Señor gobernador de Pensilvania, Edward Rendell;

profesor Benjamín Barber,

señoras y señores:

Es para mí un gran honor poder dirigir este discurso a un público tan calificado, que hoy se ha reunido en Filadelfia para declarar su compromiso de construir un mundo más unido, más justo, más fraterno.

Era mi deseo estar allí presente, pero como no me fue posible permítanme ofrecerles con este mensaje una breve reflexión personal.

Cuando en junio pasado, en Roma, tuve un prolongado y cálido encuentro con el profesor Benjamín Barber, adherí espontáneamente, con alegría, a esta primera Jornada Mundial de la Interdependencia.

La realidad de la interdependencia, en efecto, me remite a un ideal muy querido por el cual – junto a muchas personas de buena voluntad comprometidas en la política, en la economía y en los diversos campos de la acción y del saber – decidí invertir mi vida: la unidad de la familia humana.

Al día siguiente del 11 de setiembre muchos de nosotros han advertido la exigencia de reflexionar a fondo sobre sus causas, pero sobre todo de comprometerse por una verdadera, responsable y decidida alternativa al terror y a la guerra. Para mí ha sido revivir un poco la experiencia de la destrucción y la sensación de la impotencia humana, en la ciudad italiana de Trento, bombardeada durante la Segunda Guerra Mundial.

Pero justamente bajo las bombas, mis primeras compañeras y yo hemos descubierto en el Evangelio la luz del amor recíproco, que nos llevó a estar dispuestas a dar la vida unas por otras. Y entre los escombros de esa destrucción, convencidas de que “el Amor vence todo”, nació el deseo fuerte de hacer partícipe de este amor a cada prójimo, sin distinción de personas, grupos, pueblos, y sin tener en cuenta las condiciones sociales, la cultura, las convicciones religiosas.

De modo análogo hoy en Nueva York como en Bogotá, en Roma como en Nairobi, en Londres como en Bagdad muchos nos preguntamos si es posible vivir en un mundo de pueblos libres, iguales, unidos, donde no solamente unos respeten la identidad de los otros, sino que también se interesen por las respectivas necesidades.

La respuesta es sólo una: no solamente es posible, sino que es la esencia del proyecto político de la humanidad.

La unidad de los pueblos en el respeto de las múltiples identidades es la finalidad misma de la política, que la violencia terrorista, la guerra, la injusta distribución de los recursos del mundo y las desigualdades sociales y culturales parecen poner hoy en discusión.

Desde muchos puntos de la tierra se eleva el grito de abandono de millones de refugiados, de millones de hambrientos, de millones de explotados, de millones de desocupados que son excluidos y como ‘amputados’ del cuerpo político. Esta separación, y no solamente las carencias y las dificultades económicas, es la que los hace aún más pobres, que aumenta – si es que todavía puede aumentar – su desesperación.

La política no habrá alcanzado su finalidad, no habrá mantenido la fidelidad a su vocación hasta tanto no haya reconstituido esa unidad y sanado esas heridas abiertas en el cuerpo político de la humanidad.

�Pero cómo podremos alcanzar una meta tan exigente, que parece superior a nuestras fuerzas? Ante los desafíos que nos presenta el presente y el futuro de la humanidad, la libertad y la igualdad no bastan por sí solas. Nuestra experiencia nos enseña que se necesita, creemos, un tercer elemento, olvidado desde hace tiempo en el pensamiento y la praxis de la política: la fraternidad. Sin la fraternidad ningún hombre y ningún pueblo son libres e iguales, en el verdadero sentido de esas palabras. Igualdad y libertad siempre serán incompletas y precarias, hasta tanto que la fraternidad no forme parte integrante de los programas y de los procesos políticos de cada región del mundo.

Queridos amigos, el nombre de la ciudad donde estamos reunidos, Filadelfia, �no evoca acaso un programa de amor fraterno?

Es la fraternidad la que hoy puede dar contenidos nuevos a la realidad de la interdependencia. Es la fraternidad la que puede hacer florecer proyectos y acciones en el complejo tejido político, económico, cultural y social de nuestro mundo. Es la fraternidad la que hace salir del aislamiento y abre la puerta del desarrollo a los pueblos que todavía están excluidos. Es la fraternidad la que indica cómo resolver pacíficamente las discordias y que relega la guerra a los libros de historia. Es por la fraternidad vivida que se puede soñar e incluso esperar en una especie de comunión de bienes entre países ricos y pobres, ya que el escandaloso desequilibrio que existe en el mundo es una de las causas principales del terrorismo. La profunda necesidad de paz que la humanidad expresa dice que la fraternidad no es solamente un valor, no es solamente un método, sino que es un paradigma global de desarrollo político. Es por esto que un mundo cada vez más interdependiente tiene necesidad de políticos, de empresarios, de intelectuales y de artistas que pongan a la fraternidad – instrumento de unidad – como centro de sus acciones y de sus pensamientos. El sueño de Martín Luther King era que la fraternidad fuera el orden del día del hombre de negocios, y la palabra de orden del hombre de gobierno.

Queridos amigos:

�cómo cambiarían las relaciones entre los individuos, los grupos y los pueblos, si solamente fuéramos conscientes de que somos todos hijos de un único Padre, Dios, que es Amor y que ama a cada uno personal e inmensamente, y se ocupa de todos! Ese amor, conjugado en sus infinitas formas, incluso políticas y económicas, conduciría a superar nacionalismos y visiones parciales, abriendo las mentes y los corazones de los pueblos y de sus gobernantes, y empujando a todos – como afirmé en mi discurso en la Naciones Unidas, en el 1997 – a amar la patria del otro como la propia.

Esta es la experiencia de sesenta años del Movimiento de los Focolares, que hoy está presente en 182 Países del mundo, y al que adhieren millones y millones ce personas de todas las latitudes.

Hago votos, entonces, para que esta primera Jornada Mundial de la Interdependencia, y para cuantos han adherido, sea la ocasión de un compromiso renovado de vivir y trabajar juntos, con dedicación y confianza, sosteniéndose siempre unos a otros, por la unidad de la familia humana universal.

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