Marcos Cerviño

 
“Me voy jugar todas las cartas, a ver qué pasa…” (27 de febrero de 1979 - 24 de abril de 1999)

Marcos era el cuarto de los cinco hijos de Ramón y Quela, nacido en San Miguel de Tucumán el 27 de febrero de 1979. Tiempos en que el país se desangraba en una revolución político-social que alimentaba cotidianamente sentimientos de odio y venganza, miedo y confusión. Pero también había muchos, entre ellos su familia, que buscaban justicia y verdad creyendo en la potencia de otra revolución, el amor. En ese clima transcurrió los años de la infancia junto a sus hermanos más grandes, la barra de amigos y los compañeros del colegio. Un período de aprendizaje al calor de la familia y en el que, adquiriendo destrezas, todo era cronometrable: quien corría más rápido, quién ganaba en la bici, quien con los autitos en la pista de scalectric, quien a cortar el césped del amplio jardín de la casa. A medida que crecía, ya en Córdoba adonde se había trasladado la familia, le fueron apasionando los autos, los caballos, la naturaleza, las largas excursiones a dedo, y sobre todo las amistades auténticas, como era su personalidad marcada por la rectitud y la generosidad. Sobrio, tenaz, “hablaba poco y silvaba mucho”.

Y llegó el acné, pero no eran las penas de amor las únicas que afligían a Marcos.

Terminada la secundaria y de algún modo también la adolescencia, se acercaba el momento de tomar decisiones importantes para el resto de su vida. En el amplio abanico de sus intereses no le resultaba fácil definir un rumbo. Un tiempo de incertidumbre, hasta que alguien, que lo quería mucho, le propuso: “Animate, trazá una flecha y jugate al cien por ciento”. “¿Y si no fuera esa?”. “Trazá otra, que seguramente va a ser más acertada”. Entonces trazó la primera, rearmó la mochila y partió, dejando a sus amigos una tarjeta que decía: “Hay otro mundo y está en éste” y, en el reverso, “el lugar adonde me voy: Mariápolis Andrea O´Higgins – BsAs”, recomendándoles que le escribieran y fueran a visitarlo: “Me voy a jugar todas las cartas, a ver qué pasa”.

Marcos ya conocía la ciudadela y su cultura basada de la unidad, porque con su familia solían venir de visita y sus hermanos mayores habían vivido períodos que los marcaron para siempre. Llegó dispuesto a entrar de lleno en este estilo vida: amar a todos, en cada momento, tomando la iniciativa, con hechos concretos, haciendo a los otros lo que a uno le gustaría que le hicieran. Al poco tiempo escribía a sus amigos: “Esta experiencia me está sirviendo de mucho, veo todas las cosas de otra manera. Es como si hubiese nacido de vuelta, tengo muchas ganas de aprovechar esta vida al máximo y usarla para algo que creo que vale la pena…”. Más adelante les confía: “Estoy comenzando a descubrir a un `Dios’ muy distinto al concepto que yo tenía… más real, … que tiene una metodología como la mía, que no habla sino que hace cosas para creer… No sé muy bien cómo explicarlo pero estoy descubriendo algo distinto”. En otra carta relataba: “He creado aquí mismo un “Movimiento Revolucionario”, que se basa en lo que yo creo que es lo más importante, que son los hechos, sin palabreríos. Hechos que demuestran que lo que pensás es posible, en mi caso ‘UN MUNDO UNIDO’”.

El MRM (Movimiento Revolucionario Mariápolis) estaba formado por los siete jóvenes que vivían con él, y actuaba generalmente de noche, con el propósito de llevar el amor al extremo, yendo más allá de lo establecido, preparando sus “ataques” sin dejar rastro, sólo la firma MRM en algún cartel o papelito, como la “Z” que dejaba el personaje en la serie del Zorro. La cuestión era, por ejemplo, dejar reluciente un auto maltratado, preparar mesas con comidas y bebidas para una fiesta, distribuir regalos anónimos que aparecían en las puertas de las casas, colgar carteles con saludos, todo en medio de la noche, clandestinamente. Algunos criticaron como pérdida de tiempo la locura de esos “operativos”, pero muchos encontraron en ellos una motivación para ir más allá de sus propios límites y jugarse poniéndole ganas y fantasía a la aventura de crecer en el amor.

“Trabajaba en la carpintería, sabía hacer un poco de todo, ‘chapucero’ competente, a tal punto que lo llamábamos ¡MacGyver! Un trabajador ejemplar – recuerdan sus compañeros – . Concreto, apasionado, coherente, si bien no hacía diferencias a la hora de estar disponible para cualquier persona, era también exigente, y eso molestaba a más de uno. Se exigía y exigía coherencia a cualquier precio. Con humildad y el trascurso de los meses fue aprendiendo que cada persona tiene sus tiempos y logró ser más flexible con los demás, pero no consigo mismo. Siempre quería dar más, como un jugador que no se conforma si no deja traspirada la camiseta. Su medida era amar hasta dar la vida.

Después de su experiencia en la Mariápolis, Marcos había vuelto a Córdoba con las ideas más claras. Había experimentado de manera especial del amor de Dios y parecía que todo, para él, estuviera al mismo nivel. Conversando con una amiga le decía: “Hay que vivir la vida como una pasión, si no, no tiene sentido, porque sólo por una pasión uno vive y se juega entero”, y cuando ella dudando le dice, “puede ser…, habrá que descubrirla entonces…”, le insiste, “mirá que si uno se pasa la vida pensando, no hace nada. Ponete las pilas, flaquita, no seas pecho frío”.

Marcos ya estaba en otra etapa. Se había dado el gusto de hacer el viaje de aventura a la Patagonia que tenía pendiente con su mejor amigo y había ingresado a la Universidad en ingeniería mecánica. Trabajaba y estudiaba. El 24 de abril se levantó temprano, desayunó con su papá y se fue a la Clínica a terminar de arreglar un aire acondicionado que no funcionaba. Mientras usaba una garrafa para limpiar los tubos ésta le explotó en las manos. No hubo nada que hacer, fueron infructuosos los esfuerzos por reanimarlo.

Al velatorio asistieron cientos de personas, amigos, familiares, colegas, vecinos y conocidos de la familia, mucha gente del Movimiento de los Focolares, e incluso el arzobispo de Córdoba, Carlos Ñáñez. El domingo 25 de abril una caravana de autos recorrió los 550 kilómetros de Córdoba a la Mariápolis para el último adiós. Sus 20 años, recopilados por Mónica Caudana bajo el título “Hay otro mundo y está en éste”, reflejan la pasión, autenticidad y coraje para encontrarle sentido a su vida, que lo caracterizaron.

“Mi amado es para mí, y yo soy para mi amado”, era su Palabra de vida, tomada del “Cantar de los cantares” (Cant 2, 16).

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