Cuenta su mamá: “Eduardo era un niño feliz y sociable, que sólo con su mirada y su sonrisa se relacionaba con las personas. Prefería a los ancianos, a los más pobres y despreciados, a quienes saludaba siempre con un ‘¡Hola, amigo!’
En la escuela primaria era responsable y solidario con sus compañeros, especialmente con un primo suyo que tenía dificultades de salud y se sentía disminuido. Estaba siempre atento para ayudarlo y defenderlo. Tenía un gran espíritu de justicia y siempre contaba sus experiencias. También se sentía responsable de su hermano menor, Marcelo.
Era notable la atracción que ejercía Dios sobre él. A los 8 años quiso hacer la Primera Comunión y luego de eso, quedó integrado a la Parroquia, donde participaba de todas las actividades que podía, además de practicar deporte, siendo el básquet su favorito, y participando del cual llegó a jugar en Torneos Nacionales.
Frente a él, siempre sentía un ‘algo más’ que no lograba comprender”.
Conoció el espíritu de los Focolares cuando tenía 15 años, en un Congreso Gen 3, en setiembre de 1980, junto con su hermano Marcelo. Este encuentro lo lanzó a vivir la voluntad de Dios. Descubrió el valor del amor en las pequeñas cosas y lo puso en práctica. Por ejemplo, siendo un buen deportista, cambió su forma de ver los juegos: ya no trató de sobresalir sino que empezó a ayudar a sus compañeros, donando sus talentos en función de la unidad del equipo.
Comenzó a participar de una unidad Gen 3, y a pesar de que no entendía muchas cosas, su deseo era siempre seguir adelante. En el verano, participó tanto de la preparación, como de las vacaciones Gen en la Mariápolis. Desde entonces pasó a integrar una unidad Gen 2, en la que participaban chicos de su edad, que cursaban la escuela secundaria.
Después de su confirmación, en noviembre de 1980, se incorporó al grupo juvenil de su Parroquia. Quiso dar el Ideal que había descubierto también ahí. Comprendió que para darlo a otros de forma genuina, debía vivirlo primero él mismo en profundidad.
Con el grupo de amigos de la Parroquia, comenzó a visitar un geriátrico. Y aunque la mayoría iba dejando de ir, él decía que no quería “abandonarlos”. Les llevaba golosinas, la música que a ellos les gustaba y bailaba con una de las abuelas que lo esperaba especialmente.
Una Navidad, fue a hablar con un tío suyo que estaba disgustado con la familia, para que se reuniera con todos. Después, ese tío dijo “Él no es de este mundo”.
Siempre buscaba la verdad. Quería centrar todos sus actos en Dios y siempre escribía cosas referidas a Él, decía que era su “Amigo”.
En mayo del ‘81 se hizo el Congreso Gen 2 en Mendoza. Él no tenía ganas de participar, porque tenía muchas actividades en el Grupo Parroquial. Su mamá le preguntó si deseaba realmente vivir el Ideal; él respondió que sí, que era su vida. Ella le dijo que quizá se trataba de un llamado especial de Jesús, ya que ese mes la Palabra de Vida era: “El llama a cada uno por su nombre”.
Eduardo, cambió de actitud y fue al Congreso. Después escribió, el 25/05/81: “Comienzo mi diario a los 15 años, con una gran ocasión: el Congreso Gen 2. Este ha sido de una gran utilidad para mí, ya que comprendí realmente qué era voluntad de Dios y además, fue como una carga de baterías, porque el desenvolverse en la sociedad, implica un poco olvidarse de la mano que nos extiende el Señor y soltarse sin darnos cuenta de lo que nos está pasando en la vida cotidiana.”
A partir de entonces, descubrió la vida de unidad. Contaba a los Gen que en cada encuentro se nutría de Jesús en medio, y esto le daba fuerzas para vivir el Ideal en su ambiente. También le había impactado la propuesta de amar a Jesús abandonado ‘siempre, enseguida y con alegría’.
Una experiencia: “Un día, mis padres habían salido y yo estaba muy cansado, al pasar por la cocina, vi que los platos estaban sucios y me acordé de esa frase. En seguida me puse a lavarlos”.
Para septiembre no quiso hacer ningún plan, porque debía estudiar. En esos días se realizaría la Mariápolis. Él sintió la exigencia de ir, aunque no tenía los medios económicos. El sacerdote de su Parroquia prometió darle parte de la estadía y con su mamá consiguieron el resto mediante la venta de unos productos.
En su diario escribió: “10/09/81. Hoy es el primer día de la Mariápolis y mi vivencia ha sido sensacional, ya que los preparativos prometen muchas cosas lindas, acompañadas por Dios. Además pude admirar la grandeza de Dios en un atardecer muy bello.”
En una carta: “Te escribo para contarte que estoy muy feliz después de esta hermosa Mariápolis. Dios es muy grande y todo lo que hace lo hace muy bien. No te imaginás lo hermoso que fue todo lo que Dios me decía a través de cosas muy pequeñas, pero que querían significar todo para mí”.
En su casa descubrieron que –con su hermano- habían traído el clima de la Mariápolis. Siempre que entre ambos surgía algún desencuentro, recomenzaban a través del pacto de unidad.
Los padres, empujados por la unidad creada entre Eduardo y Marcelo, habían querido ir más en profundidad, viviendo juntos la Palabra de Vida. En su relación con ellos era muy espontáneo. Él quería ver en unidad con los padres cada uno de sus problemas personales, para comprender mejor cómo debía crecer como persona.
El grupo juvenil del cual participaba, no estaba muy unido; por eso él no quería dejarlo. Desde el comienzo, Mario (su mejor amigo) y él, eran responsables de algunos grupos dentro de aquél. Como Eduardo deseaba la unidad, hacía participar a cada uno. Descubrió que debía vivir más intensamente, para que esa unidad se produjera.
En su diario leemos: “Hay gente en este mundo que trata de encontrar la felicidad infinita. Esa que hace rebozar al alma, que te hace amigo de la soledad y a la vez amigo de todo aquello que te acerque a esa felicidad. Pero hay una verdad muy grande y –a propósito- muy cierta, que es: nada de esto se logra si no hay amor”.
El domingo 8 de noviembre, antes del almuerzo, su mamá sintió temor de la muerte, y Eduardo le dijo:
– No tengas miedo, mamá.
– No es miedo, es apego a ustedes, a verlos crecer, a no perdérmelos en toda la felicidad que me dan.
– Yo no tengo miedo, dijo él, estoy preparado para cualquier momento.
El 9 de noviembre, junto con su amigo Mario, se propusieron vivir el Ideal con más profundidad. El primer paso, fue ir a ver al sacerdote de su Parroquia, para recomponer la unidad debido a un problema que se había suscitado con el grupo juvenil. El encuentro con el sacerdote fue muy lindo y resolvieron las dificultades que existían. Concretamente, le propusieron “hacer una revolución de amor”. Después de este coloquio, vivieron una alegría muy grande. Volviendo a su casa, por la calle, debido a un accidente vial, partió para el Cielo.
El pacto de unidad era tan importante para él y su hermano, que en cuanto supo del accidente y mientras todos los familiares estaban desesperados por el dolor y la sorpresa, lo primero que hizo Marcelo fue leer este pacto y renovarlo con Eduardo. Más tarde, le comentó a otro gen: “No solamente lo tenemos en el Paraíso, sino también entre nosotros”.
El día en que Angel y Tere (sus padres) celebraban sus 20 años de casados, Marcelo, al saludarlos les dijo “Eduardo también les manda un saludo especial”.
Por la tarde, en la misa, la mamá de una chica de aquel grupo juvenil (que con los años se hizo “Misionera de la Caridad” –la orden de Madre Teresa de Calcuta-) les regaló la copia de una carta en la cual, esa chica, les confiaba entre otras cosas algo acerca de Eduardo: “Les cuento algo especial: durante varios días me acordé de mi amigo Eduardo Teruel. Un día le dije a Jesús que si estaba con él, me enviara unas florcitas. Esa misma tarde fuimos a trabajar en la cocina que atienden las hermanas cerca de acá, para personas que no tienen dónde comer. Yo estaba preparando ensalada y de repente aparece una señora con una nena de la mano. La nena traía unas margaritas silvestres en la mano y dice ‘Estas flores son para las hermanas’. Nadie avanzó para tomar las flores. Yo dejé la ensalada y fui ligerito. La señora me dio las flores, me dijo que esa nena era su sobrina y se fue. Yo le acaricié la cara a la nenita ¡Ay! Estaba tan feliz, porque había venido a visitarnos la Virgen María con un angelito, para traernos las florcitas de parte de Eduardo Teruel. ¡Estaba tan feliz!”