Impresionantes fueron los testimonios de las familias de los cinco continentes contados en el momento cúlmen del Encuentro Mundial de las Familias promovido por el Pontificio Consejo para la Familia.  Desde África, la familia Simango -el padre, la madre y dos gemelos de 14 años- vive en un ambiente permeado por preciosos valores tradicionales. Pero es también fuerte el riesgo de que el consumismo, con la presión de los medios de comunicación, borre todo e imponga otros modelos. Es importante educar a los hijos en el respeto de las tradiciones, pero siempre abiertos a lo nuevo…

Dennis (padre)
Como en tantos países de África, también entre nosotros sube continuamene el precio de las cosas mientras que los sueldos permanecen igual. Como consecuencia, cada vez hay más personas bajo el nivel de la pobreza. Nuestros mercados se llenan de productos lujosos y modernos: juegos, vestidos de todo tipo, teléfonos… y la publicidad incita a comprarlos. De este modo, en lugar de intentar combatir la pobreza creando nuevas oportunidades de desarrollo, la gente se apasiona por estas cosas y sufre porque no puede conseguirlas.

Como padres sentimos el deber de enseñar a nuestros hijos a distinguir lo que es esencial en la vida y lo que no lo es, como es el caso de todas esas cosas que ellos, en un primer impulso, desearían tener. Intentamos que comprendan que la tecnología no puede sustituir nuestra buena voluntad de respetar lo que ya tenemos y que debemos comprar sólo cosas nuevas cuando es necesario. Pero más que mediante nuestras palabras, lo hacemos escuchando juntos el Evangelio. Una tarde hemos reflexionado, también con los niños, sobre las palabras de Jesús: “Cualquier cosa que hayáis hecho a uno de estos mis hermanos más pequeños, me la habéis hecho a mí”. Al día siguiente nos contamos unos a otros, de manera espontánea, cómo habíamos llevado a la práctica esta palabra y hemos visto que todos hemos podido compartir algo con los demás, pensando en dárselo a Jesús. Yo había dado el tiempo del descanso de la comida a un alumno con dificultades; mi mujer había dado arroz a una vecina que no tenía nada; los niños habían prestado uno el lápiz y el otro la goma a sus compañeros. Al contarnos estas cosas, los más felices eran los niños, que habían comprendido que no es necesario ser ricos para poder compartir.

Margaret (14 años)
En el colegio nos dan sólo la comida básica, no siempre suficiente. El año pasado, muchos de mis compañeros se quejaban de hambre y con frecuencia yo les daba todo lo que había traído de casa. Al regresar a casa por las vacaciones, mi madre se dio cuenta de que estaba un poco delgada. Cuando supo el motivo, me recomendó no dar de lo necesario para vivir pero me ha dado otras cosas para que pudiera compartirlas.

Modesta (madre)
En nuestra cultura, compartir está considerado un gran valor, como dice un antiguo proverbio africano: “…A diferencia de un pedazo de tela, la comida no es nunca tan poca que no se pueda compartir.”
Pero con la influencia de los medios de comunicación, muchos han comenzado a pensar que es mejor retener para uno mismo todo lo que se posee. Otro peligro ligado al uso incontrolado de la Televisión son las telenovelas y los dibujos animados de importación, que ofrecen modelos de vida muy distintos a los de nuestra cultura, sobre todo en lo que respecta al consumismo y a las relaciones entre hombres y mujeres. En familia hemos acordado unas reglas, por ejemplo nada de televisión durante los días de colegio y en los fines de semana y en las vacaciones sólo dos horas al día y teniendo cuidado con los programas que se ven. A veces conseguimos DVDs, procurando que sean buenos, los cuales luego los intercambiamos con las familias de los diversos grupos que atendemos, sea en nuestra ciudad o en las zonas rurales. Pero sobre todo hablamos con los jóvenes sobre lo que han visto, a fin de suscitar en ellos un sentido crítico adecuado, “para poder discernir –como enseña San Pablo- la voluntad de Dios, lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto” (Rm 12,2).

Mario (14 años)
Cuando estaba en el colegio estaba impaciente por regresar a casa para pasar todo el tiempo ante el televisor. Hablando con mi familia, he comprendido que no es ésta la verdadera libertad y que la televisión a veces puede convertirse en una trampa. Así he aprendido a pasar incluso varios días sin encenderla.

Modesta
¡Oh María, que eres la reina de África!, tú sabes que es una tierra rica en recursos, pero que atraviesa por grandes dificultades: pobreza, desnutrición, sida, epidemias, conflictos y guerras. Danos gobernantes sabios y mantennos fieles a aquella cultura de la vida que nos han enseñado nuestros padres. Ayúdanos a vivir y a transmitir a nuestros hijos la buena noticia del Evangelio, compendio de valores humanos y cristianos, que nos hace hijos tuyos y hombres nuevos.

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