La palabra clave es camino. Porque «la verdad se busca caminando». Se entusiasma Emmaús, como la llaman sus compañeros de movimiento, cuando describe la visión del Papa Bergoglio sobre el ecumenismo. Le brillan los ojos delante de una realidad eclesial cuya vocación es la unidad. En los derroteros marcados por su fundadora, Chiara Lubich. Uno de los poquísimos movimientos nacidos en la Iglesia católica que acepta como miembros a fieles de otras iglesias. Una rareza en tiempos de fragmentación. «Pienso que el catolicismo verdadero es el que Dios piensa, un conjunto de comunidades cada una con su identidad. Pienso que se llegará, porque se debe llegar, a que todos sean uno. Lo pidió Jesús. No una sola Iglesia católica; católica en el sentido universal sí, pero no una sola Iglesia romana o una sola Iglesia de Constantinopla». Sus palabras suenan provocadoras. «¡Claro, es provocador!», responde. En su «provocación» parece sentirse confirmada por el Papa argentino. En la última vigilia de Pentecostés, el 3 de junio, el Pontífice convocó a los movimientos carismáticos, católicos y no. Antes del comienzo, el Papa preguntó especialmente por María Voce. Un sacerdote la fue a buscar. Ella se sumó al grupo de líderes sentados en el escenario. Al final de su intervención, el Papa se le acercó y, ante su completa sorpresa, la tomó de la mano exclamando: «Ven, María…». No dijo más. Y juntos dejaron el lugar. «Desde el primer momento, cuando escuché al Papa asomado al balcón saludar a la multitud y presentarse como Obispo y no como Pontífice había ya un signo evidente de esta capacidad suya de relacionarse en pie de igualdad con las otras iglesias». Jorge Mario Bergoglio –recuerda Voce– ya tenía una experiencia vivida de ecumenismo con contactos fluidos con otras Iglesias en Buenos Aires. En aquel pasado, María Voce identifica el germen de lo que vino después, en su pontificado, y que llegó a la máxima expresión con la presencia del Papa en los actos conmemorativos del quinto centenario de la Reforma protestante de Martín Lutero en Lund (Suecia), hace casi un año. «En Lund ocurrió una cosa enorme, porque dos jefes de Iglesia del mismo nivel de autoridad se encontraron, firmaron una declaración». El desafío es replicar la actitud del Papa y sumarse al «espíritu de Lund». «Si Juan Pablo II será siempre recordado por el “espíritu de Asís”, yo creo que el Papa actual debe ser recordado por el “espíritu de Lund”». Aunque ese optimismo tiene limitaciones. María Voce reconoce que, «por desgracia», aún existen actitudes del pasado entre los católicos. Aquellos que piensan «la Iglesia somos nosotros» y los demás están afuera. Una actitud perpetuada que ha llevado a una cierta fatiga espiritual. «Hemos ralentizado la historia. No hemos caído en un inmovilismo en el sentido concreto, pero quizás hemos ralentizado procesos históricos por miedo. No diría la Iglesia toda, sí muchos de sus miembros». «Somos hermanos ligados por el Bautismo, también ellos viven el mismo Evangelio que vivo yo. ¿Quién soy yo para permitirme decir que él vale menos que yo ante Dios? El Papa está dando un gran impulso en este sentido». ¿Cómo avanzar? Para María Voce, de muchas maneras. Entre ellas revalorizando a los grandes personajes en la historia de las Iglesias, como Lutero; apreciando el martirio de los cristianos que ofrecen sus vidas sin importan cuál sea su Iglesia, y buscando modos para expresar el propio credo en modos «más aceptables para todos». Pero, sobre todo, viviendo concretamente la fe compartida. Porque la nueva etapa de diálogo empujada por Francisco se realiza en el camino, no estando detenidos. La apuesta lleva implícita sus riesgos. Uno de ellos es la falta de formación. Como líder de un movimiento ampliamente extendido y enraizado a nivel mundial, Voce constata un evidente defecto en la catequesis de los católicos. «Es justo estar atentos a la formación, pero se necesita arriesgar, porque si no se arriesga no se va adelante. Ese es el camino de ecumenismo extraordinario que el Papa está llevando adelante. Nosotros sentimos que debemos ayudarlo a convertir esto en una realidad del pueblo, en un ecumenismo vital, concreto». No se trata de caer en la confusión. O de perder la propia identidad. Sino de compartir los momentos, incluso las ceremonias litúrgicas, evitando las mezclas extrañas, alzando la voz de la oración compartida. Por eso subraya: «¿En este camino existe algo más por hacer? Mientras existan en el mundo lugares donde los cristianos combatan entre ellos o busquen prevalecer los unos sobre los otros, o estén divididos, hay mucho por hacer».
Ser constructores de paz
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