Cecilia Perrín

 
“Tus caminos son una locura” (22 de febrero de 1957 – 1° de marzo de 1985).

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María Cecilia Perrín nació en Punta Alta (Provincia de Buenos Aires – Argentina) el 22 de febrero de 1957. Hija de Angelita y Manolo Perrín, fue bautizada en la parroquia de María Auxiliadora, el 27 de febrero de 1957, siendo la tercera de cinco hermanos: María Inés y Jorge, los mayores; Eduardo y Teresa, los menores.

El ámbito familiar en el cual se desenvuelve la vida de la joven Cecilia es de profundas raíces cristianas. Familia abierta, caló muy profundo en su seno la espiritualidad de Chiara Lubich. Fueron de los primeros que adhirieron al Movimiento de los Focolares en Punta Alta y, Cecilia, una de las primeras gen. A ella Dios la iba preparando a un camino de santidad.

En el año de 1974, deben viajar a Buenos Aires por una enfermedad de la mamá y Cecilia, con 17 años, se convierte en la ayuda que el padre necesitaba para poder llevar adelante el hogar. Una experiencia que le hace alcanzar una prematura madurez humana y espiritual. En 1976 comienza a trabajar en el Instituto Sagrado Corazón de las Hijas de la Caridad, en el cual había estudiado. Como asistente de la Madre Superiora, su humildad y sencillez asombraba incluso a las mismas religiosas. Contemporáneamente se había inscripto en la universidad de Bahía Blanca, donde inicia varias carreras, Bioquímica, Historia y Filosofía. En 1982, considerando que en otros lugares hay más necesidades, se incorpora al Instituto José Manuel de Estrada, dando Catequesis. “Debemos incendiar de Amor este lugar”, repetía a sus compañeros de trabajo. En el establecimiento ella era “la claridad del Amor concreto de Dios”, recuerda una compañera de tareas.

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El 20 de mayo de 1983, luego de dos años de noviazgo, Cecilia contrae matrimonio en la parroquia María Auxiliadora con Luis Buide. Tanta gente concurre a la ceremonia que hubo que cortar el tránsito porque ocupaba todo lo ancho de la calle. El matrimonio transcurría con la felicidad propia de esa etapa, incluido el anuncio de embarazo a fines de año. Por molestias de una pequeña llaga en la lengua, en febrero de 1984 un examen médico diagnostica un tumor maligno que requería ser extirpado. Puesta al tanto de los peligros que el tratamiento podría significar para la criatura Cecilia toma la decisión rechazarlos consciente de arriesgar con ello su propia vida. Una opción en la que, cuando finalmente el diagnóstico se constata irreversible, se ve sostenida por el afecto de su esposo, familiares y amigos y la fuerza de la unidad con quienes compartía su ideal de vida.

A partir de ese momento comienza un dialogo cada vez más intenso y elevado con Dios que va compartiendo en cartas a sus amigos, familiares, alumnos. “Señor quiero ser como Vos quieras que sea –se lee en una de ellas- , tener la personalidad que desees, ser ante el que está a mi lado como Vos quieras que sea. Tener la belleza que Vos quieras que tenga.” En efecto, su belleza natural y fresca se iba perdiendo a causa de la enfermedad, pero su amor y su entrega –era el comentario de los que la conocieron- hacían que irradiara una belleza superior.

“Ahora que se van quiero darles algo de lo que estoy viviendo -comenzaba Cecilia una carta a sus alumnos hacia fines de 1984 – . Muchas veces hemos hablado de que Dios es Amor. Ahora les puedo decir que es la experiencia más profunda que vivo. La situación es difícil, pero no saben lo que es abandonarse a Él y decirle ‘Vos actuá’. Ésta es tu voluntad, manifestate como Tú lo quieras. Él cubre todo, todo. Su amor se hace sentir, pero sentir de veras. Es como que el corazón estalla”.

“Parece una locura porque no se puede entender: Sufrir el dolor físico y experimentar que más allá de ese gran dolor te invade una felicidad que no se te va”.

“Yo siento que en el dolor uno se desprende de todo y se queda con lo íntimo de uno mismo y en esta intimidad está Dios y Él es Amor. Entonces, si lo descubres y lo aceptas, Él te invade, te toma”.

“Ustedes saben que el cáncer es una enfermedad mortal. Yo les puedo asegurar que para mí es algo que me da la vida, que me hizo ver lo espléndido que es vivirla como Dios la va mostrando. Vieron cómo es Jesús, se sirve de caminos tan raros para llegar a uno…”.

Con sus padres
Con sus padres

María Agustina nació el 17 de julio de 1984. A partir de allí fue necesario aumentar la irradiación que no se le había suministrado a Cecilia dada su negativa al aborto terapéutico, pero pudo acompañar a su hija hasta el final con gran serenidad, e incluso prever que sintiera su amor para cuando ya no estuviera a su lado. Ella misma escribe: “… hoy le pude decir a Jesús que sí. Que creo en su amor más allá de todo y que todo es amor de Él. Me entrego a Él”. Sus últimas cartas fueron en torno a Navidad de 1984. En febrero de 1985, hubo que internarla, y el 1 de marzo María Cecilia Perrín de Buide, con 28 años, partía a la casa del Padre. Fue sepultada aquí, en Mariápolis, por expreso pedido suyo, para que los que la fueran a ver encontraran “un lugar de alegría y esperanza y no de muerte y desolación”.

Con su hija Agustina
Con su hija Agustina

Su fama de santidad, su heroicidad en la entrega, su ejemplo de vida cristiana y muchas gracias que fueron escuchadas y concedidas, hicieron que se iniciara su causa de beatificación en la que ya ha sido declarada “sierva de Dios”. El proceso diocesano se encuentra en una etapa avanzada. También para su padre, “Manolo” Perrín, fallecido algunos años después, se ha iniciado el proceso de beatificación.

La frase que se lee sobre su lápida, “Tus caminos son una locura, rompen mi humanidad… pero son los únicos que quiero recorrer”, está tomada de una de sus poesías.

 

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