La Noche más Buena

 
En sintonía con la Palabra de Vida de Diciembre, Mónica Gangemi nos regala un testimonio de lo vivido en la diócesis de Quilmes (Provincia de Buenos Aires, Argentina) la noche del 24 de diciembre pasado.

10806394_10205599866935368_2478458489449171754_nComo el año pasado, volvimos a organizar la Cena de Nochebuena en el atrio de la Catedral para los hermanos en situación de calle, los solos, etc. Este año se multiplicó la cantidad de gente que venía a “recibir” y la que venía a “dar”, porque en un momento los que supuestamente “dábamos” estábamos “recibiendo”…
Gente sola, gente que duerme en la calle, un grupo de jóvenes adictos que se juntan en la plaza, un joven que un día antes había salido de la cárcel y que estaba durmiendo en la estación, hombres sumidos en el alcohol que lo perdieron todo, gente que duerme en los pasillos de los hospitales… También dos familias con hijos que decidieron compartir esa noche allí. La generosidad de las comunidades que donaron comida para una gran cena: entrada de empanadas, pollo al horno con 10891758_10205599847934893_2588034684680394523_nensaladas varias, postre: frutas enlatadas con helado, brindis con toda clase de confituras, mesas preparadas como en casa para la fiesta. Música y animación. Muchos jóvenes de las comunidades que lo dejaron todo para servir esa noche a muchos Jesús que venían al encuentro.
Algunos compartimos la mesa con ellos y escuchamos historias de las más variadas. En mi mesa: una mamá recién separada, sus hijos estaban con el papá, la primera Nochebuena que la pasaba sin ellos. Angustiada, dolorida, después de unas horas, se la veía servir a los otros, lavó cubiertos, como en su casa.
Otra señora con su nena de 11 años a la cual le trajeron pollo (pechuga). Le vi la cara, parecida a la de mis sobrinos y le pregunté: “Te gusta más la pata del pollo, ¿no?”. Se sonrió y me dijo: “Sí…”; le traje una y me dijo: “¿Cómo sabías que me gustaba más la pata de pollo?”. “Porque soy tía –le dije- y los conozco…”. Después, la ensalada de papas. Primero dijo que no, pero cuando le traje la mayonesa, se la devoró, era obvio… un ejercicio constante de hacer propio el gusto del otro.

Mons. Jorge Tissera junto a dos jóvenes que asistieron a la cena.
Mons. Carlos José Tissera junto a dos jóvenes que asistieron a la cena.

En otra mesa, una señora sola que hacía dos días que su hijo había sido internado en una clínica psiquiátrica por un intento de suicidio; una madre destruida. Ella también: luego de un rato, ya no estaba más sentada a la mesa, estaba sirviendo como ella misma dijo “a otros hijos”.
Un caso que me impactó: estaba el Padre Obispo en una mesa junto a un joven. Me llamó para que escuchara a David que había salido un día antes de la cárcel y había dormido en la estación. 27 años, ya viudo y con su segunda esposa presa; nos contó cómo se perdió en la droga, nos relató lo que se vive en la cárcel, nos confidó que quería darse una oportunidad, nos pidió ayuda. Su único patrimonio eran los papeles que tenía donde decía que estaba liberado, sin documentos, porque siempre tuvo documentos “truchos” como él mismo lo dijo. Era la 1 de la madrugada y lo estábamos escuchando. En el primer momento confieso que me nacieron dentro todos los prejuicios (quizás por mi experiencia vivida, ya que perdí un hermano a causa de gente como este hombre) pero enseguida me dije a mí misma: “es Jesús”, no había duda. Luego de escucharlo, convinimos con el Obispo en darle el teléfono de 553307_10205599847054871_3494148432047218781_nuno de nuestros sacerdotes que lleva adelante una fundación para tóxicos-dependientes. Así que veremos cómo podemos ayudar a David a salir adelante. Sin duda, lo que pudimos darle a este joven esa noche fue la presencia de Jesús entre nosotros (“dónde dos o más están reunidos en mi nombre…”). Era el “único manto que teníamos” en ese momento.
Al día siguiente, al compartir la mesa del 25 con mi familia de sangre, con tanta naturalidad como si en la Nochebuena hubiera estado físicamente con ellos, comprobé una vez más lo que repitió el Papa durante la Misa de Navidad: “hay que dejarse buscar y encontrar por la ternura de Dios”. Sin dudas y con alegría puedo decir: Dios me buscó y me encontró a través de la ternura de estos hermanos donde Él habita. Doy gracias a Dios por mi familia de sangre y también por mi familia sobrenatural; sólo quien recibe amor, sólo quien vive relaciones en el Amor, adquiere este “manto” del que habla la Palabra de Vida de este mes, lo único que tenemos para dar.

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