Gen Rosso, la banda internacional del Movimiento de los Focolares, ha anunciado el lanzamiento de su nuevo álbum, “The Best Spirituals”. Este compilado representa un momento significativo en su carrera, ya que reúne versiones en vivo del repertorio espiritual de la banda, grabadas durante sus giras de 2020 a 2025. El álbum destaca por su selección de canciones, así como por sus nuevos arreglos y reinterpretaciones, ofreciendo un toque fresco y actual a melodías atemporales.
Cada tema es el resultado de una cuidadosa reinterpretación diseñada para involucrar al público y revivir la esencia de los “Spirituals” en un contexto contemporáneo. Además, las presentaciones en vivo capturan la emoción y la conexión única entre los artistas y el público, creando una experiencia inmersiva donde todos pueden sentirse parte del mensaje universal de esperanza y proximidad.
“Ver cómo estas canciones siguen vivas y siguen generando vida hoy es algo maravilloso y muy importante, un patrimonio que debe valorarse y preservarse a lo largo del tiempo”, afirma la banda. Este deseo de mantener viva la tradición se refleja en los conciertos de Gen Rosso, donde se invita al público a cantar y participar, transformando cada actuación en un evento colectivo de alegría y convivencia. “The Best Spirituals” es más que un álbum; es una invitación a descubrir y redescubrir la belleza de los mensajes que transmiten estas canciones. Con sonidos, arreglos armónicos y nuevos ritmos, la banda continúa cultivando su pasión por la música, rindiendo homenaje a un legado musical y cultural que trasciende el tiempo y las generaciones.
El lanzamiento del álbum es una oportunidad imperdible para los fans de Gen Rosso y para cualquiera que crea en el poder del arte como herramienta de unidad y cambio.
Gen Rosso invita a todos a unirse a este viaje musical único, redescubriendo el valor atemporal de los “Spirituals” y a dejarse llevar por las emociones que solo la música y la historia pueden evocar. El álbum está disponible desde el 11 de agosto en todas las plataformas digitales.
Ven, hermano exiliado, abracémonos. Dondequiera que estés, como sea que te llames, hagas lo que hagas, eres mi hermano. ¿Qué me importa si la naturaleza y las convenciones sociales se esfuerzan por separarte de mí, con nombres, especificaciones, restricciones, leyes?
El corazón no se detiene, la voluntad no conoce límites, y con un esfuerzo de amor podemos cruzar todas estas barreras y reunirnos como familia.
¿No me reconoces? La naturaleza te colocó en otro lugar, te creó de otra manera, dentro de otras fronteras. ¿Eres quizás alemán, rumano, chino, indio? ¿Eres quizás amarillo, color aceituna, negro, bronce, cobrizo? Pero ¿qué importa?
Eres de otra patria, pero ¿de qué sirve? Cuando este pequeño globo, aún incandescente, se consolidó, nadie podía imaginar que por esas fortuitas excrecencias los seres se matarían entre sí durante mucho tiempo.
E incluso hoy, frente a nuestros sistemas políticos, ¿te parece que la naturaleza nos pida permiso para expresarse mediante volcanes, terremotos e inundaciones? ¿Y te parece que le importan nuestras disparidades, apariencias y jerarquías?
Hermano desconocido, ama tu tierra, tu fragmento de la corteza común que nos sustenta, pero no odies la mía. Bajo todas las apariencias, bajo las clasificaciones sociales, por codificadas que sean, tú eres el alma que Dios creó, hermana de la mía, de la de todos los demás (único es el Padre), y eres como todos los demás, un hombre que sufre y quizá hace sufrir, que tiene más necesidades que capacidades, que oscila, se cansa, tiene hambre, tiene sed, tiene sueño, como yo, como todos.
«Hermano desconocido, ama tu tierra, tu fragmento de la corteza común que nos sustenta, pero no odies la mía. (…) In te riconosco il Signore. Lìberati, e sin d’ora fratelli che siamo, abbracciamoci. «
Eres un pobre peregrino que persigue un espejismo. Te crees el centro del universo, y solo eres un átomo de esta humanidad que se mueve sin aliento entre dolores en lugar de alegrías, milenio tras milenio.
No eres nada, hermano, así que unamos fuerzas en lugar de buscar el conflicto. No te enorgullezcas, no te separes, no acentúes las marcas de diferenciación ideadas por el hombre.
¿No lloraste al nacer como yo? ¿No gemirás al morir como yo? El alma regresará, sea cual sea su envoltura terrenal, desnuda, igual. Tú vienes. De más allá de todos los mares, climas, leyes, de más allá de cualquier ámbito social, político e intelectual, de más allá de todos los límites (el hombre no sabe circunscribir, dividir, aislar), vienes, hermano.
En ti reconozco al Señor. Libérate, y desde ya, hermanos como somos, abracémonos.
No entendía cómo un joven, agotado por los estudios y los sacrificios, podía ser revivido para prepararlo para una operación en la que tendría que matar a personas desconocidas, inocentes, y él, a su vez, tendría que ser asesinado por personas a quienes no había hecho daño. Vi el absurdo, la estupidez y, sobre todo, el pecado de la guerra: un pecado agudizado por los pretextos con los que se buscó la guerra y por la futilidad con la que se decidió.
El Evangelio, ya suficientemente meditado, me enseñó, como deber inseparable, hacer el bien, no matar; perdonar, no vengarme. Y el uso de la razón me dio casi la medida de lo absurdo de una operación que atribuía los frutos de la victoria no a quienes tenían razón, sino a quienes tenían cañones; no a la justicia, sino a la violencia […].
En el «radiante mayo» de 1915, me llamaron a las armas. […]
¡Cuántas trompetas, cuántos discursos, cuántas banderas! Todo esto acrecentó en mi espíritu la repugnancia por aquellos enfrentamientos, con gobiernos que, encargados del bien público, cumplían su tarea asesinando a cientos de miles de hijos del pueblo y destruyendo y dejando que se destruyeran los bienes de la nación: el bien público. ¡Pero qué idiota me parecía todo esto! Y sufrí por millones de criaturas, obligadas a creer en la santidad de aquellos asesinatos, una santidad también atestiguada por eclesiásticos que bendijeron cañones destinados a ofender a Dios en la obra maestra de la creación, a matar a Dios en efigie, a llevar a cabo el fratricidio en la persona de hermanos, bautizados, además.
“Vi el absurdo, la estupidez
y, sobre todo, el pecado de la guerra…”.
Como recluta, me enviaron a Módena, donde existía una especie de universidad para la formación de guerreros y líderes. Proveniente de Virgilio y Dante, el estudio de ciertos manuales que enseñaban a engañar al enemigo para matarlo me impactó tanto que, con una imprudencia insuperable, escribí en uno de ellos: – Aquí se aprende la ciencia de la imbecilidad -. Tenía un concepto muy diferente del amor a la patria. De hecho, lo concebía como amor; y amor significa servicio, búsqueda del bien, aumento del bienestar, para la creación de una convivencia más feliz: para el crecimiento, y no para la destrucción, de la vida.
Pero yo era joven y no entendía el razonamiento de los viejos, a quienes no les importaba comprender: se aturdían con desfiles y gritaban consignas para narcotizarse.
[…]
Tras unas semanas, tras graduarme en Módena, volví a casa para ir al frente. Abracé a mi madre, a mi padre, a mis hermanos y hermanas (en mi casa, los abrazos eran muy raros) y tomé el tren. Desde el tren vi el mar por primera vez, mucho más ancho que el Aniene; y fue como si hubiera cumplido con uno de los deberes de mi existencia: en tres días, llegué a las trincheras del Isonzo con el ciento once Regimiento de Infantería.
¡La trinchera! En ella, de la escuela paseé a la vida, entre los brazos de la muerte con las salvas de los cañones. […]
Si disparaba cinco o seis tiros al aire, lo hacía por necesidad: nunca quería apuntar el cañón del fusil hacia las trincheras enemigas, por miedo a matar a un hijo de Dios. […]
Si todos esos días pasados en el fondo de las trincheras, contemplando juncos, matas de zarzas, nubes aburridas y azules brillantes, los hubiéramos dedicado a trabajar, se habría producido una riqueza capaz de satisfacer todas las necesidades por las que se libró la guerra. Claro, pero esto era un razonamiento; y la guerra es un antirrazonamiento.
Igino Giordani Memorias de un cristiano ingenuo, Ciudad Nueva, Madrid, 2005.
La guerra es un homicidio en gran escala, disfrazado de una suerte de culto sagrado, como el sacrificio al dios Baal. Y la razón de ella es el terror que inspira, la retórica tras la que se esconde y los intereses que implica. Cuando la humanidad haya progresado espiritualmente, la guerra será incluida entre los ritos cruentos, las supersticiones de los hechiceros y los fenómenos de barbarie.
La guerra es para la humanidad lo que la enfermedad para la salud, o el pecado para el alma. Es destrucción y vergüenza; ataca al alma y al cuerpo, a los individuos y a la colectividad.
[…]
«Todas las cosas apetecen la paz», según Tomas de Aquino. En efecto, todas apetecen la vida. Solo los locos o los enfermos terminales pueden desear la muerte. Y la guerra es muerte. El pueblo no la quiere; la quieren algunas minorías que con la violencia se aseguran provechos económicos o, también, la satisfacción de las peores pasiones. Más que nunca hoy, los costos, las muertes y la destrucción definen a la guerra como una «masacre inútil». Masacre y, además, inútil. Una victoria de la muerte sobre la vida, verdadero suicidio de la humanidad.
«Todas las cosas apetecen la paz», según Tomas de Aquino. En efecto, todas apetecen la vida. Solo los locos o los enfermos terminales pueden desear la muerte. Y la guerra es muerte.
[…] Benedicto XV dio la definición más precisa al decir que la guerra es una «matanza inútil». El cardenal Schuster la llamó «una matanza de hombres». Significa regiones enteras destruidas, miles y miles de pobres sin hogar ni bienes, obligados a vagar por la desolada campiña hasta que la muerte los selle de hambre o de frío.
[…] Las ventajas materiales que pueden sacarse de una guerra victoriosa nunca llegan a compensar los daños que ésta ocasiona; tanto es así que se requieren varias generaciones sucesivas para reconstruir laboriosamente toda esa suma de valores espirituales y morales que habían sido destruidos durante un exceso de frenesí bélico»[1]. […] […]
“La inteligencia humana, destinada a otras finalidades, ha inventado y puesto en marcha hoy instrumentos de guerra capaces de despertar el horror en el ánimo de toda persona honesta, sobre todo porque no atacan solo ejércitos, sino que a menudo también a poblaciones civiles, niños, mujeres, ancianos, enfermos, además de destruir construcciones sacras y obras de arte. ¿A quién no espanta la idea de que nuevos cementerios se sumen a los ya numerosos del reciente conflicto y que nuevas ruinas humeantes de barrios y ciudades aumenten las destrucciones anteriores?» [2]. […] […]
La guerra è un omicidio in grande, rivestito di una specie di culto sacro, come lo era il sacrificio dei primogeniti al dio Baal : e ciò a motivo del terrore che incute, della retorica onde si veste e degli interessi che implica. Quando l’umanità sarà progredita spiritualmente, la guerra verrà catalogata accanto ai riti cruenti, alle superstizioni della stregoneria e ai fenomeni di barbarie.
Essa sta all’umanità, come la malattia alla salute, come il peccato all’anima : è distruzione e scempio e investe anima e corpo, i singoli e la collettività.
[…]
«Tutte le cose appetiscono la pace», secondo san Tommaso. Difatti tutte appetiscono la vita. Solo i matti e gl’incurabili possono desiderar la morte. E morte è la guerra. Essa non è voluta dal popolo; è voluta da minoranze alle quali la violenza fisica serve per assicurarsi vantaggi economici o, anche, per soddisfare passioni deteriori. Soprattutto oggi, con il costo, i morti e le rovine, la guerra si manifesta una «inutile strage». Strage, e per di più inutile. Una vittoria sulla vita, e che sta divenendo un suicidio dell’umanità.
«Tutte le cose appetiscono la pace», secondo san Tommaso. Difatti tutte appetiscono la vita. Solo i matti e gl’incurabili possono desiderar la morte. E morte è la guerra.
[…] Dicendo che la guerra è una « inutile strage », Benedetto XV diede la definizione più precisa. Il Card. Schuster la definì « un macello di uomini ». Significa regioni intere distrutte, migliaia e migliaia di povera gente senza più nè casa nè averi, ridotti ad errare per la campagna desolata, fintanto che non venga a falciarli di fame o di freddo la morte.
[…] I vantaggi materiali che si possono trarre da una guerra vittoriosa, non riescono mai a compensare i danni che essa importa ; tanto, che si richiedono parecchie generazioni successive per ricostruire stentatamente tutta quella somma di valori spirituali e morali che erano andati distrutti durante un eccesso di frenesie belliche » [1]. […]
L’ingegno umano, destinato a ben altri scopi, ha escogitato e introdotto oggi strumenti di guerra di tale potenza da destare orrore nell’animo di qualunque persona onesta, soprattutto perché non colpiscono soltanto gli eserciti, ma spesso travolgono ancora i privati cittadini, i fanciulli, le donne, i vecchi, i malati, e insieme, gli edifici sacri e i più insigni monumenti di arte ! Chi non inorridisce al pensiero che nuovi cimiteri si aggiungeranno a quelli tanto numerosi del recente conflitto e nuove fumanti rovine di borghi e città accumuleranno altri tristissimi ruderi ? » [2]. […]
Tras la publicación de la primera parte de la biografía del Padre Foresi dedicada al período inicial de su vida, salió también la segunda parte, que lleva como título: “La regola e l’eccesso” (La regla y el exceso) de la Editorial Città Nuova, de las tres previstas, que afronta los años que van de 1954 a 1962. ¿Qué surge, para Usted, en este volumen como nota característica de ese período de la vida de Foresi?
Una nota que caracteriza profundamente la vida y la experiencia de Pasquale Foresi en los años indicados se puede expresar de la siguiente manera: era un espíritu libre, de una persona animada por una tensión creativa entre carisma y cultura, movida por la exigencia de traducir espiritual y operativamente la inspiración de Chiara Lubich (el carisma de la unidad) y la necesidad, de alguna manera, de darle espesor teológico, filosófica e institucional, en un contexto eclesial ampliamente preconciliar. El libro lo describe muy bien, como una persona comprometida, junto a Chiara Lubich, en “encarnar” el carisma en formas comprensibles para la Iglesia del tiempo y para el mundo cultural y laico en general. En ese sentido se puede llegar a definirlo, más allá de un cofundador, también como un intérprete eclesial del carisma; como la persona que trataba de hacerlo “explicable” en los códigos de la Iglesia y que quiso ser constructor de puentes entre la dimensión mística de Chiara Lubich y la teología clásica, haciéndola accesible a muchos sin aguarla.
Al mismo tiempo Foresi era un intelectual atípico y un pensador original. A pesar de no haber dejado grandes obras sistemáticas (tampoco se lo había propuesto como tarea específica), ejerció un fuerte impacto en la Obra de María (Movimiento de los Focolares), justamente en el lapso de tiempo descrito en este volumen. Este segundo libro documenta una existencia dinámica, atravesada por un sentimiento de urgencia, como si las palabras del Evangelio relacionadas con el desarrollo del Movimiento de los Focolares tuvieran que encarnarse “enseguida”, sin postergaciones.
«Don Foresi, un espíritu libre, una persona animada por una tensión creativa entre carisma y cultura».
Nuestro entrevistado, el profesor Marco Luppi, investigador de Historia Contemporánea en el Instituto Universitario Sophia de Loppiano (Italia).
Las más de 600 páginas del texto afrontan no sólo los episodios que se refieren a la vida de Foresi en el período en examen, sino que también trazan la vida y la historia de Chiara Lubich y del Movimiento de los Focolares de esos años, detallando también situaciones y acontecimientos en los cuales él no estuvo presente, como el mismo autor afirma. ¿Por qué piensa Usted que se hizo esa opción editorial?
Zanzucchi incluye eventos y episodios de vida incluso que Foresi no vivió directamente porque su figura no puede separarse de la historia del Movimiento de los Focolares. Contar el contexto, los protagonistas y las dinámicas colectivas permite captar el significado del aporte de Foresi, insertándolo en la trama viva de una experiencia comunitaria. Como afirma claramente en su introducción, Zanzucchi ve en Foresi no sólo un protagonista, sino también un cofundador, o sea uno de los elementos estructurales y constitutivos del Movimiento de los Focolares. Por consiguiente la biografía de Foresi es inseparable de la biografía de la biografía del Movimiento. En otros términos, el autor adopta una perspectiva que podríamos definir “biografía inmersa”: no una simple reconstrucción individual, sino una narración relacional y contextual, en donde el sentido de la figura de Foresi surge del diálogo vivo con otros actores (Chiara Lubich, Igino Giordani, personalidades del ámbito eclesial, etc.) y con la historia colectiva del Movimiento.
Don Foresi con Chiara Lubich durantge un congreso (1967)Con jóvenes (1976)
El trabajo de Michele Zanzucchi es la primera biografía sobre Foresi. ¿Cuáles cree Usted que son los aspectos de la vida de Foresi que merecerían ulteriores profundizaciones e investigaciones históricas?
A Zanzucchi le gusta decir, a menudo, que él no es un historiador puro, sino más bien un narrador y divulgador atento y escrupuloso y que por lo tanto en varios momentos se tomó esa licencia, con la finalidad de aclarar algún pasaje no demasiado explícito. Pero, sin duda, ése es un trabajo muy importante y un primer esfuerzo por devolvernos la personalidad y la vivencia de Foresi con una mirada completa. Es una mirada, y muchas otras podrá haber, a través de ese mismo espíritu crítico, abierto a múltiples interpretaciones, que debe animar la reconstrucción de la historia de todo el Movimiento de los Focolares y de sus figuras de referencia. Entre las muchas profundizaciones que tienen que ver con posibles futuras investigaciones sobre Foresi, indicaría tres. Una primera sobre el pensamiento teológico y filosófico de Foresi. Zanzucchi destaca que Foresi no fue un teólogo académico, sino más bien un “visionario cultural”, con una producción desperdigada en artículos, discursos y apuntes. Por ello se nota la falta de una exposición orgánica de su pensamiento sobre temas clave como Iglesia, sacramentos, relación fe-razón, etc. Además habría que estudiar la originalidad de su pensamiento eclesiológico, que anticipa algunas intuiciones conciliares. Una segunda investigación podría ser la del rol “político” de Foresi y las relaciones con el mundo eclesiástico romano. El autor menciona repetidamente los vínculos de Foresi con la curia vaticana y con algunas personalidades eclesiásticas. Sin embargo, no queda del todo claro el peso que tuvo Foresi en las mediaciones políticas o eclesiales de la segunda posguerra y por lo tanto sería útil explorarlo, especialmente en los momentos de tensión con la jerarquía. Finalmente, un tercero y estimulante frente podría ser la iniciativa editoral y el “laboratorio cultural” de Città Nuova (Ciudad Nueva). Zanzucchi destaca el rol de Foresi como fundador, director e inspirador de la revista “Città Nuova”. ¿Qué tipo de “cultura” trataba de proponer Foresi? ¿Cómo se posicionaba respecto de otras revistas católicas (Civiltà Cattolica, L’Osservatore Romano, Il Regno)? Tarde o temprano será necesaria una monografía también sobre lo que hizo Foresi como editor y periodista, en el contexto de la prensa católica del siglo XX.