Una comunidad que cuida, educa y protege

 
Con cerca de 100 participantes del Cono Sur en la Mariápolis Lía, se realizó el Seminario sobre la protección y promoción integral del bienestar de la niñez y la adolescencia.

Horror. Tristeza. Bronca. Asco. Prevención. Formación. Capacitación. Toma de conciencia. Parecen todas palabras sueltas, aunque cuando se escuchan en el contexto del Seminario sobre la protección y promoción integral del bienestar de la niñez y la adolescencia desarrollado en la Mariápolis Lía entre el 6 y el 8 de septiembre asoman unidas por un hilo que permite entender lo que significa mirar de frente una de las más aberrantes llagas de la humanidad: el abuso de niños, niñas y adolescentes (NNyA).¿Puede haber un hecho más indignante que éste?

“En los últimos tiempos se nos ha reclamado con fuerza que escuchemos el grito de las víctimas de los distintos tipos de abuso que han llevado a cabo algunos obispos, sacerdotes, religiosos y laicos. Estos pecados provocan en sus víctimas «sufrimientos que pueden llegar a durar toda la vida y a los que ningún arrepentimiento puede poner remedio»”, escribe el papa Francisco en el párrafo 95 de su Exhortación ChristusVivit. Dentro de los abusos pueden encontrarse los abusos sexuales, espirituales, morales o en los que se entablen vínculos coercitivos, según explicó María Lourdes Molina, Licenciada en Psicología, Doctora en Ciencias Penales y Presidenta de la Asociación Civil Nuestras Manos y una de las expositoras durante el Seminario.

Luego el Santo Padre agrega: “Es verdad que «la plaga de los abusos sexuales a menores es por desgracia un fenómeno históricamente difuso en todas las culturas y sociedades», especialmente en el seno de las propias familias y en diversas instituciones, cuya extensión se evidenció sobre todo «gracias a un cambio de sensibilidad de la opinión pública». Pero «la universalidad de esta plaga, a la vez que confirma su gravedad en nuestras sociedades, no disminuye su monstruosidad dentro de la Iglesia» y «en la justificada rabia de la gente, la Iglesia ve el reflejo de la ira de Dios, traicionado y abofeteado» (96). «El Sínodo renueva su firme compromiso en la adopción de medidas rigurosas de prevención que impidan que se repitan, a partir de la selección y de la formación de aquellos a quienes se encomendarán tareas de responsabilidad y educativas». Al mismo tiempo, no hay que abandonar la decisión de aplicar las «acciones y sanciones tan necesarias». Y todo esto con la gracia de Cristo. No hay vuelta atrás” (97).

En este sentido, cobra absoluta trascendencia la enriquecedora experiencia de formación vivida en la Ciudadela de O’Higgins, donde alrededor de 100 participantes de Argentina, Uruguay, Paraguay y Chile comenzaron a recorrer un sendero que permita generar cada vez más ambientes cuidados para favorecer el sano desarrollo de las nuevas generaciones. ¿El objetivo? No sólo transmitir y difundir lo aprehendido sino ser partícipes y protagonistas de un cambio cultural que tenga en el centro a los NNyA.

Cambio de paradigma

Así describe la Defensora de los Derechos de las Niñas, Niños y Adolescentes (DDNA) de Córdoba, Amelia López: este modelo en el que priman los “vínculos asimétricos, donde al niño se lo observa desde arriba con una mirada adultocéntrica”, es el que viene a romper la Convención de los Derechos del Niño de 1989, la cual propone que los NNyA ya no son “objetos de protección sino sujetos de derecho”. Se trata de un cambio de paradigma, donde prevalece “el interés superior del niño, su autonomía y madurez progresiva y el derecho a ser oído”.

López, por otra parte, remarcó que “la niñez y la adolescencia de hoy viven una experiencia de orfandad, aún con padres”, e hizo mención al Congreso Europeo de Pediatría de 2017 que denunció la soledad infantil como “una de las epidemias más extendidas y menos esperadas en el siglo XXI”.

Si toda situación de violencia genera desamparo, percepción de «Intemperie», soledad, como sociedad en general y desde los adultos en particular, debemos comenzar a fomentar ambientes de cuidado, donde la confianza sea el refugio en el que NNyA puedan guarecerse ante todo tipo de abuso contra su dignidad.

La fragilidad de la dignidad del NNyA obliga a redoblar la responsabilidad que implica acompañarlos en su crecimiento, entendiendo que aquello que se siembra en los primeros años de vida dará sus frutos en la juventud y adultez. Y no se trata de una tarea individual. Como reza el proverbio ugandés, “para educar a un niño hace falta una tribu”. Hace falta una sociedad que se comprometa y deje de mirar para otro lado, dispuesta generar una nueva cultura del cuidado.

“Es la hora de los niños”, adelantó Chiara Lubich ya por 1966. Su mirada profética hoy resuena con fuerza. Es de ellos “el protagonismo: dar confianza y posibilidad de expresarse. Que sean el centro de la comunidad, no como algo egocéntrico sino como un don”.

(Con la colaboración de Santiago Durante)

Normas(500)