Palabra de Vida – Mayo 2019

 
“¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes”. (Juan 20, 21)

Después de narrar la trágica muerte de Jesús en la cruz, que sumió a los discípulos en el miedo y el desconcierto, el evangelista Juan anuncia una novedad sorprendente: él ha resucitado y ha vuelto a los suyos. En efecto, el Resucitado se dejó ver y reconocer por María Magdalena en la mañana del día de Pascua. Esa misma tarde se mostró a sus discípulos, encerrados en una casa por el profundo sentido de confusión y derrota que los invade.

Va a buscarlos porque quiere volver a encontrarse con ellos. No le importa que lo hayan traicionado o que hayan escapado frente al peligro; se muestra con los signos de la pasión: las manos y el pecho heridos por el suplicio de la cruz. Su primera palabra es un deseo de paz, un verdadero regalo que penetra en el alma y transforma la vida.

Finalmente los discípulos lo reconocen y se reencuentran con la alegría; también ellos se sienten sanados, consolados, iluminados una vez más por su Maestro y Señor.

Luego el Resucitado confía a este pequeño grupo de hombres frágiles una tarea difícil: ir por las calles para llevar al mundo la novedad del Evangelio, tal como ha hecho él mismo. Así como el Padre confió en él, Jesús les otorga a sus discípulos la confianza.

Finalmente, agrega Juan, Jesús “sopló sobre ellos”, compartiendo su fuerza interior, el mismo Espíritu de amor que renueva corazones y mentes.

“¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes”

Jesús atravesó toda la existencia humana: experimentó la alegría de la amistad y el dolor de la traición, el compromiso del trabajo y el cansancio del camino; sabe cómo estamos hechos, conoce los límites, los sufrimientos y los fracasos que nos acompañan día tras día. Como hizo con sus discípulos en la habitación a oscuras, nos sigue buscando a cada uno en nuestras oscuridades y ensimismamientos, sigue creyendo en nosotros.

Jesús resucitado nos propone probar junto a él una experiencia de vida nueva y de paz, para que podamos compartirla con los demás. Nos envía a dar testimonio de nuestro encuentro con él, a salir de nosotros mismos, de nuestras frágiles seguridades y de nuestros horizontes, para extender en el tiempo y en el espacio la misión recibida del Padre: anunciar el amor de Dios.

“¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes”

En mayo del 2005, así comentaba Chiara Lubich esta misma palabra de vida: “Ya no bastan las palabras. El anuncio del Evangelio será eficaz si se apoya en el testimonio de vida, como el de los primeros cristianos que podían decir: ‘Les anunciamos lo que hemos visto y oído’¹; será eficaz si se podrá decir de nosotros como de ellos: ‘Mira cómo se aman los unos a los otros, dispuestos a morir recíprocamente’²; será eficaz si nuestro amor responde a quien está en necesidad, si sabemos entregar comida, vestidos y habitación a quien no los tiene, amistad a quien está solo o desesperado, sostén a quien atraviesa una prueba. Al vivir así daremos testimonio de la fascinación de Jesús y, convirtiéndonos en otros Cristo, su obra continuará a través de nosotros”³.

“¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes”

Podemos encontrar a Jesús en los hombres y mujeres prisioneros del dolor y la soledad. Podemos ofrecernos, con respeto, para ser sus compañeros en el camino de la vida, hacia la paz que Jesús dona, como hizo María Pía con sus amigos en un pequeño centro del sur de Italia donde están al servicio de los migrantes. En sus rostros se advierten historias de dolor, de guerra y de violencia sufrida.

“¿Qué busco? -explica María Pía-: es Jesús quien da sentido a mi vida y sé que puedo reconocerlo y encontrarlo sobre todo en los hermanos más heridos y a través de la asociación con la que colaboro les ofrecemos cursos de idioma y los ayudamos a encontrar habitación y trabajo, atendiendo a sus necesidades materiales. Cuando preguntamos si tenían necesidades también de sostén espiritual, la propuesta fue recibida con alegría por algunas mujeres ortodoxas. En el centro de acogida para inmigrantes también llegaron cristianos de la Iglesia Evangélica Bautista. De acuerdo con el pastor, nos organizamos para acompañarlos el domingo al culto recorriendo algunos kilómetros. Con este amor concreto entre cristianos nació una amistad que se consolida también a través de encuentros culturales, mesas redondas y conciertos. Nos descubrimos un pueblo que busca y encuentra nuevos caminos de unidad en la diversidad para dar testimonio del reino de Dios”.

Letizia Magri
1. Cf. 1 Juan 1, 1.
2. Tertuliano.
3. C. Lubich, Palabra de vida, mayo de 2005.

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