Movimiento de los Focolares

En el corazón de la ciudad se enciende la fraternidad

Ene 19, 2015

En un país en el que los cristianos son una minoría, el relato de la Navidad celebrada en un Centro para niños con capacidades diferentes. Una fiesta que llega a ser de todos. Un Dios que se vuelve pequeño para hacernos hermanos.

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En nuestro país el 25 de diciembre no es feriado – cuenta una voluntaria de un Centro para niños con capacidades diferentes. Sin embargo, advirtiendo con tiempo a las familias de los niños que hacen aquí su rehabilitación, al menos ese día interrumpimos las labores. Así, de acuerdo con los chicos del equipo, pensamos pasar la Navidad en el Centro, almorzando juntos.

Los chicos invitaron también a algunos jóvenes que a lo largo del año nos ayudaron en el servicio en los orfanatos, y estaban contentos de asistir a nuestro festejo. Algunos de ellos son cristianos, otros no, como la mayoría de las personas a nuestro alrededor, pero cada uno guarda en el corazón el deseo de ser una familia.

Cuando nos saludamos, en todos había una mirada de alegría, como cuando se espera algo hermoso.

En este periodo, cerca del Centro, en el que tratamos de poner en práctica la espiritualidad de la unidad, están alojadas algunas familias cuyos niños estamos cuidando. Vienen de lejos. Están viviendo situaciones muy difíciles y dolorosas, por un sinnúmero de motivos. Aunque nuestro servicio estaba suspendido, les preguntamos si querían venir para pasar juntos un momento de festejo. Todas aceptaron. Una mamá se puso a llorar, por la felicidad que le dio la propuesta: “Sé que la Navidad para ustedes es una celebración muy importante; si me invitan significa entonces que ¡también yo soy importante!”.

Otra mamá, unas tres semanas antes había tomado un tren para venir a la ciudad con su esposo y traer a consulta médica a su hija que sufre una forma grave de parálisis cerebral. Visitó varios lugares pero en todos le dijeron que tanto esfuerzo no valía la pena, que era mejor regresar a casa y dejar las cosas tal como estaban. Con una gran desilusión, consiguió el pasaje de tren para esa tarde. Fue entonces cuando se acordó de una pariente cristiana que tiempo atrás le había hablado de una iglesia que había visitado. Aunque ella no es cristiana, sintió el impulso de buscar esta iglesia. La encontró, y ahí habló con un sacerdote. Éste conocía a un joven de nuestro equipo, que canta en el coro de la iglesia, y le dijo: “Mire, aquí cerca, caminando un cuarto de hora, usted puede llegar a un lugar en el que reciben a niños como su hija. Haga el intento”. Le explicó el camino y así llegaron a nuestro Centro. Aunque no tenían cita, dos de nosotros las recibieron.

Poco tiempo después, ella llamó a su esposo, que las esperaba en el hotel, y le dijo: “Ya no partimos”.

Luego entendimos que la relación entre ellos estaba atravesando por un momento de crisis, precisamente por la niña: “Cuando llegué aquí, lo que más me impresionó fue la sonrisa de las personas. Volví a encontrar la esperanza y también mi esposo ya no está tan deprimido”.

La invitación a nuestro festejo se extendió también a ellos. Navidad… ¡un Dios que se vuelve pequeño para hacernos a todos hermanos!

 

 

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