Palabra de vida – Noviembre 2021

 
“Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.”

El evangelio de Mateo fue escrito por un cristiano proveniente del ambiente judío de su tiempo; por ello contiene muchas expresiones típicas de esa tradición cultural y religiosa.

En el capítulo 5, Jesús es presentado como el nuevo Moisés, que sube a la montaña para anunciar la esencia de la Ley de Dios: el mandamiento del amor. Para otorgarle solemnidad a esta enseñanza, el evangelio nos dice que está sentado como un maestro.

Además, Jesús es el primero en dar testimonio de lo que anuncia. Ello resalta con marcada evidencia cuando proclama las Bienaventuranzas, que es el programa de toda su vida. En ellas se revela la radicalidad del amor cristiano, con todos los frutos de bendición y plenitud de alegría. Bienaventuranzas, en efecto.

“Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.”

En la Biblia, la paz, Shalom en hebreo, refiere la condición de armonía de la persona consigo misma, con Dios y con su alrededor; aún hoy es el típico saludo de deseo para una vida plena. La paz es antes que nada don de Dios, pero depende también de nuestra adhesión.

De hecho, entre todas las bienaventuranzas, esta resuena como la más activa, la que nos invita a salir de la indiferencia para convertirnos en constructores de concordia a nuestro alrededor a partir de nosotros mismos, comprometiendo la inteligencia, el corazón y los brazos. Exige el esfuerzo de ocuparse de los demás, de curar las heridas y los traumas personales y sociales provocados por el egoísmo que divide, y de dirigir todas las fuerzas en esta dirección.

Tal como Jesús, el Hijo de Dios, que llevó a cabo su misión cuando dio su vida en la cruz para reunificar a los hombres con el Padre y traer la fraternidad a la tierra. Por ello, todo el que sea constructor de paz se parece a Jesús y es reconocido, como él, hijo de Dios.

“Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.”

En la huella de Jesús, también nosotros podemos transformar cada día en una “jornada de la paz”, acabando con las pequeñas o grandes guerras que a diario se libran a nuestro alrededor. Para realizar este sueño importa construir redes de amistad y solidaridad, tender la mano para ayudar… y también para aceptar la mano del otro.

Cuentan Denise y Alessandro: “Cuando nos conocimos, la pasábamos bien juntos. Nos casamos y al comienzo todo era muy hermoso, también por el nacimiento de los hijos. Con el pasar del tiempo comenzaron los altibajos; finalmente no hubo ninguna forma de diálogo entre nosotros, sino que todo era objeto de continuas discusiones. Decidimos seguir juntos, pero volvíamos a caer en los mismos errores, rencores y contrastes. Un día, una pareja amiga nos propuso participar en un camino de sostén para matrimonios en dificultad1. Encontramos personas no solo competentes y preparadas, sino una “familia de familias”, donde pudimos compartir nuestros problemas: ya no estábamos solos. Una luz se encendió, pero fue solamente un primer paso. Ya en casa no nos es fácil y cada tanto caemos nuevamente. Lo que nos ayuda es cuidar el uno del otro, con el compromiso de volver a comenzar y permanecer en contacto con los nuevos amigos, para caminar juntos”.

“Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.”

La paz, la de Jesús, como señalaba Chiara Lubich “exige de nosotros corazón y ojos nuevos para amar y ver en los demás otros candidatos a la fraternidad universal”.

Y agrega: “Podemos preguntarnos, ¿también en las litigantes reuniones de consorcio?, ¿también con los colegas de trabajo que entorpecen mi carrera laboral?, ¿también con quien milita en otro partido político o es hincha de un equipo de fútbol antagonista?, ¿incluso con personas de religión o nacionalidad diferentes de la propia? Sí, cada uno es mi hermano y mi hermana. La paz comienza precisamente aquí, en la relación que sepamos establecer con nuestros prójimos.

‘El mal nace en el corazón del hombre’, escribía Igino Giordani, y ‘para evitar el peligro de la guerra se requiere domar el espíritu de agresión y aprovechamiento egoísta del que toda guerra proviene: es necesario reconstruir una conciencia’2 . El mundo cambia si cambiamos nosotros; y sobre todo si ponemos de relieve lo que nos une, podremos contribuir en la creación de una mentalidad de paz y trabajar juntos por el bien de la humanidad. Es el amor que, finalmente, vence siempre porque es más fuerte que todo. Tratemos de vivir así durante este mes, para ser levadura de una nueva cultura de paz y justicia. Así veremos renacer en nosotros y a nuestro alrededor una nueva humanidad”3

 

Letizia Magri

 

 

Notas

1 Ver Movimiento “Familia Nuevas”.

2 Giordani, I. (2003). La inutilidad de la guerra. Buenos Aires: Ciudad Nueva.

3 C. Lubich, Palabra de vida de enero de 2004.

 

 

 

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