Ana María había conocido los Focolares en 1962 cuando llegaron los primeros focolarinos y focolarinas a Buenos Aires y con toda su familia se sintió atraída por el Ideal de la unidad y la llamada de Jesús a seguirlo, “vendiendo todo”, abriendo las puertas de sus casas para el nacimiento de los primeros focolares. Enseguida comprendió la enorme potencia del Carisma, decía; “…es como un viento que arrasa con todo”. Dio siempre su vida para construir la Obra, encontrando en la espiritualidad la perla preciosa del Evangelio, el tesoro escondido. Desde 1974, al quedar viuda, vivió en el focolar, y más de 20 años junto a Lía Brunet, contribuyó sobretodo en la construcción y desarrollo de la Mariápolis de O’Higgins con la sabiduría del amor que la caracterizaba.
La palabra de vida que Chiara Lubich eligió para ella y que trató de poner en práctica: “morir cada día”, tomada de la primera Carta a los Corintios 15,31.