Diego (nació el 27 de agosto 1975 en Concordia, Argentina), ha crecido junto a 5 hermanos en una familia humilde y muy unida. Vivaz, con los proyectos típicos de su edad: su sueño era ser una estrella de fútbol y por lo tanto, puso todas sus fuerzas para realizar su sueño.
Sin embargo, al iniciar su adolescencia, una Voluntad de Dios diferente lo esperaba: en la escuela de repente se siente mal, pierde la conciencia y es necesario internarlo en el hospital. Al finalizar una larga serie de exámenes meticulosos le dan el diagnóstico de un tumor en el cerebro.
En estas circunstancias, el Padre José Temon, un sacerdote de los Focolares, lo visita frecuentemente. Diego con la ayuda de una primera intervención quirúrgica mejora su estado y en 1991 este sacerdote lo invita a participar de una Mariápolis. En la conclusión del encuentro, Diego desea dar su testimonio: “He encontrado una manera diferente de ver a Jesús. Ahora puedo empezar a comprender que también mi enfermedad puede tener un sentido!”
En el año 1998, año en el cual Chiara Lubich visita la Argentina y se encuentra con “su pueblo” en Buenos Aires, se ve a Diego en primera fila –junto con otros jóvenes– en la preparación de este gran acontecimiento: en efecto, el había acogido con entusiasmo la propuesta de vivir la experiencia gen en O’Higgins. Se lo notaba diferente, transformado por aquella experiencia luminosa, en la cual él se había lanzado completamente, con todo su ser: corazón, mente y brazos. El deseaba que cada cosa fuera una expresión concreta de su amor para con Dios y para con aquellos que El le ponía cerca. Cada cosa se transformó en solemne, sagrada para él: barrer, acoger a los visitantes de la exposición en la cual trabajaba, escuchar, hablar.
A su retorno, un nuevo encuentro con Jesús Abandonado: el tumor había crecido nuevamente y varios órganos quedan comprometidos. Diego encuentra en esto una posibilidad para pagar su moneda: para echar raíces en su ser gen, que él sentía como su propia vocación de vivir con radicalidad; para hacer de todo, a fin que muchos jóvenes puedan conocer el Ideal y hacerlo propio; para ayudar a los gen a permanecer fieles a la espiritualidad de la unidad y no pierdan el aliento.
Finalmente se acelera el ritmo: la enfermedad exige frecuentes internaciones para tratamientos en Buenos Aires, en donde se transfiere con su mamá a una pequeña pensión cerca de la clínica, donde se le aplican los tratamientos. La familia de la Obra, de manera especial los gen, lo acompañan maravillosamente y lo injertan en su vida, integrándolo a una unidad gen; Jesús en medio con ellos y con los gen de su zona, le darán siempre la fuerza para superar cada obstáculo de la enfermedad y también aquellas que la nueva situación le presenta.
El último tramo de su vida se transformó para Diego en un verdadero calvario. Sin embargo, aunque los dolores y las dificultades de la enfermedad eran muchos, él no se rebelaba y nunca se quejó por ella. Por contrario, para él, cada cosa era un signo del Amor de Dios, que Chiara con tanta fuerza le había asegurado en su carta. En un momento de intimidad el nos dijo: “Es fuerte que entre los 6 hermanos que somos, Dios me elija justamente a mi para esta enfermedad. ¿Quien sabe porqué? ¡Pero estoy seguro, que también esto es el fruto de Su Amor predilecto hacia mí!”. En una visita, el nos abrió su alma y esto nos pareció que fuera su testamento, un mensaje suyo a los gen:
“¡Hay que ser nada! ¡Hay que vivir con fidelidad cada encuentro con Jesús Abandonado! ¡Hay que acostumbrarse de vivir en comunión, a poner en común cada cosa! ¡Hay que ir más allá del dolor y amar siempre!”
El vivía siempre fuera de él, sosteniendo a los suyos y a los que venían a visitarlo. El vivía más allá de la llaga y hacía sentir cómodo a quien estaba con el.
Los médicos que atendían a Diego se sorprendieron al ver con cuanta paz y serenidad el vivía este tiempo. Para él, cada crisis, cada cosa era un motivo para ofrecer a Dios su parte por la salud de Chiara y por la fidelidad de los gen al Ideal. En los momentos de semi-consciencia, cada vez que se despertaba, la primera pregunta era: “¿Cómo está Chiara? ¡Ofrezco cada cosa por ella, para que pueda retornar a Roma y recuperar la salud plenamente! Y por los gen. Salúdenme a Iride, a los gen del Centro gen, y a cada gen de la zona. ¡Yo vivo por ellos, y de manera particular por aquellos que sufren!”
Diego se interesaba por cada cosa de la vida de la Obra, estaba feliz de que Chiara había podido volver a Roma.
En los últimos días, Diego sentía que se estaba acercando el momento de la partida. El se preparaba con conciencia y toda su vida gritaba su amor preferencial por Jesús. Aun en medio de ataques fuertes de dolor, él era un signo visible de la fe en el Amor de Dios. Ningún lamento, ninguna rebelión o rechazo. El estaba seguro que Dios y María lo acompañaban. Uno de sus hermanos (que se había alejado de la Iglesia), después de haber vivido un momento personal con Diego, saliendo de su habitación repetía emocionado: “¡Tengo un santo como hermano!”
Y en fin, un último y delicado acto de amor de Diego: su hermano que vive en Israel y que hacía 14 años que no veía, decide viajar a Argentina. Tres días antes de su llegada, Diego había caído en coma y los médicos tenían muchas dudas de que pudiera llegar a ver a su hermano. Pero regresa la conciencia, lo reconoce, puede saludarlo, escucharlo, estrecharle la mano. Algunas horas más tarde parte, con gran serenidad, acompañado por sus padres y algunos de sus hermanos, al encuentro tan anhelado con Jesús.
Frente a sus restos mortales había dolor, pero no tristeza. Diego nos había reconciliado con la muerte y era como si él nos consignara la bandera y nos invitara a hacernos santos, a través de un amor continuo y fiel a Jesús Abandonado y una donación constante y sin límites para con el prójimo.
(Salus)