También este mes la Palabra de vida nos propone una bienaventuranza. Es el saludo gozoso e inspirado de una mujer, Isabel, a otra mujer que fue a visitarla para ayudarla, María. Ambas esperan un hijo y son profundamente creyentes, han recibido la Palabra de Dios y han experimentado en su pequeñez la potencia generadora.
María es la primera bienaventurada en el evangelio de Lucas, quien demuestra la alegría de la intimidad con Dios. Con esta bienaventuranza, el evangelista introduce la reflexión sobre la relación entre la Palabra de Dios anunciada y la fe acogedora, entre la iniciativa de Dios y la libre adhesión de la persona.
“Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor.”
María es la verdadera creyente en la “promesa hecha a Abraham y a su descendencia para siempre”1. Está tan vacía de sí, humilde y abierta a la escucha de la Palabra, que el mismo Verbo de Dios puede encarnarse en su seno e ingresar en la historia de la humanidad.
Nadie podrá experimentar la maternidad virginal de María, pero todos podemos imitar su confianza en el amor de Dios. Al ser escuchada con el corazón abierto, la Palabra y sus promesas pueden encarnarse también en nosotros y hacer fecunda nuestra vida de ciudadanos, padres y madres, estudiantes, trabajadores y políticos, jóvenes y ancianos, sanos y enfermos. ¿Y si nuestra fe es incierta, como lo fue para Zacarías?2 Sigamos confiando en la misericordia de Dios. Él no dejará de buscarnos hasta que nosotros volvamos a descubrir su fidelidad y lo bendigamos.
“Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor.”
En las mismas colinas de Tierra Santa, en tiempos mucho más cercanos a nosotros, otra madre profundamente creyente enseñaba a sus chicos el arte del perdón y del diálogo aprendidos en la escuela del Evangelio. Un pequeño signo, en esta tierra, cuna de civilización, desde siempre a la búsqueda de paz y estabilidad, también entre fieles de religiones diferentes. Refiere Margaret: “A nosotros, sus hijos, ofendidos por algunas expresiones de rechazo por parte de otros chicos, vecinos, mamá dijo: ‘Inviten a estos chicos a nuestra casa’. Ella misma compartió el pan apenas cocido en la casa para que lo llevaran a sus familias. Desde entonces hemos construido relaciones de amistad con esas personas”3.
También Chiara Lubich nos sostiene en esta fe valiente: “María, después de Jesús, es quien más perfectamente supo decir que ‘sí’ a Dios. Es precisamente ésa su santidad y su grandeza. Y si Jesús es el Verbo, la Palabra encarnada, María por su fe en la Palabra es la Palabra vivida, pero una criatura como nosotros, igual a nosotros. Por lo tanto, es con María como se realizarán todas las promesas contenidas en la Palabra de Jesús y afrontaremos, como María, si es necesario el riesgo de lo absurdo que a veces su Palabra comporta. Grandes y pequeñas cosas, pero siempre maravillosas, se le dan a quien cree en la Palabra. Se podrían llenar libros con acontecimientos que lo prueban. En la vida de todos los días, cuando en la lectura de las Sagradas Escrituras nos encontremos con la Palabra de Dios, abramos nuestro corazón a la escucha, con la fe que lo que Jesús nos pide y promete se realizará. No tardaremos en descubrir que él mantiene sus promesas”4
“Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor.”
En este tiempo de preparación a la Navidad, recordemos la sorprendente promesa de Jesús de hacerse presente entre quienes acogen y viven el mandamiento del amor recíproco. “Donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre –es decir, precisamente en el amor evangélico– yo estoy presente en medio de ellos”5.
Confiados en esta promesa, hagamos renacer a Jesús aún hoy, en nuestras casas y en nuestras calles, a través de la acogida recíproca, la escucha profunda del otro, el abrazo fraterno, como el de María con Isabel.
Letizia Magri
Notas
1 Cfr. Lucas 1, 55.
2 Cfr. Lucas 1, 5-25; 67-79.
3 Entrevista a Margaret Karram.
4 C. Lubich, Palabra de vida de agosto 1999.
5 Cfr. Mateo 18, 20.