Palabra de vida – Septiembre 2020

 
“Den, y se les dará. Les volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante”. (Lucas 6, 38)

“Estaban allí muchos de sus discípulos y una gran muchedumbre que había llegado de toda la Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón, para escucharlo…”¹. Así introduce el evangelista Lucas el largo discurso de Jesús, que se desarrolla a través del anuncio de las bienaventuranzas, de las exigencias del Reino de Dios y de las promesas del Padre a sus hijos.

Jesús anuncia su mensaje a hombres y mujeres, de diferentes pueblos y culturas, que habían acudido a escucharlo; se trata de un mensaje universal dirigido a todos y que todos pueden recibir para realizarse como personas creadas a imagen de Dios Amor.

“Den, y se les dará. Les volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante.”

Jesús revela la novedad del Evangelio: el Padre ama a cada uno de sus hijos personalmente con un amor “desbordante” y le da la capacidad de abrir su corazón a los hermanos con siempre creciente generosidad. Son palabras urgentes y exigentes: dar de lo propio; bienes materiales y también capacidad de hospitalidad, misericordia, perdón, con amplitud, a imitación de Dios mismo.

La imagen de la recompensa abundante “volcada sobre el regazo” da a entender que la medida del amor de Dios no conoce límites, y que sus promesas superan nuestras expectativas y nos liberan de las ansias de los cálculos y los almanaques, de la desilusión de no recibir de los demás según nuestra medida.

“Den, y se les dará. Les volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante.”

A propósito de esta invitación de Jesús, escribía Chiara Lubich: “¿No te ha sucedido que al recibir el regalo de un amigo has sentido la necesidad de hacer lo mismo? Si te pasa eso, puedes imaginar a Dios, que es Amor. Él responde siempre a cada pequeño regalo que hacemos a nuestros prójimos en su nombre. Dios no actúa de esa manera para enriquecernos. Lo hace para que teniendo más podamos dar; para que –en cuanto verdaderos administradores de los bienes de Dios– hagamos circular cada cosa en la comunidad que nos circunda. Ciertamente Jesús pensaba en primer lugar en la recompensa que recibiremos en el Paraíso, pero lo que acontece en esta tierra ya es el preludio y la garantía”².

“Den, y se les dará. Les volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante.”

¿Y qué podría ocurrir si nos empeñáramos en practicar este amor con muchas otras personas? Sería ciertamente el germen para una revolución social.

Cuenta J., de España: “Mi mujer y yo somos consultores y nos dedicamos a la formación. Nos hemos apasionado por la Economía de Comunión³ y aprendimos a considerar de otra manera a los demás: a los empleados, atendiendo sus salarios y las alternativas antes de dejar a nadie sin trabajo; a los que nos proveen, respetando los precios, los pagos y las relaciones a largo plazo; a la competencia, con cursos organizados juntos ofreciendo nuestro know how; a los clientes, con consejos ofrecidos a conciencia, incluso renunciando a nuestras ventajas. La confianza creada nos permitió superar luego la crisis del 2008.

Sucesivamente, a través de la ONG ‘Levántate y anda’ nos relacionamos con un profesor de castellano en Costa de Marfil. Quería mejorar las condiciones de vida de su aldea con una salita para partos. Estudiamos el proyecto y le ofrecimos el dinero necesario. No podía creerlo. Le expliqué que se trataba de ganancias de la empresa. Hoy la sala de partos ‘Fraternidad’, que fue construida por musulmanes y cristianos, es un símbolo de convivencia. Al mismo tiempo, en los últimos años, las ganancias de nuestra empresa se multiplicaron”.

Letizia Magri

1. Lucas 6, 17-18.
2. C. Lubich, Palabra de vida, junio 1978
3. https://www.edc-online.org

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