos.
JULIÁN: Aureliana tenía 18 años y yo 19 cuando nos casamos. Estábamos muy enamorados y llenos de entusiasmo por construir una vida juntos. Los primeros cinco años fueron muy bonitos, éramos excelentes compañeros, trabajábamos juntos, nos ayudábamos y nos complementábamos bien. Pero después de siete años de matrimonio entramos en una crisis muy fuerte que casi nos lleva a la separación. La comunicación se volvió difícil; no conseguíamos hablar de nosotros mismos, de nuestra relación y todo ello nos fue alejando progresivamente. Sin embargo, ambos teníamos el deseo de dar lo mejor a nuestros hijos y progresar económicamente. Cada uno vivía a su modo, peleábamos bastante, pero lográbamos ir adelante.
AURELIANA: Cuando nuestras hijas llegaron a la adolescencia, una de ellas comenzó a tener actitudes rebeldes y, a sus 17 años, quedó embarazada y fue a convivir con el novio. En ese momento empezamos a pedir ayuda para fortalecernos como padres, incluso desde el punto de vista espiritual. Asistíamos a reuniones de grupos de familias y a retiros espirituales. Gracias a ello, logramos superar retos difíciles, poniendo cada uno de nosotros mucha buena voluntad.
JULIÁN: Teníamos una estabilidad económica, una hermosa familia, salud y una empresa familiar bien posicionada: ¡lo teníamos todo! Un día empecé a relacionarme, a través de las redes sociales, con una persona, e inicié una relación extramatrimonial con ella. En esos momentos mi padre estaba enfermo y vivía en nuestra casa con nosotros; a nuestra hija, además, le costaba adaptarse a la maternidad. Por todo ello, Aureliana tenía que hacer malabares para estar con ella, trabajar y organizar la casa. Yo, por mi parte, estaba demasiado involucrado en esa relación extraconyugal y no ayudaba para nada en casa; por el contrario, decía que no tenía tiempo para dedicarme a ello. Ella se quejaba y yo me enojaba. En ese período hicimos un viaje juntos a Europa y allí Aureliana descubrió que yo le era infiel. Todo se derrumbó, estábamos lejos de todos, solos entre las cuatro paredes de una habitación de hotel.
AURELIANA: ¡Se me vino el mundo abajo! No sabía qué hacer, no podía creer que hubiera sucedido algo así. Al comienzo me quedé callada, pensando que terminaríamos el viaje; pero al poco tiempo estallé. Rompí el silencio a los gritos, llorando y exigiendo una respuesta. Él empezó a suplicarme piedad desesperadamente, a pedirle perdón a Dios y a mí, y eso, a pesar del terrible dolor que sentía, impactó en mi corazón. Sabía que yo tenía que dar un paso y deposité toda mi confianza en la ayuda de Dios para poder realizarlo. Al final, conseguí ver el rostro de Jesús crucificado en Julián. Le ofrecí mis brazos y nos tranquilizamos un poco. Pero de todos modos, a pesar del paso interior dado, me encontraba agobiada por el dolor y la tristeza.
“Esto es lo que queremos anunciar al mundo: estamos aquí para ser “uno” tal y como el Señor quiere que seamos “uno”, en nuestras familias y en los lugares donde vivimos, trabajamos y estudiamos: distintos, pero uno; muchos, pero uno, siempre uno, en cualquier circunstancia y edad de la vida.(…) No hay que olvidarlo: del seno de las familias nace el futuro de los pueblos.”
JULIÁN: De noche Aureliana no dormía, lloraba. Le diagnosticaron una depresión. Yo me veía impotente y me sentía culpable. Recé mucho; sabía que mi esposa y mi familia eran un bien muy precioso, pero el daño ya lo había hecho y tenía que aceptar mi error, pero también quería poner todo mi esfuerzo y mi confianza en Dios.
AURELIANA: Nuestra familia estaba dividida, los hijos no sabían a quién tenían que adjudicarle la culpa y se rebelaron. Después, Julián se enfermó: le encontraron un tumor en el cerebro. Todo esto me sacudió fuertemente y casi consiguió sacarme del estado depresivo. Cuando obtuvimos el resultado de la TAC, nos reunimos con nuestros hijos y buscamos la mejor alternativa para la operación. Sentíamos que la unidad de la familia era el bien más preciado, y que estaba por encima de toda adversidad y yo tomé conciencia de que era capaz nuevamente de dar la vida por mi esposo y vivir hasta el fondo mi fidelidad a él, “en la salud y en la enfermedad”.
JULIÁN: Me sentí amado y pude someterme a dos operaciones al cerebro, con una recuperación en tiempo récord. Nada más salir del hospital, tuvimos la oportunidad de participar de un encuentro de parejas en crisis, porque todavía necesitábamos curar nuestras heridas.
AURELIANA: En ese encuentro pude aclarar muchas dudas. Recibimos mucho afecto por parte de los participantes; aprovechando de la presencia de profesionales y parejas con muchos años de experiencia; descubrimos una nueva salida a nuestra crisis.
JULIÁN: Entendí que la voluntad de perdonar es una cosa, pero curarse del trauma requiere un proceso; la herida que le causé fue muy profunda y ella necesitaba tiempo, paciencia y amor de mi parte. Recibí el don más grande de Dios, que es el perdón. Hemos renovado nuestro matrimonio. Aureliana me ha dicho de nuevo su sí y hemos recomenzado.
AURELIANA: Nuestra vida ha cambiado completamente, tras 35 años de matrimonio hemos dejado de pelearnos. Vivimos una vida plena como pareja y podemos mirarnos a los ojos y amarnos como no lo habíamos hecho nunca antes de ahora.
Era el cumpleaños de un amigo muy querido con quien hemos compartido ideales, alegrías y dolores. Pero hacía mucho que no le escribía y que no nos veíamos. Yo estaba un poco en duda: podría mandarle un mensaje, pero no sabía cómo iba a reaccionar. La Palabra de Vida me animó a hacerlo: “Señor, tú lo sabes todo; sabes que te amo” (Juan 21,17). Poco después me llegó su respuesta: “¡Qué alegría recibir tu saludo!”. Allí empezó un diálogo; y los mensajes iban y venían. Me contó cómo andaban sus cosas. Su trabajo le daba satisfacción, con un excelente sueldo y me confiesa que desea venir a verme. Lo alenté a hacerlo y me puse a su disposición para recibirlo y organizar su estancia. Es un motivo más para tenerlo presente… y no esperar otro año para mandarle un mensaje.
(C. A.- Italia)
Agobiada por el orgullo
Conseguía perdonarle a Miguel que pasara largas noches en la hostería, pero no podía hacer lo mismo con su infidelidad, que me había confesado un día. Yo era la esposa y madre perfecta, yo era la víctima. Pero desde cuando él se veía con el Padre Venancio y otras personas de la parroquia, mi esposo parecía otro. Estaba más presente en casa, más afectuoso conmigo, que por el contrario seguía mostrándome distante todas las veces que me proponía que leyéramos juntos el Evangelio para intentar ponerlo en práctica. De todos modos, una vez, como era su cumpleaños, acepté la idea de acompañarlo a un encuentro de familias. Fue el primero de otros. Un día, una frase me hizo reflexionar: «Construir la paz». ¿Cómo podía yo hacerlo, ya que en todo ese tiempo me había dado cuenta de que era una egoísta, de que estaba llena de miserias y rencores? El orgullo me impedía pedirle perdón a Miguel, mientras él en estos 28 años de matrimonio me lo había pedido varias veces. Sin embargo, yo buscaba el momento más adecuado para hacerlo. Hasta que, durante un encuentro con el grupo de familias, le pedí ayuda a Dios y logré contar nuestra experiencia de pareja y le pedí perdón a Miguel. Ese día sentí que nacía un amor nuevo, verdadero, por él.
(R. – México)
Atender al prójimo
Desde cuando transcurro un período de tiempo en La Habana –inmerso hasta el cuello en los problemas de supervivencia de los habitantes de nuestro barrio, y lidiando con la grave crisis económica del país– no me he acostumbrado aún a las puntuales intervenciones de la Providencia. Entre las muchas, ésta es la última. Una persona que forma parte de nuestra comunidad me había avisado que iba a llegar una consistente donación de fármacos válidos, todos correspondientes a tratamientos para enfermedades nerviosas. Fui a retirarlos con gran perplejidad ya que no entraban en la categoría de fármacos que los pobres que asisto nos piden. Pero luego me acordé de que una vez al mes, los lunes por la mañana, hay un psiquiatra que viene a atender gratis a las personas del barrio que necesitan ese tipo de tratamientos. Entonces, a la primera ocasión, me puse en contacto con él, llevándole la lista de los medicamentos. A medida que la iba leyendo, su rostro se iluminaba: «¡Son exactamente los medicamentos que estaba buscando!», exclamó sorprendido.
(R.Z. – Cuba)
Editado por Maria Grazia Berretta (tratto da Il Vangelo del Giorno, Città Nuova, anno X– n.1° maggio-giugno 2025)
Soy Letícia Alves y vivo en Pará en el norte de Brasil.
En 2019 participé en el Proyecto Amazonia, y durante 15 días con un grupo de voluntarios dedicamos nuestras vacaciones a convivir con la gente de la baja Amazonia, en la ciudad de Óbidos, Brasil.
Antes de embarcarme en esta aventura, me preguntaba si sería capaz de entregarme por completo a esta experiencia, ambientada en una realidad tan diferente a la mía. Durante el proyecto visitamos algunas comunidades ribereñas que viven a orillas del río Amazonas, y todos nos acogieron con un cariño sin igual.
Prestábamos servicios sanitarios, jurídicos y de apoyo familiar, pero lo más importante era escuchar profundamente y participar de las vidas, de las historias y de las dificultades de quienes encontrábamos. Las historias eran de lo más diversas: la falta de agua potable, la del niño que tenía un cepillo de dientes para toda la familia, o incluso el hijo que quería matar a su madre… Cuanto más escuchábamos, más comprendíamos el sentido de nuestra presencia allí.
“El desafío urgente de proteger nuestra casa común incluye el esfuerzo de unir a TODA la familia humana”
LS, 13
Y entre tantas historias, pude comprobar hasta qué punto podemos marcar la diferencia en la vida de las personas: hasta qué punto una simple escucha marca la diferencia, hasta qué punto una botella de agua potable marca la diferencia.
El proyecto fue más que especial. Pudimos plantar una semilla de amor en medio de tanto dolor y “construir juntos” nos hizo crecer. Cuando Jesús está presente entre nosotros, todo se hace inspirador, lleno de luz y de alegría.
No fue algo que viví durante 15 días y se acabó, sino que fue una experiencia que realmente transformó mi vida, sentí una fuerte presencia de Dios y eso me dio las fuerzas para abrazar el dolor de la humanidad que tengo a mi alrededor y en esta construcción diaria de un mundo unido.
Me llamo Francisco. Nací en Juruti, en el Amazonas, en un pueblo cerca de Óbidos. Me quedé sorprendido cuando supe que personas de varias partes de Brasil atravesaban todo el país para donarse, para cuidar de mi pueblo y quise unirme a ellos.
Lo que más me impresionó fue la felicidad de todos, de los voluntarios y de la población local, que aun viviendo con tan pocos bienes materiales experimentaban la grandeza del amor de Dios.
Después de vivir el proyecto Amazonia en Óbidos, volví a Juruti con una nueva perspectiva y el deseo de continuar esta misión, pero en mi propia ciudad. Allí vi las mismas necesidades que había encontrado en Óbidos. Este deseo se convirtió no sólo en el mío, sino en el de toda nuestra comunidad, que abrazó la causa. Juntos pensamos y dimos vida al proyecto Amazonia en la comunidad de São Pedro con el objetivo de escuchar y responder al “grito” de los que más lo necesitan, que a menudo no son escuchados. Elegimos una comunidad del continente, empezamos a hacer un seguimiento de sus necesidades y después fuimos en busca de profesionales voluntarios.
Con la colaboración de varias personas, llevamos a toda la comunidad la vida del Evangelio, asistencia médica, asesoramiento psicológico, medicamentos y atención odontológica. Sobre todo, tratamos de detenernos para escuchar las dificultades y las alegrías de aquellos con los que nos encontrábamos.
Tengo una certeza: para construir un mundo más fraterno y unido, estamos llamados a escuchar el grito de los que sufren a nuestro alrededor y a actuar, con la seguridad que ¡nada es pequeño de lo que hacemos con amor y puede cambiar el mundo!
El 18 de marzo de 2025 nos ha dejado Luciana Scalacci, una mujer extraordinaria, testimonio vivo de compromiso concreto y eficaz en el diálogo a 360°. Luciana, casada con Nicola, ambos de convicciones no religiosas, siempre consideraron que el diálogo es un aspecto fundamental en la sociedad contemporánea caracterizada por tantas formas de división y de conflicto. “Mi esposo y yo somos no creyentes –contó algunos años atrás Luciana durante un encuentro de los Focolares–, o mejor dicho no creyentes en Dios, porque nosotros creemos en el hombre y en sus potencialidades”.
Luciana nació en Abbadia San Salvatore, un pueblo italiano de la provincia de Siena. Desde niña siempre trabajó por los últimos, los más débiles, transmitiendo a todos valores de honradez, integración e igualdad. Con su marido, se dedicaron a la política y a los sindicatos en una militancia de izquierdas siempre centrada en los valores de justicia, diálogo y libertad. El encuentro con el Movimiento de los Focolares se produjo gracias a su hija Mascia.
“Un día –cuenta Luciana– nuestra hija nos escribió una carta, en la que decía, en síntesis: ‘queridos padres, he encontrado un lugar en donde puedo poner en práctica los valores que ustedes siempre me han enseñado’. Había conocido el Movimiento de los Focolares”. Por ello, para entender mejor la decisión de la hija, Luciana y Nicola decidieron participar en una Jornada organizada por los Focolares. “Era un encuentro de personas con convicciones diferentes, pero nosotros no lo sabíamos. Por lo tanto y para no crear equívocos, quisimos dejar en claro enseguida nuestra postura política y religiosa. La respuesta fue: ‘¿y quién les preguntó algo al respecto?’ Enseguida tuvimos la impresión que nos estábamos encontrando en un ambiente en donde existía un gran respeto por las ideas de los demás, percibimos una apertura que nunca habíamos visto en otras asociaciones o movimientos religiosos”.
Desde ese momento y en los años que siguieron, el aporte de Luciana Scalacci al Movimiento de los Focolares fue esencial. Era el año 1995 cuando se encontró por primera vez con Chiara Lubich, fundadora de los Focolares. Junto a ella se esforzó siempre para que naciera y se profundizara el diálogo con personas de convicciones no religiosas, que adquirió fuerza justamente gracias también a la inteligencia iluminada de Luciana.
A partir del año 2000 formó parte de la Comisión interenacional del diáologo con personas de convicciones no religiosas contribuyendo así a la organización de congresos como En diálogo por la paz, Conciencia y pobreza, Mujeres y hombres hacia una sociedad solidaria y muchos otros. Luciana había encontrado una sintonía plena con el Ideal de la unidad, en el encuentro personal con Chiara y con la comunidad de los Focolares. Le contaba a una amiga: “Este diálogo (entre personas de diferentes convicciones) no nació para convertir a los no creyentes, sino que nació porque con Chiara hemos entendido que el mundo unido se hace con todos. Que todos sean uno. Si excluimos a uno solo, ya no somos todos”.
El 26 de septiembre de 2014 durante una audiencia concedida a los Focolares, saluda al papa Francisco. “En esa día extraodinario, tuve el privilegio de intercambiar con Usted algunas palabras que nunca olvidaré”, contó este año en una carta que dirigió al papa mientras él estaba hospitalizado en el Policlínico Gemelli. “Ahora, querido papa Francisco, Usted está en una cama de hospital, y yo también estoy en la misma condición. Ambos delante de la fragilidad de nuestra humanidad. Quería asegurarle que no dejo de pensar en Usted y rezar por Usted. Rece Usted por mí”.
Muchas fueron las lágrimas y profundísimas las palabras de agradecimiento en el día de su funeral. Una de ellas fue la de Vita Zanolini, focolarina y amiga de Luciana y Nicola. “Luciana, maestra de vida y de mucho más –dijo Vita recordándola–. Pensando en ella, en su libertad, vienen a mi mente cielos luminosos y tersos, de colores intensos; una fuente límpida que en el dulce y silenciosos fluir, se vuelve también una catarata tumultuosa. Un fuego encendido en una casa acogedora que habla de un corazón siempre abierto. Pero también es un menú refinado y abundante, con recetas exquisitas y siempre creativas. Resiliencia, respeto, escucha y tenacidad en todos sus matices”.
“Hace unos años – sigue narrando Vita – en uno de los congresos sobre el diálogo alguien presentó una pregunta un tanto original: ‘¿Cuál es la diferencia entre un creyente y un no creyente?’ La respuesta de Luciana, acaso inesperada para muchos: ‘Los creyentes creen en Dios, los no creyentes… Dios cree en ellos’. Pues bien, creo que podemos decir que Luciana ¡no ha desilusionado ni desatendido esa fe de Dios en ella!”
Los últimos días de la vida terrena Luciana los transcurrió en un hospicio en donde estaba internada. Siempre estaba vigilante y activa para comunicar lo que tenía en su corazón, con una fuerza extraordinaria que contrastaba con el poco aliento que tenía. Dejaba recomendaciones y pedidos (incluso, en forma jocosa, hacía amenazas) intercalados a la narración y el recuerdo de tantas experiencias vividas con los demás. “Era como si nos estuviera pasando la tarea de ser un testimonio – cuenta Vita–. Antes de despedirse el abrazo fue apretado pero al mismo tiempo lleno de serenidad, con el sabor de la eternidad”.
Hace unas semanas, participé en el proyecto MED25, una nave escuela para la paz. Éramos 20 jóvenes de todo el Mediterráneo (norte, sur, este y oeste) a bordo de un barco llamado “Bel Espoir”. Salimos de Barcelona y el tiempo no fue el esperado, así que hicimos escala en Ibiza antes de llegar a Ceuta. Desde allí viajamos por tierra a Tetuán y luego de regreso a Málaga. No fue solo un viaje, fue un viaje a través de nuestras vidas, mentes y culturas.
Vivir en un barco con tanta gente diferente fue genial, pero no siempre fácil. Cada día teníamos que dividirnos las tareas: cocinar, servir la comida, limpiar, lavar los platos. Nos turnábamos en equipos para que todos experimentáramos el ritmo de vida a bordo. También aprendimos a navegar, lo cual fue un poco loco al principio. Ojalá pudiera decir que al final todo se volvió natural, pero la verdad es que fue más difícil de lo que esperaba. Empiezas a comprender cuánto trabajo en equipo se necesita para salir adelante.
Pero no estábamos allí solo para cocinar y navegar. Estábamos allí para hablar, para hablar de verdad. Abordamos ocho grandes temas: cultura, educación, el papel de la mujer, religión, medio ambiente, migración, tradiciones cristianas y, por supuesto, la paz. No eran discusiones teóricas. Eran temas profundamente personales. Compartimos nuestras opiniones y a veces chocamos. En ocasiones, las discusiones se acaloraron. Hubo momentos de frustración. Algunas conversaciones se convirtieron en discusiones acaloradas.
Pero la verdad es esta: no puedes simplemente irte de un barco. No puedes volver a casa y dormir. Vives junto con los demás. Comemos juntos. Navegamos juntos. Literalmente, estamos en la misma barca. Esto lo cambia todo. Hace que sea imposible seguir enojado por mucho tiempo. Tuvimos que hablarlo. Tuvimos que escucharnos, y a veces tuvimos que admitir nuestros errores.
Para mí, esto fue lo más impactante de esta experiencia. Me di cuenta de que la mayoría de los conflictos, ya sean entre personas o entre países, no surgen del odio. Provienen de la falta de conocimiento, de los estereotipos, de la desinformación. Y así como nosotros tuvimos la oportunidad de conocernos en ese barco, el mundo también puede. Si pudimos superar años de malentendidos en tan solo dos semanas juntos, imagínense lo que sería posible si la gente estuviera realmente dispuesta a escucharse.
También he descubierto muchas cosas inesperadas. Como que la Cuaresma se celebra de forma diferente en Europa y en Oriente Medio. O cómo la religión juega un papel completamente distinto en la política y la vida pública, según dónde vivas. En Europa, suele ser un asunto privado, mientras que, en muchos países de Medio Oriente, la religión influye en las leyes, las políticas y la vida cotidiana. No eran solo nociones: sentí la diferencia a través de la gente con la que convivía.
Lo que más me impactó fue que, a pesar de todas nuestras diferencias, teníamos mucho en común. Hemos reído mucho. Bailamos. Sentimos el mal de mar juntos. Incluso tuvimos la oportunidad de ayunar juntos, ya que estuvimos en tiempos de Cuaresma y Ramadán. Hicimos arte, leímos libros, hacíamos bromas, rezábamos en muchos idiomas diferentes al mismo tiempo, descubrimos religiones como el cristianismo, el islam, el hinduismo y el judaísmo, dormimos al aire libre y compartimos momentos de silencio y sagrados. Y a través de todo esto, aprendí que la paz no es algo lejano ni inalcanzable. Es algo muy humano. Es confusa y requiere esfuerzo. Pero es posible.
Regresé transformada. No porque crea que ya hemos resuelto todos nuestros problemas, sino porque ahora creo que la paz no es un sueño, es una elección. Una elección que realmente empieza por ver y escuchar al otro.
Y si 20 desconocidos pudieron hacer eso en una barca en medio del mar, entonces también hay esperanza para el resto del mundo.
Bertha El Hajj, joven embajadora de paz.
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