Movimiento de los Focolares

Benedicto XVI: de la JMJ, el auspicio de una gran primavera de esperanza en Europa y en todo el mundo

Ago 25, 2005

JMJ 2005/4

   “Una intuición profética” del “inolvidable” predecesor, destinada a dar comienzo a una “gran primavera de esperanza” para Europa y el mundo: así definió Benedicto XVI la Jornada Mundial de la Juventud. El miércoles 24 de agosto, en la audiencia general, el Papa habló de su experiencia en Alemania, recorriendo sus etapas y sus momentos más significativos, delante de 7000 personas de cuatro continentes que colmaban el Aula Pablo VI, entre las cuales sobresalían una delegación interreligiosa proveniente de Nagasaki y una de religiosos budistas. De la intervención de Benedicto XVI: La Providencia divina ha querido que mi primer viaje pastoral fuera de Italia tuviera como meta precisamente mi país de origen y con motivo del gran encuentro de los jóvenes del mundo, veinte años después de la institución de la Jornada Mundial de la Juventud, surgida de la intuición profética de mi inolvidable predecesor.

El abrazo con los jóvenes participantes en la Jornada Mundial de la Juventud comenzó desde mi llegada al aeropuerto de Colonia-Bonn y fue haciéndose cada vez más emocionante al recorrer el Rhin desde el muelle de Rodenkirchenerbrucke hasta Colonia, escoltados por cinco embarcaciones en representación de los cinco continentes. Luego fue sumamente sugerente el alto ante el embarcadero del Poller Rheinwiesen, donde estaban presentes miles y miles de jóvenes, con los que mantuve el primer encuentro oficial, llamado oportunamente «fiesta de la acogida», que tenía como lema las palabras de los Magos: «�Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido?» (Mateo 2, 2). Fueron precisamente los Magos los «guías» para esos jóvenes peregrinos hacia Cristo. Qué significativo es el hecho de que todo esto haya tenido lugar mientras nos encaminamos hacia la conclusión del Año Eucarístico, convocado por Juan Pablo II! «Hemos venido a adorarle», el tema del Encuentro, invitó a todos a seguir a los Magos, y a cumplir junto a ellos un viaje interior de conversión hacia el Emanuel, el Dios con nosotros, para conocerle, encontrarle, adorarle, y, después de haberle encontrado y adorado, volver a comenzar llevando en el espíritu, en nuestra intimidad, su luz y alegría.

En Colonia, los jóvenes han podido profundizar en varias ocasiones en estos temas espirituales y han sido estimulados por el Espíritu Santo a ser testigos de Cristo, que en la Eucaristía prometió quedarse realmente presente entre nosotros hasta el final del mundo. Vuelvo a pensar en varios momentos que tuve la alegría de compartir con ellos, especialmente en la vigilia del sábado por la noche y en la celebración conclusiva del domingo. A estas sugerentes manifestaciones de fe se unieron millones de otros jóvenes de todos los rincones de la tierra, gracias a las providenciales transmisiones de radio y televisión. Pero quisiera evocar aquí un encuentro singular, el de los seminaristas, jóvenes llamados a un seguimiento más radical de Cristo, maestro y pastor. Quise que hubiera un momento específico dedicado para ellos para resaltar también la dimensión vocacional típica de las Jornadas Mundiales de la Juventud. Muchas vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada han surgido en estos veinte años precisamente durante las Jornadas Mundiales de la Juventud, ocasiones privilegiadas en las que el Espíritu Santo deja escuchar su llamada. En el contexto lleno de esperanza de las Jornadas de Colonia, se enmarca muy bien el encuentro con los representantes de las demás iglesias y comunidades eclesiales. El papel de Alemania en el diálogo ecuménico es importante, ya sea por la triste historia de divisiones, ya sea por el papel significativo que ha desempeñado en el camino de la reconciliación. Deseo que el diálogo, como intercambio recíproco de dones y no sólo de palabras, contribuya además a hacer crecer y madurar esa «sinfonía» ordenada y armoniosa que es la unidad católica. En esta perspectiva, las Jornadas Mundiales de la Juventud representan un válido «laboratorio» ecuménico. Y, �cómo no revivir con emoción la visita a la Sinagoga de Colonia, en la que tiene su sede la comunidad judía más antigua de Alemania? Con los hermanos judíos recordé la Shoá, y el sexagésimo aniversario de la liberación de los campos de concentración nazis. Este año se celebra, además, el cuadragésimo aniversario de la declaración conciliar «Nostra aetate», que inauguró una nueva estación de diálogo y de solidaridad espiritual entre judíos y cristianos, así como de estima por las demás grandes tradiciones religiosas. Entre estas, ocupa un lugar particular el Islam, cuyos seguidores adoran al único Dios y se remontan con gusto al patriarca Abraham. Por este motivo, quise encontrarme con los representantes de algunas comunidades musulmanas, a los que manifesté las esperanzas y las preocupaciones del difícil momento histórico que estamos viviendo, deseando que se extirpe el fanatismo y la violencia y que juntos podamos colaborar siempre en la defensa de la dignidad de la persona humana y tutelar sus derechos fundamentales.

Queridos hermanos y hermanas, desde el corazón de la «vieja» Europa, que en el siglo pasado, por desgracia, experimentó horrendos conflictos y regímenes inhumanos, los jóvenes han vuelto a lanzar a la humanidad de nuestro tiempo el mensaje de la esperanza que no decepciona, pues está fundada sobre la Palabra de Dios, hecha carne en Jesucristo, muerto y resucitado por nuestra salvación. En Colonia, los jóvenes han encontrado y adorado al Emmanuel, el Dios con nosotros, en el misterio de la Eucaristía y han comprendido mejor que la Iglesia es la gran familia por la que Dios forma un espacio de comunión y de unidad entre todo continente, cultura y raza, por así decir, una «gran comitiva de peregrinos» guiados por Cristo, estrella radiante que ilumina la historia. Jesús se hace nuestro compañero de viaje en la Eucaristía, y en la Eucaristía –así decía en la homilía de la celebración conclusiva tomando de la física una imagen muy conocida– produce la «fisión nuclear» en el corazón más escondido del ser. Sólo esta íntima explosión del bien que vence al mal puede dar vida a otras transformaciones necesarias para cambiar el mundo. Recemos, por tanto, para que los jóvenes de Colonia lleven consigo la luz de Cristo, que es verdad y amor, y la difundan por doquier. De este modo podremos asistir a una nueva primavera de esperanza en Alemania, en Europa y en todo el mundo. (Traducción del original italiano realizada por Zenit)

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