Desde Tailandia
«Nos hemos puesto a disposición, ayudando en los hospitales, donando sangre, haciendo de intérpretes para muchos turistas afectados. Desde Bangkok algunos de nosotros han ido al sur para llevar las primeras ayudas recogidas en el lugar y ver que se puede hacer seguidamente. Mons. Prathan, Obispo del Sur de Tailandia, subraya la importancia del aspecto espiritual, además de la ayuda material, de la potencia de la oración para aquellos que sufren. Les hemos asegurado que todo el mundo participa, también con la oración, por los sufrimientos de nuestro país».

Desde India, una joven del Movimiento, de Madras (Tamil Nadu), nos escribe:
«El dolor es de una dimensión tal que te trastorna. La situación en Sri Lanka es mucho más grave. Muchas personas han sido traídas a Mandras y están alojadas en las oficinas de la municipalidad, en las iglesias, en los templos. Sin embargo en medio te todo este inmenso dolor se ve el amor, el Amor de Dios a quien confiamos todo, el amor entre la gente: las familias han abierto sus propias casas para acoger a quien se quedó sin nada, los jóvenes se han comprometido a recoger los cuerpos para hacer funerales simples pero dignos, así como el hombre a imagen de Dios merece, las hermanas y los religiosos trabajan sin descanso y son el punto de referencia para todos más allá de la religión, las mujeres no dejan de cocinar arroz para todos, los médicos intervienen sin detenerse, los más pobres tratan de ayudar a quién está en una situación más trágica de la propia».

Y todavía: «Con mi hermano y una red de distribuidores preparamos paquetes “de primera necesidad: una pequeña cocina de kerosén, platos, medicinas para purificar el agua, una alfombra de hojas secas para dormir, arroz y galletas para los niños, lentejas. Recogemos cuanto nos da la gente y en los negocios compramos con descuento; no contamos con nuestro dinero que prácticamente se ha terminado, sino con la providencia. También nuestro pequeño automóvil lo hemos puesto a disposición para transportar a las personas. Hemos iniciado una programa para la distribución. Yo no me puedo mover de la ciudad: nuestra casa acoge adultos y niños, enfermos y heridos, de los que tengo que hacerme cargo al regresar del trabajo. Un aporte pequeño pero que sin duda llega enseguida y directamente a las familias y les permite sobrevivir. Y ésta, ahora, es la cosa más importante… la gran lección es que sólo el amor permanece».

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