Oscar nació en Laguna Paiva (Santa Fe, Argentina) el 8 de febrero de 1946. Estudió Farmacia y Licenciatura en Química Orgánica en la Universidad de la ciudad de Córdoba. Allí se conocieron con Chara (su esposa), y después de casarse se radicaron el Salta donde nacieron sus cinco hijos.
Se desempeñó como Profesor de Química orgánica en la Universidad Católica de esa ciudad y estaba concluyendo el Doctorado en Ciencias Químicas Aplicada. Su trayectoria de más de 40 años en ésta Institución, dejó huellas muy profundas en las relaciones construidas con cada uno.
Si bien fue bautizado en la Iglesia Católica, crece en un ambiente agnóstico, y durante su juventud manifiesta abiertamente sus convicciones, afirmando que todo “es fruto de la casualidad”.
En el año 1992, la familia es invitada a participar del espectáculo que ofrecía en Conjunto Internacional “Gen Rosso” que se realizaba en Salta. Si bien Oscar no asistió, lo hicieron su esposa y su hijo Adrián; quienes quedan muy impactados por el mensaje que trasmite éste conjunto y el clima vivido durante el recital. Al poco tiempo, aceptan la invitación que les hacen y participan de una Mariápolis que se realiza en la Mariápolis Permanente de O’Higgins (Buenos Aires)
El cambio que se produce en Adrián a partir de ésta experiencia, descoloca totalmente a su padre Oscar, ya que según sus planes eran que ingresara en la Universidad; en cambio Adrián al concluir sus estudios secundarios, decide hacer por un año una experiencia de vida en la ciudadela de O’Higgins.
Esto repercute negativamente en su padre, pero a pesar de ello, decide visitarlo para tratar de comprender en que se “había metido su hijo”….
Lo vivido en la Mariápolis Lía durante esos días, ocasiona en Oscar un verdadero “shock”, descubriendo a Dios Amor, que produce en él una profunda conversión.
Al regresar a Salta comunica a su esposa que desea prepararse para recibir los Sacramentos de la Eucaristía y la Confirmación. Su esposa muy sorprendida por éste cambio tan evidente, gestiona su preparación, por lo que durante ese tiempo participa de un retiro de Cursillos.
Siempre manifestaba a todos: “Entré a la Iglesia y al Movimiento de los Focolares de la mano de mi hijo Adrián”.
Su encuentro con el Amor de Dios provoca un verdadero vuelco en la vida de Oscar que se ve reflejado en la familia, en su trabajo y en todas sus relaciones. Su hijo Adrián, tiempo después siente el llamado de consagrar su vida a Dios como focolarino.
Oscar participa siempre más en la espiritualidad y en el Movimiento de los Focolares, y él también, respondiendo el llamado a seguir a Jesús se compromete como Voluntario, camino que recorre con gran amor y fidelidad hasta el final de sus días. Su entrega a Dios, lo llevó a comprometerse también en su Parroquia como Ministro Extraordinario de la Eucaristía, también formando parte del coro parroquial y en el servicio a los más necesitados con verdadera pasión. Cada párroco que pasaba por su Parroquia, establecía con él una profunda relación de unidad. Algunos de ellos durante su funeral expresaron su testimonio manifestando el amor concreto y la disponibilidad que siempre lo animó.
Su despedida fue un “verdadero triunfo” de alguien que vivió plenamente su entrega a Dios expresado en el amor al prójimo. Solamente algunos de los tantos testimonios recibidos durante su sepelio:
– “Siempre se lo veía sonriente, su mirada trasmitía verdadera paz. Llamaba a cada uno por su nombre. También cuando distribuía la Eucaristía, lo hacia de esta manera…”
– “Tenía las palabras justas para cada situación. Estará siempre presente en mi corazón. Gracias Oscar por donarte con tanta sencilléz generando la presencia de Jesús entre nosotros…”
– “Fue un excelente Profesor; se preocupaba mucho por cada uno de sus alumnos tratando de enseñar y explicar de la mejor manera para que todos lo entendiéramos…”
– “Oscar: fuiste una excelente persona: Profesor, compañero y amigo. Gracias por todo lo que nos diste; por tus consejos y enseñanzas; por trasmitirnos siempre paz y tranquilidad como persona ejemplar…”
– “Si tuviese que describir a Oscar, lo haría con una frase del Evangelio: ‘Bienaventurados los puros de corazón, porque ellos verán a Dios’
Así era Oscar, una persona radicada en Dios, oportuno en el hablar y en el actuar. Sencillo, alegre, siempre dispuesto a dar una mano en donde hacía falta. Ante cada situación difícil, Oscar sabía como limar asperezas. Seguía a las personas con un corazón de verdadero padre”.