Mons. Agustín: “cuando un amigo se va…”

 
Ese es el sentimiento que para numerosas personas de los Focolares ha significado la repentina partida de Mons. Agustín Radrizzani, el 2 de septiembre.

Recordado como un hermano cercano, afable, humilde, realmente un amigo, además de pastor y compañero de viaje, Mons. Agustín Radrizzani nació en Avellaneda, provincia de Buenos Aires, el 22 de setiembre de 1944 .Luego se completaría la familia con la llegada de Marina Rosa (Rosita), que sería también religiosa de las Hijas de María Auxiliadora, fallecida en 2008. Realizó el noviciado en San Justo y el 31 de enero de 1962 hizo su primera profesión religiosa en la Sociedad Salesiana de San Juan Bosco. Su formación salesiana la realizó en Bernal hasta que, en 1969, fue enviado a Turín para efectuar los estudios teológicos hasta su ordenación sacerdotal el 25 de marzo de 1972 por imposición de manos del cardenal Michele Pellegrino, arzobispo de Turín.

Al regresar a la Argentina desempeñó su actividad en el campo formativo y pastoral en la casa salesiana San Miguel, de La Plata y en Avellaneda. En 1982 fue nombrado inspector de la Inspectoría Nuestra Señora de Luján con sede en la ciudad de La Plata, y en 1988 maestro de novicios en el Noviciado ubicado en la Obra Salesiana de San Miguel de esa misma ciudad.

El día de su ordenación episcopal

El 14 de mayo de 1991 fue nombrado segundo obispo de Neuquén por el papa Juan Pablo II, sucediendo en dicha diócesis a monseñor Jaime De Nevares SDB. El 20 de julio del mismo año, recibió la ordenación episcopal en Bernal Su lema episcopal fue: “Hemos creído en el amor”.

A principios del 2001 Juan Pablo II lo designó obispo de Lomas de Zamora, diócesis de la que se hizo cargo el 23 de junio de ese mismo año. En ese tiempo se desempeñó como vicepresidente segundo de la Conferencia Episcopal Argentina.
El 27 de diciembre de 2007, Benedicto XVI lo promovió a arzobispo de Mercedes-Luján. Tomó posesión e inició su ministerio pastoral como tercer arzobispo (sexto diocesano) de Mercedes-Luján, el 29 de marzo de 2008.

El 24 de septiembre de 2019, tras haber cumplido 75 años, renunció al arzobispado y fue a vivir con su madre Marina (de 98 años) en el Hogar San José, de la ciudad bonaerense de Junín, atendida por las Hermanas de los Ancianos Desamparados de Santa Teresa de Jesús Jornet.

Junto a Mons. Jorge Novak durante una Escuela de estudios sociales en la Mariápois Lía

Su vínculo con el Movimiento de los Focolares se dio a fines de los 60 cuando aún era novicio, por el sacerdote que animaba un oratorio. Lo encontró limpiando un metegol para los chicos que allí estaban y le dijo: “Tenemos que limpiarlos bien, porque Jesús (en esos chicos) los va a usar”. “Yo había limpiado y engrasado metegoles -reflexionaba Agustín- pero nunca pensé que los iba a usar Jesús”. Este primer encuentro con alguien que hacía las cosas por amor a Jesús en el otro lo marcó de manera definitiva y fue una constante en su vida. Aún en situaciones complejas siempre su mirada estaba posada en ese ser escondido que cada prójimo tiene y que no es otra cosa que la imagen de Jesús presente en el hermano.

“La gracia es infinita, pero depende del recipiente que la recibe”, solía repetir. “El ha sido ciertamente una buena vasija -comenta Norberto Cartechini- que no ha dejado derramar nada de lo vertido en ella. Don Bosco a quién tanto amaba y Chiara Lubich que inspiró sus últimas lecturas sobre el misterio del abandono son ciertamente testigos de esto”.

Con otros obispos durante un encuentro en Asunción

“Deja tras de sí, un testimonio luminoso de pastor, de pureza de corazón en los vínculos y de alegría en vivir la vida y el ministerio. Verdadero hijo de Don Bosco, y de María Auxiliadora se entregó con pasión por la unidad y por la Iglesia, con la simplicidad de un niño evangélico y con la fortaleza y la fidelidad de un verdadero apóstol”, agrega Mons. Ramón Dus con quien compartía el grupo de obispos amigos de los Focolares.

“Tenía siempre en su corazón a todos los obispos, un verdadero hermano. Un hombre justo y muy leal al carisma de la unidad”, dice desde Asunción Mons. Adalberto Martínez.

Silvia Escandell recuerda: “En un momento importante que fuimos a visitarlo, reconociendo el don del carisma nos decía: acuérdense que la Iglesia necesita ‘popos’ , no funcionarios de una Obra (como afectuosamente se llama a las y los focolarinos, haciendo referencia a una palabra que significa ‘niño’ en el dialecto trentino)”. “Para mí Agustín tenía el don de ser Padre y hermano -sigue Silvia-. Muchas veces me llamaba y siempre llegaba, sin saberlo, en el momento que necesitaba. La comunión era inmediata y con tanto humor y amor, me situaba en Dios, y si el dolor era grande, me recordaba que Jesús ya había pagado todo”.
Mi primer contacto con Agustín fue el día de su ordenación Episcopal y el último cuando se despidió de la Arquidiócesis de Mercedes-Luján en octubre pasado. En el medio hubo muchos momentos compartidos, como cuando iba a llevarle el DVD con noticias del Movimiento, y nos entreteníamos con largas charlas.

En los últimos años venía con los sacerdotes de la arquidiócesis a la Mariápolis Lía para su retiro. En esos momentos me ocupaba de la recepción y atención de los huéspedes. En cada intervalo venía a mi oficina para ver alguna cosa práctica, pero el verdadero motivo era siempre para renovar la unidad.

Fue un hombre de diálogo, preocupado por lo social, atento a las necesidades de los demás y muy austero en su forma de vivir. Hay un hecho, contado en el libro “Milagros cotidianos” (Ciudad Nueva, Buenos Aires, 2002) que lo pinta de cuerpo entero, aún si por la función que cumplía en ese momento está resguardada su identidad: “Mientras hago mi paseo cotidiano prescipto por el médico, trato de ir conociendo el barrio donde vivo desde hace poco: soy, en efecto, el nuevo obispo del lugar.

Algunos días después, me encuentro tratando de poner un poco de orden en la casa episcopal, con el propósito de que sea también mejor expresión de Dios, que es belleza. Encuentro unos candelabros de bronce que no combinan con el resto. Recuerdo entonces un pequeñísimo negocio de compara-venta que descubrí durante mis paseos. Imagino que, dada la difícil situación económica del país, su propietario pueda encontrarse enserias dificultades.

Le pido a la secretaria que haga un paquete con los candelabros y se los entregue a ese señor con una tarjeta que diga: ‘Es un pequeño obsequio del obispo. Si logra venderlos, le pido que dé el dinero a los pobres. Pero si usted llegara a necesitarlos, quédese con ellos’.

Por la tarde, inesperadamente, este señor viene a la casa episcopal. Insiste que quiere verme. Cuando lo recibo me dice: ‘Hoy quería suicidarme. Pero, cuando llegó su secretaria, comprendí que yo todavía le intereso a alguien, y cambié la idea. ¡Mil gracias!’”.

Videomensaje enviado para las Fiesta Patronales de Nuestra Señora de la Guardia de Bernal
el sábado 29 de agosto de 2020

“Me impresionó siempre como en tiempos duros -sigue Silvia-, donde fue cuestionado, él lo vivía como si fuera de otra persona que se hablaba… no lo afectaban las críticas. Creo que se debía a su profunda relación con Jesús abandonado, con el crucificado, y por su ser hijo de Don Bosco que sabía del valor de la purificación”.

“Supo sobrellevar y manejar prudentemente alguna maniobra de politiquería barata que quiso implicarlo en temas de corrupción o presuntos alineamientos partidarios -escribe Pepe Leonfanti-. Era demasiado transparente para que esas maniobras lo alcanzaran. Y si alguna decisión suya pudo resultar controvertida para quienes no compartían los criterios que la guiaron, jamás se obtuvo de su parte una respuesta altisonante, soberbia o intemperante. A lo sumo, dio sus razones sin pretender imponer verdades”.

Así como vivió, en la sencillez, siguiendo los caminos llanos o escarpados que Dios le pedía recorrer, en silencio y sin estridencias, una madrugada de septiembre, en una cama de hospital, aislado, se fue un amigo… a habitar la casa en el Cielo que construyó en esta vida.

Carlos Mana

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