Lucía Buffo

 
Una maestra de la reciprocidad (10 de octubre de 1984 - 8 de mayo de 2007)

Lucía Buffo nació en Tucumán, tercera hija de siete hermanos. “Si se pudiera definir a la Lucía en una palabra, sería ‘amor concreto’ – afirma una de sus amigas – , pero podríamos definirla también en varias palabras: simple, inteligente, delicada, atenta, linda, armoniosa, auténtica, radical, coherente, fuerte, convencida, obstinada, inquieta, justiciera, abierta a todo y a todos, natural, profundamente humana, tanto con virtudes como con defectos que la hacían especial. A veces era impaciente, caprichosa, golosa, se rebelaba, exageraba, se asustaba por pequeños lastimados. Era dinámica, curiosa, cuestionadora, detallista y tenía una gran sed de sabiduría.

“Te hacía sentir importante. Sabía dar las gracias, agradecer a tiempo. Era una maestra de la reciprocidad, soñadora, con miles de proyectos e ideales grandes y unas ganas locas y obstinadas de cumplirlos a todos”.

Tenía una capacidad particular de descubrir la verdadera necesidad de cada uno y no paraba hasta conseguirlo: una caja de regalos, unos apuntes, un libro, un pasaje, una foto especial, unas cortinas, una comida especial, una tarta de frutillas (aún cuando no era época de frutillas). Se daba tiempo para todos. Una llamada de teléfono, un mail, una visita, un regalo, una cartita, unos chocolates..

Una profesora en la primaria preguntó a toda la clase qué querían ser en la vida. Algunas obviamente dijeron inmediatamente “tener una familia”, “ser doctora”, “tener hijos”, “una casa grande”. Pero Lucía, con mucha simpleza, respondió “quiero hacerme santa”.

Pasó el tiempo y, en una ocasión, ya con 20 años, le había confiado a una amiga que ella no tenía grandes dolores que ofrecer por amor a Jesús Abandonado, pero poco después, durante la semana santa del 2006, cuando los médicos le diagnosticaron leucemia, decidió a largarse en una carrera de amor. “Los jóvenes estamos llamados a salir de la desesperada inutilidad del dolor, para estrecharlo al de Jesús”, le escribía a una amiga, y cada punción la ofrecía por alguien. Nos pedía que le llenásemos su listita de personas o situaciones por las cuales ofrecer.

El viaje a Bs. As para el tratamiento, la estrecha habitación de Fundaleu, el comienzo de la quimioterapia, la búsqueda del rubor adecuado para no parecer más pálida, el corte de cabello, la peluca, aquella doctora no muy simpática, todas eran ocasiones para amar, matices que vivía con gran simplicidad… como era ella.

Muchos los amigos de Lucía y de la familia iban a visitarla y para ella era la oportunidad de vivir el Evangelio amando a la amiga que le dejaba el agua bendita, al pastor evangélico que iba orar por ella, a los amigos judíos de la familia que siempre estuvieron presentes, a sus compañeras… Un ir y venir de gente, de la más variada.

A veces las fuerzas no alcanzaban, era muy duro, pero cuando supo que Chiara Lubich, quien estaba gravemente enferma, se preguntaba cada día ‘¿qué puedo dar hoy?’ Lucía respondió: “Entonces soy una privilegiada, puedo seguir amando”. En sus últimos días, aún con todo el dolor físico que tenía, se levantaba a buscar y separar ropa y cosas suyas que podían gustarle o servir después a alguien.

Antes de partir nos dejó una consigna clara a todos “Los espero… No se desvíen de este camino porque yo los espero allá”.

En una carta de agosto 2006 a los jóvenes del Movimiento Gen que participarían del curso del Instituto Universitario Sophia, les decía entre otras cosas: “En este momento, yo haré mi parte junto a muchos otros que sufren en el mundo, para enviarles estas ‘monedas’, pero ustedes aprovéchenlas bien. Háganlas fructificar, creen… (dejen trabajar a Dios en ustedes, también perdiendo todo). Pero lo más importante: ámense de verdad, porque así encontrarán la Luz Verdadera, que no sólo los hará trabajar y estudiar bien, sino que tiene que permanecer más fuerte que un sello en su corazón y en su mente. Así, cuando haya momentos de dificultad ustedes podrán tener la certeza de que La Luz existe porque la vieron. Y caminarán también en la oscuridad”.

Su palabra de vida era: “El que me sigue no andará en tinieblas sino que tendrá la luz de la Vida” Jn. 8,12) .

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