Movimiento de los Focolares

Enzo Fondi, un relato

Dic 16, 2014

Enzo Fondi es uno de los primeros focolarinos. Era un joven médico en búsqueda de un ideal. Cuenta su encuentro con “aquella joven mujer que personificaba de forma auténtica ese anuncio que ella comunicaba”. Era Chiara Lubich, y, para Enzo, no existía otro camino más que el de seguir ese anuncio.

EnzoFondi_a«En los últimos años del liceo llegó a mis manos el libro de Alexis Carrel “L’uomo questo sconosciuto” (“El hombre, ese desconocido”). Encontré en el libro una fuerte inspiración para mi futuro. Con su intuición sobre la relación psicosomática, es decir la interacción entre el cuerpo y el alma tanto en la salud como en la enfermedad, me imprimió la pasión por la ciencia médico-biológica. Pero eran tiempos de guerra y había tenido lugar el desembarco en Anzio (Italia), a pocos kilómetros de distancia de donde vivía mi familia, lo que me sumergió en la experiencia traumática de los bombardeos continuos con la destrucción de mi casa. Roma fue el puerto seguro al que nos dirigimos con mi familia llevando los pocos bienes que se pudieron salvar. Aquí la vida recomenzó y pude inscribirme en la Facultad de Medicina. Además de mis estudios que avanzaban con buenos resultados, participaba en las actividades de los católicos en el campo universitario. Estaba cada vez más convencido de que los valores auténticamente evangélicos, como la caridad, la justicia, la fe que se traduce en obras, debían enraizarse más profundamente en las conciencias, para evitar esa dicotomía mortal entre la relación con Dios y la relación con los hombres que termina haciendo que la presencia de los cristianos en el mundo fuera invisible y sin influencia. Así fue que, sin saberlo, estaba en búsqueda, en un clima de expectativa interior, de vaga insatisfacción, que me estaba preparando para la novedad. Era éste el estado de alma con el que, durante el 5º año de Medicina, en febrero de 1949, fui invitado a una reunión. EnzoFondi con ChiaraLubichAllí conocí a Chiara Lubich y fue ella, luego de ser presentada por un religioso, la que contó su experiencia espiritual y también la del primer grupo que había surgido a su alrededor. Y, no sabría decir por cuál alquimia, la historia escuchada que relataba Chiara, se convirtió también en mi historia. No se trataba de ideas, que tenían necesidad de explicación. La suya era una sencilla exposición de hechos ocurridos, extraordinarios, y sin embargo “normales”, como cada uno de nosotros espera siempre que sean los acontecimientos, cuando Dios interviene en la historia de los hombres. Se trataba de aceptar o no ese relato. Pero, para conocerlo mejor, si uno lo aceptaba, no existía otro camino más que el de seguir a esa joven mujer que –se veía- era la experiencia viva, personificaba de forma auténtica ese anuncio que ella comunicaba. Así, al final del encuentro, quise estar algunos minutos más con Chiara, y la acompañé durante un trecho del camino. Desde ese día no perdí más el contacto con las primeras focolarinas, que habían llegado a Roma desde hacía algunos meses […] Pero mi relato no estaría completo si no contara, cual fue, en estos años, el arma secreta que logra vencer las batallas contra nosotros mismos, y hace superar la radical incapacidad de amar, que nos aflige a todos. Era el descubrimiento del mayor dolor de Jesús en los pequeños y grandes dolores de la humanidad. A menudo Chiara hablaba de esto, porque era de una ayuda indispensable, especialmente para quien daba los primeros pasos en la construcción de la unidad. Todos conocemos la sombra que a menudo se forma detrás de nuestra naturaleza, con todos sus repliegues y egoísmos. Pero, habiendo sido asumido, de una vez para siempre, por Jesús, todo esto adquirió Su rostro y Su voz, para decirnos que “la noche ya no tiene oscuridad” y que cada llaga se puede curar, porque Él la amó y la curó. En estos años sentí muchas veces el peso de situaciones dolorosas. Sin embargo, cuando creyendo en el Amor, me lancé en Sus brazos, más allá del dolor encontré una paz, una alegría más pura y más profunda».  

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