Es una fase muy dolorosa y muy compleja para la que se necesita un acompañamiento especial . Comprender lo que está sucediendo puede ayudarte a superar estos momentos sin sentirte completamente abrumado. En primer lugar, es útil entender que la literatura habla de varios tipos de divorcio. En 1973, Paul Bohannan, por ejemplo, elaboró seis dimensiones que involucran a la pareja en el momento de la separación:
- Divorcio afectivo: representa la disolución del proyecto de vida en común construido hasta entonces, de los sueños y esperanzas nacidos durante el tiempo transcurrido.
- Divorcio legal: la disolución legal del vínculo.
- Divorcio económico: cambio de estatus que puede crear una condición de dificultades económicas para uno o ambos cónyuges.
- Divorcio comunitario: abandono de la casa común o alejamiento de los amigos y de sus familias y, en general, de la red social construida conjuntamente.
- Divorcio de los padres: cuando el alto grado de conflictividad no permite mantener un acuerdo educativo respecto de los hijos o se produce una separación intencionada o por causas legales de custodia con ellos.
- Divorcio psicológico: separación de uno mismo de la personalidad y de la influencia del ex cónyuge, es decir, aprender a vivir la vida sin el otro.
Otra cosa sobre la que es útil llamar la atención se refiere a la conciencia de que cuando el matrimonio termina en contra de la voluntad de uno de los dos cónyuges, quien sufre esta decisión experimenta una condición psicológica similar al duelo (Gambini, 2010), indicando con este término el conjunto de todos aquellos procesos psicológicos conscientes e inconscientes que se despiertan por la pérdida de un ser querido.
Y si hablamos de duelo, no podemos dejar de recordar cuáles son clásicamente las fases del duelo: una primera fase de conmoción e incredulidad, caracterizada por el aturdimiento y la protesta, una segunda fase de intenso deseo y búsqueda de la persona perdida, una tercera fase de desorganización y desesperación, una cuarta fase de reorganización (Bowlby, 1982).
Por lo tanto, todo esto pone de manifiesto el concepto de la necesidad de tiempo para procesar el proceso de separación, un tiempo que también puede ser largo y que, desde luego, no es el mismo para todos. En este proceso, las personas que se separan tienen que lidiar con tres emociones en particular: el amor, que implica la nostalgia por la pérdida o la esperanza secreta de que todo pueda volver a ser como antes, la ira causada por la frustración sufrida, la sensación de haber sido engañado y el dolor percibido, la tristeza, ligada al sentimiento de soledad y desánimo que provoca la separación (Emery, 2005).
Al igual que en un duelo real, la dificultad radica precisamente en su elaboración, es decir, en la posibilidad de decir “adiós” a la persona que ya no está a tu lado. No es un trabajo fácil porque la separación también se puede definir como un trauma complejo y según la psicóloga Janina Fisher, la condición de trauma complejo conduce a lo que se llama “la fragmentación del yo”.
Además, algunos autores como Fisher (Rutgers University, 2010) han estudiado cómo, tras una ruptura, incluso el solo hecho de pensar en la persona amada activa áreas del cerebro implicadas en la adicción y el dolor físico. Es decir, cuando sufres abandono o rechazo, sufres con todo tu cuerpo, te sientes incapaz de continuar la misma vida que de repente parece vacía, agotadora o imposible.
Pero, sobre todo, como demuestran las investigaciones (Slotter, Gardner y Finkel, 2009), la ruptura de una relación amorosa conlleva una pérdida de identidad. La separación rompe la historia de la persona en dos tiempos distintos y plantea el problema de cómo dar continuidad a la propia identidad. Este es el punto focal: la separación del cónyuge sacude la identidad de uno y socava la representación de uno mismo. Y esto sucede en particular cuando los roles y las identidades se han anclado en la vida matrimonial. Paola dijo , por ejemplo: “Después de la separación sentí las miradas de conocidos y otras parejas sobre mí, sentí que valía menos y después de un tiempo ya no pude ir a sus reuniones”.
O Roberto escribió: “Me sentí como un fracasado, como si nuestro proyecto naufragado de vida en común dijera de alguna manera que yo no era capaz de mantener un vínculo, a pesar de las dificultades, y tampoco podía hacer nada en otras áreas de mi vida”.
Se trata de entrar en contacto con esta identidad de uno mismo puesta en crisis y distinguir entre lo que ha sucedido y lo que uno es y lo que puede seguir siendo, a pesar del acontecimiento de la separación. Se trata de cuestionarse a sí mismo y comprender si el estado civil es fundamental con respecto a la propia identidad y autoestima o a la percepción de autoeficacia en los contextos habituales de la vida. Tal vez la posibilidad de una nueva comprensión de sí mismo y de una nueva redefinición de sí mismo podría incluso abrirse entre el cambio y la continuidad de la identidad que, como alguien dijo, es como “el florecimiento de un nuevo brote en una rama que parecía haberse secado”
Autor: Lucia Coco
Fuente: Città Nuova