Carpi, una pequeña ciudad de Emilia Romana. La parroquia del “Corpus Domini” se encuentra en una zona en pleno desarrollo, habitada por familias de las más variadas proveniencias.  El interés está centrado en los negocios, predomina la indiferencia religiosa, la influencia religiosa es de apenas el siete por ciento.  ¿Cómo salir al encuentro de esta gente?

Dios ama a todos – La acción pastoral del párroco, no se limita al pequeño grupo de los practicantes sino que va dirigida a todos.  Acerca a toda persona que encuentra con una actitud de amor, sabiendo que es un encuentro con Jesús, y tantos quedan conquistados e involucrados.  A ellos les comunica su descubrimiento: Dios es amor y quiere que también nosotros nos amemos.  Basta vivir sus palabras, que, si se viven, cambian poco a poco la mentalidad, promueven un espíritu de comunión, suscitan un clima de familia.  Muy pronto tantos hacen la experiencia.  Empiezan los encuentros de la Palabra de Vida que después se multiplican, se hacen en los caseríos, involucrando cada vez más personas.  Se forma una verdadera comunidad abierta y acogedora, con un estilo de vida según el Evangelio.

Un hombre pide al párroco una constancia de idoneidad para ser padrino de bautismo.  No es practicante y no está ni siquiera seguro de tener fe.  “¿Por qué quieres hacerlo?”, pregunta el párroco.  “Para hacerle un favor a mi hermana que insistentemente me lo ha pedido”, responde.  “Un acto de amor –subraya el padre Carlo- ¡es una trozo de Evangelio vivido!”.  Él no pensaba que estaba viviendo el Evangelio, y queda sorprendido.  Nace un coloquio sobre Dios que es amor y sobre cómo el amor presente en cada acción vivida por los demás es un reflejo de Él.  Queda fascinado.  Empieza un camino de conocimiento del Evangelio.

El amor no tiene fronteras – El amor es siempre creativo y suscita gestos de amistad también hacia quienes están en contra.  En la parroquia existe un círculo de ancianos hostiles a la Iglesia por educación y por razones históricas.  Están construyendo una nueva sede.  Es una obra social, que ayuda a estas personas.  Considerando el aspecto positivo de esta iniciativa, el párroco le propone al Consejo pastoral alentarlos, ofreciéndoles un aporte económico.  Hay un rechazo inicial.  Entonces les explica que a los creyentes les toca ser los primeros en amar.  Aprueban dar una pequeña suma.  Él la acompaña con una cálida carta de agradecimiento por este servicio a todos los ancianos del vecindario.  El gesto ha sido más elocuente que una prédica: cuando en el círculo se recibe el regalo y se lee la carta a todos se les llenan los ojos de lágrimas. Y empieza una actitud nueva, de apertura, hacia la Iglesia.

Casa abierta a quien no puede recibir los sacramentos – La parroquia es la casa de todos: nadie debe sentirse excluido.  Se encuentra el modo de que todos se sientan acogidos, también aquellos que no pueden recibir los Sacramentos.  Se les explica que en tanto pueden vivir la Palabra de Dios, amar al prójimo, compartir alegrías y dolores sabiendo que Jesús ha dicho: “Cualquier cosa que hagan a uno de estos mis hermanos más pequeños a Mí me lo hicieron”.

T. tenía a sus espaldas un fracaso matrimonial y vivía desde hacía algunos años con F-; había recibido una formación cristiana y ahora se sentía lejana de Dios y rechazada por la Iglesia.  Un día entra en la parroquia.  El párroco va hacia ella y la saluda con calidez.  La mujer se siente acogida y le abre su corazón, comunica su dolor.  De él, por primera vez, escucha decir: “Dios te ama inmensamente”.  Es la luz: empieza a frecuentar los encuentros de la Palabra de Vida, se esfuerza en vivir el Evangelio, empieza a hacer de él una experiencia.

Y, como ellos, muchos han sido conquistados por la acogida cordial encontrada en la parroquia y por la atmósfera de caridad que se respira en esa comunidad.  Una comunidad  que ha sido invitada a ofrecer la propia experiencia también en congresos y encuentros a nivel nacional e internacional.

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