Familias en la Frontera

 
Una experiencia de amor y perdón.

Somos G. y A., casados desde hace 24 años y con dos preciosas hijas de 14 y 21 años. Queremos contarles una experiencia de amor y perdón que fue muy fuerte para nosotros.
Una noche de verano, unos delincuentes, hijos de un conocido mafioso de la ciudad, incendiaron durante la noche el coche de uno de nuestros vecinos a raíz de una trivial disputa por ruidos nocturnos. Por desgracia, nuestro coche nuevo estaba aparcado cerca y quedó completamente destrozado junto con el de nuestro vecino.
No les contaremos nuestra consternación y rabia: nosotros dos, estimados profesionales (todo casa, iglesia y trabajo) nos vimos implicados, aunque indirectamente, en un acto delictivo, con la noticia y nuestros nombres apareciendo en los periódicos locales. Evidentemente, tuvimos que resarcirnos comprando un coche nuevo… y no diremos los costes porque son de sobra conocidos por todos… Habíamos experimentado directamente lo que significa sufrir un acto mafioso y, sobre todo, sentíamos una gran rabia hacia esos mafiosos.
Tiempo después, acogiendo con alegría la invitación del Papa Francisco de «salir a las periferias existenciales», ya que hacemos catequesis en la parroquia, propusimos al párroco hacer una catequesis itinerante en las familias de los niños que se preparan para la primera comunión: nació una experiencia maravillosa que implicaba a todas las familias de los niños y conseguía que el sacramento de la Eucaristía se convirtiera también en un momento de encuentro entre las familias de los niños.

Entrando en esas diversas familias, vivimos momentos de profunda fraternidad, compartiendo situaciones de alegría, pero también de dolor por enfermedad, falta de trabajo, y también problemas con la justicia.

Y sí, problemas con la justicia… Ese mismo año, el hijo menor de aquel mafioso, el hermano pequeño de aquellos chicos que nos habían incendiado el coche, iba a hacer la Primera Comunión, y ni siquiera nos habíamos planteado que teníamos que ir a su casa también para la catequesis. Sin embargo, el problema no se planteó: de hecho, nuestra madre nos llamó y nos dijo que no podíamos ir a su casa porque mientras tanto sus otros hijos mayores, al haber cometido otros delitos, estaban bajo arresto domiciliario y eso impedía cualquier visita.

Al mismo tiempo, esta madre se sinceró con nosotros y nos confió su gran dolor por la gravísima situación familiar: tenía puestas todas sus esperanzas en su joven hijo, que se veía obligado a vivir y respirar el ambiente de una familia mafiosa… Sin embargo, no quería que perdiera la oportunidad de vivir este momento de catequesis en las familias, como les estaba ocurriendo a todos sus demás compañeros, no quería que se sintiera diferente.

Este grito de dolor nos conmovió profundamente: ¿qué podíamos hacer para ayudar a esta madre? ¿Cómo podríamos aliviar el dolor y el sentimiento de fracaso expresado por esta mujer?

Cuando Jesús dio a sus discípulos su mandamiento: «Amaos los unos a los otros», especificó también el modo: «como yo os he amado».Jesús quiso así mostrarnos la medida con que debemos amarnos los unos a los otros: hasta dar la vida por los demás. Y al dar su vida en la cruz, nos reveló también que este amor estaba estrechamente vinculado al perdón: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen».

En ese momento recordamos también estas palabras de Clara: «El perdón es un acto de voluntad y de lucidez, por tanto de libertad, que consiste en aceptar al hermano tal como es, a pesar del mal que nos ha hecho, como Dios nos acepta a nosotros, pecadores, a pesar de nuestras faltas. El perdón consiste en no responder a la ofensa con la ofensa, sino en hacer lo que dice Pablo: «No te dejes vencer por el mal, sino vence el mal con el bien». El perdón consiste en abrir a quien te ofende la posibilidad de una nueva relación contigo».

Así que estaba claro: para amar concretamente a esa mujer y a toda su familia, teníamos que pasar por el perdón, teníamos que acoger plenamente y sin condiciones a esa familia. ¿Y cómo acogerlos? Proponiéndoles venir a nuestra casa, hacer en nuestra casa la catequesis impartida en su casa. Y así, a nuestra casa, en el centro de la hermosa ciudad, vino, bajo la mirada de todos, la familia del jefe local para una catequesis tan hermosa que la llevaremos con nosotros el resto de nuestras vidas.
El párroco se sintió profundamente avergonzado por la situación en la que le habíamos puesto, pero al final nos dio las gracias, diciendo que gracias a nosotros había tenido una fuerte experiencia de «catequesis fronteriza». ¡Y experimentamos que el amor incondicional rompe todas las fronteras!
(www.focolaritalia.it)