Movimiento de los Focolares

El Resucitado

Mar 27, 2016

Chiara Lubich en 2002 comunicaba una experiencia suya personal de “confirmación de la fe”, en relación a uno de los fundamentos de la vida cristiana: la resurrección de Jesús.

20160327-a«Una circunstancia providencial me llevó a profundizar en la realidad de Jesús, el cual después del abandono y de la muerte en la cruz,  resucitó. Y no sólo eso, además tuve ocasión de meditar intensamente, con la mente y con el corazón, sobre muchos detalles de la resurrección de Jesús y de su vida después de la resurrección. Y me quedé estupefacta (es la palabra exacta) ante la majestuosidad, la grandiosidad que emanaba de este divino acontecimiento: ante la singularidad del Resucitado, este hecho sobrenatural que, como sabemos, es único en el mundo. Por eso, esta vez no puedo dejar de detenerme para subrayarlo nuevamente. […] La resurrección de Jesús es lo que caracteriza principalmente al cristianismo, lo que distingue a su fundador, Jesús. El hecho de haber resucitado. ¡Resucitó de la muerte! Pero no como resucitaron otros, por ejemplo Lázaro, que más tarde, llegado el momento, murió. Jesús resucitó para no volver a morir nunca, para seguir viviendo, incluso como hombre, en el Paraíso, en el corazón de la Trinidad. ¡Y lo vieron 500 personas! Y está claro que no era un fantasma. Era Él, realmente Él: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado» (Jn 20, 27), le dijo a Tomás. Y comió con los suyos y les habló y se quedó con ellos 40 días… Había renunciado a su infinita grandeza por amor a nosotros y se había hecho pequeño, un hombre entre los hombres, como uno de nosotros.  […] Pero, habiendo resucitado, rompió, superó todas las leyes de la naturaleza, del cosmos entero, y de ese modo se mostró más grande que todo lo que existe, que todo lo que había creado, que todo lo que pueda pensarse. Por eso nosotros, con sólo intuir esta verdad, no podemos dejar de considerarlo Dios, no podemos dejar de hacer como Tomás y, arrodillados ante Él en adoración, confesar y decirle de corazón: «Señor mío y Dios mío». […] Y contemplé con otros ojos lo que Jesús hizo durante aquellos extraordinarios días en la Tierra, después que bajase del Cielo un ángel que desplazó la piedra de su sepulcro y lo anunció, el Resucitado se le apareció en primer lugar a la Magdalena, que era una pecadora, porque Él se había encarnado para los pecadores. Lo vemos por el camino de Emaús, grande e inmenso como era, transformado en el primer exegeta y explicando las Escrituras a los dos discípulos. Lo vemos como fundador de su Iglesia, imponiendo las manos a sus discípulos para darles el Espíritu Santo; lo vemos diciendo esas extraordinarias palabras a Pedro, a quien puso como cabeza de su Iglesia. Lo vemos enviando a sus discípulos a todo el mundo para anunciar el Evangelio, el nuevo Reino fundado por Él, en nombre de la Santísima Trinidad, de la cual había descendido a la Tierra y a la cual, después, alcanzaría plenamente con la Ascensión. […] Y por haber resucitado, he aquí que las palabras que había dicho anteriormente, antes de su muerte, adquirían una luminosidad única, expresando verdades irrefutables. Las primeras de todas, aquellas con las que anuncia también nuestra resurrección. Lo sabía y lo creía porque soy cristiana. Pero ahora estoy doblemente segura: resucitaré, resucitaremos. […]». Chiara Lubich, Unidos hacia el Padre, Editorial Ciudad Nueva , Madrid 2005, p.113-116

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