Me sorprendió cómo el Papa Francisco, hablando a los ciudadanos romanos el año pasado, instó a todos a hacer ese “trabajo político” que corresponde a cada uno de nosotros en la ciudad. Lo llamó “ser artesanos de fraternidad y de solidaridad”.
Me parece una de las expresiones más hermosas para contar lo que es el compromiso político, que debe involucrar tanto a un ciudadano como a un administrador…
¿Y una familia no puede y debe convertirse en “artesana de fraternidad y de solidaridad”?
Buscando el significado del término “Artesano”, encontré esta explicación que me parece que nos ayuda a entender de qué se trata: “El artesano es aquel que realiza una actividad, incluso artística [la política debe producir también la belleza en la ciudad…]. Es el que produce, o también repara los bienes, con su trabajo manual, sin trabajar en serie, generalmente en su propio taller”.
Esta es la dimensión de un compromiso cotidiano, envolvente, que tiene siempre presente al destinatario de la obra, ¡desde el principio hasta el final del trabajo!
Pero, ¿dónde está el origen de una política así concebida, que muchas veces se aleja de la realidad?
En la década de 1960, un estudiante le preguntó a su profesora de antropología cuál era el primer signo de la civilización humana. La antropóloga no habló de pedernales, anzuelos, ollas de barro o piedras de molino, sino de un fémur roto y luego curado.
Explicó que en la manada, si te rompes la pierna, mueres. Nadie en la manada sobrevive a una pierna rota todo el tiempo necesario para que el hueso sane.
Un hombre con un fémur roto que después se curó es la prueba de que alguien cazó para él. Alguien se tomó el tiempo para estar con él, lo llevó a un lugar seguro y lo ayudó a comer hasta que se recuperó.
La profesora concluyó: “Ayudar a alguna otra persona en las dificultades es el punto preciso donde comienza la civilización, la sociedad humana”.
La sociedad humana se distingue de la manada que caza “con” el otro, porque también caza “para” el otro.
¡Es ese “para”, ese cuidado lo que marca la diferencia! Y la familia es el emblema, el símbolo de la ayuda mutua, gratuita, es el lugar no solo del “con”, sino del “para”.
La verdadera naturaleza de la política, el arte de darse y de gestionar reglas para la convivencia es lo que debe ser solo si se respeta la naturaleza humana de la reciprocidad.
Por supuesto, la tentación de la sociedad humana de volver a las reglas de la manada suele estar a la vuelta de la esquina, pero si esto sucede, la regresión de la sociedad humana a la de la manada también está asegurada para la política.
Las guerras, las venganzas y la esclavitud más o menos legalizada ¿no son expresión de una manada?
A nosotros nos toca dar un giro decisivo de verdad al significado de la política: crecer y volver continuamente a ese “para”.
Pero ¿cómo se puede hacer esto? Me gustaría profundizar aquí por dónde empezar, según mi opinión.
-¿Cuál es el primer paso?
El primer paso es la formación y este año es propicio para esto.
Solo una adecuada formación podrá producir un “vivero” de democracia.
Formará ciudadanos que sepan vivir activamente en democracia; funcionarios que sepan mediar entre instituciones y sociedad; diplomáticos capaces de trabajar tanto por su propio país como por los países de los otros, por un destino común de todos los pueblos; legisladores y administradores que tengan el valor de las verdaderas prioridades.
Todos juntos por una política que sea cada vez más una barrera a las tentaciones de volver a las reglas de la manada, donde el cuidado del otro no es una prioridad.
La familia es el primer lugar adecuado para formar a los políticos del mañana propiamente “humanos”. Y a este punto está claro que entendemos políticos como ciudadanos, funcionarios, administradores y legisladores, todos con funciones diferentes, pero con una misma responsabilidad hacia el vivir común.
¿Los puntos fundamentales de esta formación?
- Pertenecer a una comunidad,
- la gratuidad de las relaciones,
- la diversidad (hombre/mujer, generacional, caracterial…) como riqueza,
- la atención a las próximas generaciones…
Se necesita una formación así, que sea permanente, pero que comienza en la familia y que no se detiene nunca.
Además se necesita una formación espiritual. Un día escuché de los argentinos que no se hace política “sin mística”.
La Pira, un gran alcalde de Florencia del siglo pasado, afirmaba que “sin una Jerusalén” en la mente, no se puede gobernar una ciudad.
La Pira quería decir que hacer política sin un horizonte amplio, sin valores claros y sin puntos cardinales, gobernar se reduce a afrontar solo la cotidianidad, es decir,
a poner los parches sobre los huecos sin ninguna visión de futuro.
¡Hay que hacer las preguntas justas! La verdadera pregunta que hay que hacerse hoy, en este momento de cambio de época, para afrontar esta crisis democrática, no es “qué hacer”.
El verdadero problema es saber afrontare el “cómo” gobernar, “cómo” distinguir las prioridades.
Hemos experimentado, precisamente en estos tiempos de Covid, que las agendas del “qué hacer” pueden revolucionarse en un instante; en pocos días podemos encontrarnos en una situación completamente nueva, con prioridades completamente diferentes.
Este ejercicio en la familia es cotidiano, si se quiere hacer frente al estrés hay que estar preparados para cualquier eventualidad, teniendo un largo proyecto por delante…
Otro aspecto fundamental de la formación es la formación comunitaria.
Es necesario construir una comunidad educativa, formada por diversidades que se encuentran y dialogan en busca de una inteligencia diferente. Los politólogos llaman a esta inteligencia “incremental” (significa: que crece). Esta se produce solo en la reciprocidad y en el conflicto enfrentado y superado.
Además se requiere una formación de laboratorio que se genera:
- Recorriendo juntos, responsablemente, el propio territorio;
- conociendo su historia y sus protagonistas;
- aprendiendo a afrontar las heridas y tratando de encontrar los recursos para responder de manera inclusiva y “curativa”.
Esto será sin duda un primer paso necesario, que debe comenzar dentro de la familia.