«¡Siempre eres desordenada! La casa es un desastre», dice Roberto.
«Y tú eres un perfeccionista, no soportas ni un grano de polvo», le responde Lucilla.
Este tipo de diálogo puede sonar familiar para muchas parejas.
Sabemos que, en algún momento, todas pueden caer en una espiral de acusaciones mutuas que parece no tener fin.
Pero también ocurre en otras relaciones: con hijos, colegas o compañeros de comunidad. En estos casos, la comunicación se vuelve predominantemente negativa: reproches, juicios, y el dedo siempre señalando el error del otro.
¿De dónde nace esta compulsión a corregir?
Para entender esta tendencia, a veces es necesario mirar hacia la infancia. En una pareja en particular, ambos habían crecido con figuras parentales muy severas. Como adultos, habían interiorizado esas voces críticas, que ahora resurgían en sus interacciones de pareja. Lo que parecía ser una actitud racional y “correcta” hacia el otro, era en realidad la activación inconsciente de un esquema aprendido en la infancia.
El “padre crítico” según la psicología
En el marco del análisis transaccional, se habla del concepto de “padre crítico” para describir esa voz interior que juzga constantemente. Es la parte de nosotros que cree saber lo que está bien y lo que no, que se apresura a señalar errores y fallas. En el caso de esta pareja, ambos se relacionaban como jueces, corrigiendo y sancionando al otro, sin darse cuenta de que estaban proyectando viejos esquemas aprendidos.
Un camino de conciencia y liberación
La toma de conciencia fue el primer paso para cambiar. Reconocer que esa actitud crítica tenía raíces antiguas les permitió distanciarse de ella y transformar su forma de comunicarse.
Curiosamente, aquello que habían sufrido de niños, lo reproducían con su pareja. Pero al reflexionar sobre el origen de esa voz interior, pudieron empezar a debilitar su influencia. La literatura psicológica sugiere también otras estrategias útiles:
- Tomar distancia del pensamiento crítico interior
- Sustituir sus ataques por pensamientos compasivos
- Aceptar que la imperfección del otro no es una catástrofe
Tal vez en la infancia no pudieron experimentar esto, y cada error era vivido como un fracaso absoluto. Reaprender que equivocarse es parte del camino, y no un juicio final, es una conquista esencial.
Dar permiso al otro para equivocarse
Conceder al otro el derecho al error es una vía maestra para reconciliarse con la rigidez interna del “padre crítico”. No es magia: es un proceso, a veces lento, pero profundamente liberador.
Hoy, Roberto y Lucilla siguen enfrentándose cada día con esa parte de sí mismos. No siempre lo logran, pero cuando lo hacen, su comunicación es fluida, tranquila, sin obstáculos.
Ya no necesitan reprocharse mutuamente: han encontrado nuevas formas para decirse lo que duele o molesta, sin sentirse juzgados ni atrapados en un tribunal sin salida.
Por Lucia Coco
Publicado el 25 de julio de 2025 en www.cittanuova.it