Movimiento de los Focolares

Cuarenta días en Siria

Mar 21, 2017

Publicamos unos fragmentos de la experiencia que vivió un sacerdote suizo en una comunidad siria católica de rito oriental. La presencia del Resucitado en medio de los sufrimientos de la guerra. Vivir la fraternidad en la noche de la guerra.

20170321-01Desde hace más de 25 años estoy en contacto constante con el padre Nabil, sacerdote católico de rito melquita de Siria, casado y padre de cinco hijos. Nos conocimos siendo ambos seminaristas, durante un encuentro del Movimiento de los Focolares. Desde que empezó la terrible guerra en Siria,  nos fue espontáneo vivir esta situación juntos. ¡Cuántas personas involucradas en la oración por la gente en Siria, para invocar la paz! Nació así una comunión espiritual que une también las dos comunidades parroquiales, la suya en Siria y la nuestra en Suiza. Cuando sus dos hijas mayores no pudieron seguir estudiando en Siria, nuestra comunidad de Basilea las acogió. Durante el verano pasado, ya que tenía que cambiar de parroquia, pude tomarme el tiempo necesario para ir a verlo. ¡Empezaron así los 40 días en Siria! A las 3 de la madrugada llegué a Beirut, donde el padre Nabil me acogió en el aeropuerto. Con un vehículo repleto de personas y equipajes, emprendimos el camino hacia Siria. En la frontera recibimos una cálida acogida por parte del jefe. Mientras revisaban el auto y los documentos, fuimos sus huéspedes. Luego volvimos a arrancar, recorriendo rutas secundarias – las principales estaban cerradas – pasando por un sinnúmero de puestos de control, hasta llegar al pueblo del padre Nabil, que dista unos 5 km de la ciudad de Hama. Nos recibieron en varias casas y experimenté una acogida cálida y alegre. Descubrí una comunidad muy viva. Cada noche, en la parroquia, se encontraban, por turnos, más de 200 niños y jóvenes. En total eran más de 900 las personas que cada semana pasaban unas horas juntos. Era una fiesta cotidiana. El compromiso y la dedicación de los 70 jóvenes responsables eran fuertes, a pesar del hecho que asistían la escuela o a la universidad y estaban justo en periodo de exámenes. Con el paso de los días, empecé a entender que esta vida plena se desarrollaba en el marco de un dolor desgarrador. Descubrí que los estruendos que se escuchaban cotidianamente, provenían de los bombardeos. Entendí que los asentamientos de los “rebeldes” estaban ubicados sólo a unos pocos kilómetros de distancia. Me enteré de que apenas una semana antes, una aldea cristiana a 12 kilómetros de allá, fue asaltada y hubo muchos muertos. Varias familias ya no podían comprar lo necesario para vivir. Fuimos a visitar a unos enfermos que no podían recibir asistencia. De noche todo era oscuro: había sólo unas luces LED con las baterías. Descubrí en muchas casas las foto de los hijos muertos en guerra. Ya casi no quedaba ni una familia completa, porque más de 3.000 jóvenes viajaron al exterior. Un día, durante un funeral, cayeron dos granadas provocando dos muertos. Me preguntaba: esta gente ¿de dónde saca fuerza para no desesperarse? El hecho es que desde hace varios años, se ha desarrollado una gran comunidad que se inspira en la Espiritualidad de la unidad. Son más de 200 personas, organizadas en pequeños grupos, que se nutren de la Palabra de Dios y se hacen cargo de la gente que está en dificultad y de los niños. Han armado un pequeño centro social que se encarga de las personas con enfermedades graves y consiguen medicinas y asistencia médica, con la ayuda de la solidaridad de los ciudadanos y también internacional. Regularmente se visitaban hasta 450 familias para apoyarlas en las necesidades más urgentes. Se trataba de cultivar con esmero también las relaciones entre los varios grupos religiosos. De hecho, junto con los demás sacerdotes de la ciudad, nos invitaron a la cena del Ramadán con más de 200 Imanes de la ciudad de Hama. Durante la última semana tuve la ocasión de participar en la Mariápolis. Había más de 200 personas procedentes de varias ciudades y regiones del país: Damasco, Homs, Hama, Alepo y Latakia. Por primera vez, desde el inicio de la guerra, fue posible correr el riesgo de viajar y encontrarse. Todos han sufrido muchísimo, han perdido sus casas, el trabajo e incluso familiares queridos . Pero no han perdido la fe y el amor. (Ruedi Beck)  Fuente: Revista Gen’s, enero – marzo de 2017, págs. 38-40

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