Movimiento de los Focolares
Empresarios en tiempos de coronavirus

Empresarios en tiempos de coronavirus

Empresas con graves sufrimientos, pérdida de miles de empleos: la fase de encierro ha afectado fuertemente a la economía europea. A pesar de esto, muchos empresarios no se rinden. Andrea Cruciani, italiano, se preguntó cómo cuidar a sus empleados. ¿Cómo han vivido los empresarios la fase de emergencia del encierro debido a Covid-19? Hablamos sobre ello con Andrea Cruciani, CEO de TeamDev y Agricolus, empresa y start-up italianas relacionadas con el proyecto de Economia di Comunione. ¿Cómo experimentaste la fase de bloqueo? “Antes del encierro no teníamos problemas. Durante 12 años, TeamDev ha crecido un 20% por año y empleamos a unas cincuenta personas. A mediados de febrero habíamos realizado operaciones para anticipar los costos en el banco, pero con el cierre de operaciones llegamos a fines de marzo y ya no teníamos efectivo. Era la primera vez que me encontraba sin dinero y sin alternativas. Tuvimos que optar por el fondo para despidos y lo lamenté porque siempre hemos invertido prestando especial atención al bienestar corporativo. Por lo tanto, nos encontramos con algunos empleados asustados con falta de confianza en nosotros. Perder la confianza de incluso un empleado fue un dolor. Lentamente, tratamos de encontrar una solución para las necesidades de todos y, tan pronto como el dinero ingresó a las arcas de las empresas, pudimos integrarnos en el fondo para despidos pagando a los empleados a través de un premio llamado “Premio Covid”. Al final, logramos darles a todos el mismo salario. Entendieron que no había mala fe de nuestra parte”.  ¿Qué te enseñó esta experiencia? “He conocido las debilidades en la construcción de una relación auténtica con empleados y colaboradores. Es muy importante construir una relación auténtica basada en la confianza. Nos sorprendió la reacción de algunos de ellos que sacaron las energías por el deseo de contribuir al bien común. Este período puso de manifiesto la verdadera humanidad en las relaciones”.  ¿Qué consejos le darías a otros emprendedores para cuidar los recursos humanos? “Te contaré una historia. Hace tres años quería promocionar a un empleado confiándole una sucursal de la empresa. Pero después de un tiempo, esta persona no aguantó y cambió de trabajo. Allí me di cuenta de que lo que espero de la vida para mí no es lo que otros esperan. Ni siquiera estaba interesado en tener un aumento salarial, y no quería tener ese peso psicológico. Después de esa experiencia, comenzamos a implementar algunas herramientas más eficaces”.  ¿Es decir? “En primer lugar, le pedimos ayuda a un coach para ayudar a mantener un espíritu común entre todos. Luego comenzamos a mejorar el ambiente de trabajo con cosas simples como hacer encontrar fruta fresca para una merienda, o traer frutas de temporada de los huertos solidarios de Caritas para que cada uno llevara a casa (sin costos) lo que necesitaba. Luego activamos otros mecanismos, aunque ya durante varios años habíamos comenzado con una pensión integradora y otras herramientas, como horarios flexibles para salir al encuentro de las familias… Nos parece la forma de cuidar a las personas que trabajan para nuestras empresas. Además, tratamos de ocuparnos del crecimiento de cada persona para dar lo mejor”. ¿Cómo ves el futuro de la economía en general? “Veo un futuro donde será cada vez más necesario leer el momento presente y saber dar llaves de lectura también para el futuro. Chiara Lubich para nosotros, los emprendedores de EdC, fue un profeta porque nos enseñó cómo cuidar a los empleados y las empresas. Algunas cosas ahora están previstas por la ley, pero para muchas otras la ley no sirve porque es una cuestión de conciencia y amor”.

Lorenzo Russo

Evangelio vivido: ser familia

“Sean una familia –fue la invitación de Chiara Lubich dirigiéndose a personas deseosas de vivir la Palabra de Dios-. Y dónde ir para llevar el ideal de Cristo, (…) nada mejor que tratar de crear con discreción, con prudencia, pero con decisión, el espíritu de familia. Éste es un espíritu humilde, que desea el bien de los demás, no se infla… es (…) la auténtica caridad”[1]. El nuevo director En su “discurso programático” el nuevo director había hablado de la empresa como una familia en la cual todos eran corresponsables. El clima entre nosotros era fluido y cordial… pero ante las primeras dificultades, quizás por inexperiencia, él se rodeó de sólo algunos de su confianza y a la hora de tomar decisiones prácticamente excluía a todos los demás. Me animé y, por amor a él y a todos los empleados, un día fui a la dirección para preguntarle cuáles preocupaciones no estaban atormentando. Parecía otra persona con respecto al inicio, uno que veía sólo enemigos. ¿Quizás habíamos hecho algo contra él que lo empujaba a actuar así? No respondió y se despidió excusándose diciendo que tenía un compromiso urgente. Algunos días después me llamó y, disculpándose, me confió que se sentía incapaz de mantener la solidaridad que hacía que todo se le escapara de las manos. Me pidió ayuda. Lo convencí de que se abriera con todos nosotros, preguntando si realmente queríamos estar en su proyecto. Fue un momento de gran comprensión recíproca. Algo empezó a cambiar (H.G. – Hungría) En el correo Al inicio del coronavirus, fui al correo a enviar un paquete. En la fila de las pensiones estaba una señora anciana con la mascarilla, que se sintió mal, se desvaneció y cayó al suelo. Corrí hacia ella, pero no tenía la fuerza para levantarla.  Ante mi pedido de ayuda noté en los demás cierta resistencia y sólo respondió un chico lleno de tatuajes, que vio la escena desde afuera del correo. Hicimos sentar a la anciana, quien aparte del dolor por la caída se recuperó bien, le pedí al chico que la ayudara con su trámite, mientras yo iba a mandar mi paquete. Él no sólo me ayudó a subirla al automóvil, sino que quiso venir con nosotros hasta la casa de la señora. Como ella tenía estetoscopio, le medí la presión. Una vez que salimos, el chico me dijo: “Estaba riendo con mis amigos de ver cómo se comporta la gente que se deja guiar por el miedo. Lo que usted hizo por ella es grande”. Después de algunos días fui a visitar a la anciana. Quedé sorprendida y también conmovida cuando me contó que aquél chico le había llevado galletas hechas por su madre. (U.R. – Italia) Sanar el pasado ¡Lástima! Era una colega competente en su trabajo, pero afligía a los demás con su pesimismo. Entre otras cosas su envidia, no sólo hacia mí, sino hacia lo demás colegas, la inducía a hablar siempre mal de todos. Como consecuencia, con una excusa o con otra, nadie quería trabajar con ella. ¿Qué hacer?¿Dejar que las cosas siguieran así, con la incomodidad de todos? Con ocasión de su cumpleaños se me ocurrió una idea, organizar en la oficina una colecta para hacerle un regalo. Cuando la llamamos para festejarla con dulces que habíamos traído de casa, dibujos hechos para ella por los niños de las colegas y una linda cartera como regalo, estaba conmovida e incrédula. Durante varios días no pronunció una palabra. Nos miraba como un pajarito herido. Después lentamente empezó a contarme de su infancia, de sus amores fracasados, de las divisiones en su familia… Nos hicimos amigas. Ahora frecuenta nuestra casa y ayuda a mis hijos con las tareas de matemática y de inglés. Es como de la familia. Parece que también su pasado se ha resanado. (G.R. – Italia)

A cargo de Stefania Tanesini

(tomado de Il Vangelo del Giorno (El Evangelio del día), Città Nuova, año VI, n.4, julio-agosto 2020) [1] C. Lubich, in Gen’s, 30 (2000/2), p. 42.  

Llamarlo por su nombre

Todos hemos sufrido a causa del coronavirus y muchos están sufriendo todavía. El dolor que esta pandemia nos está causando se presenta de modos muy diversos y desfalleceríamos si Jesús no nos sostuviera. En efecto, sabemos que Él, que es Dios mismo hecho hombre, vivió todos nuestros dolores y por eso puede estar a nuestro lado y sostenernos. (…) La vida se puede considerar como una carrera de obstáculos; pero ¿qué son esos obstáculos? ¿Cómo podemos definirlos? Siempre es un gran descubrimiento ver cómo a cada dolor o prueba de la vida se le puede dar en cierto sentido el nombre de Jesús Abandonado. ¿Estamos llenos de miedo? Jesús en la cruz, en su abandono, ¿acaso no parece estar invadido por el temor de que el Padre se haya olvidado de Él? El obstáculo que podemos encontrar en ciertas pruebas duras es el desconsuelo, el desaliento. Jesús, en su abandono, parece sucumbir bajo la sensación de que en su divina pasión le falte el consuelo del Padre y parece estar perdiendo el valor que necesita para concluir su dolorosísima prueba; pero después, añade: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”[1]. ¿Las circunstancias nos llevan a estar desorientados? Jesús, en aquel tremendo dolor, parece que ya no comprenda nada de cuanto le está sucediendo, puesto que grita: “¿Por qué?”[2]. ¿Se nos contradice? En el abandono, ¿no parece acaso que el Padre no apruebe lo que ha hecho el Hijo? ¿Se nos reprocha o acusa? Jesús crucificado, en su abandono, quizás tuvo la impresión de recibir también un reproche, una acusación desde el Cielo. Además, ante ciertas pruebas que a veces sobrevienen en la vida una tras otra, ¿no se llega acaso a decir, desolados: esto parece demasiado, esto supera toda medida? Jesús en su abandono, bebió un amargo cáliz, no solo colmado, sino rebosante. La suya fue una prueba sin medida. Y cuando nos sorprende la desilusión o nos sentimos lacerados por un trauma, o por una desgracia imprevista, por una enfermedad o por una situación absurda, podemos siempre recordar el dolor de Jesús Abandonado, que personificó todas estas pruebas y mil más. Sí, Él está presente en todo aquello que tiene sabor a dolor. Y cada dolor es un nombre suyo. En el mundo se dice que el que ama llama por su nombre (a quien ama). Nosotros hemos decidido amar a Jesús Abandonado. Entonces, para lograrlo del mejor modo, tratemos de habituarnos a llamarlo por su nombre en las pruebas de nuestra vida. Así le diremos: Jesús Abandonado-soledad; Jesús Abandonado-duda; Jesús Abandonado-herida; Jesús Abandonado-prueba; Jesús Abandonado-desolación, etcétera. Y, al llamarlo por su nombre, Él se verá descubierto y reconocido bajo cada dolor y nos responderá con más amor; y al abrazarlo se convertirá para nosotros en: nuestra paz, nuestro consuelo, la valentía, el equilibrio, la salud, la victoria, Será la explicación de todo y la solución de todo. Tratemos entonces (…) de llamar por su nombre a este Jesús que encontramos en los obstáculos de la vida. Los superaremos con más rapidez, y la carrera de nuestra existencia no conocerá pausas.

Chiara Lubich

(En una conferencia telefónica, Mollens, 28 de agosto de 1986) Cf.: “Llamarlo por su nombre”, en: Chiara Lubich, Juntos en camino, Editorial Ciudad Nueva, Buenos Aires, 1988, pp. 173-175. [1] Lc 23, 46. [2] Cf. Mt 27, 46; Mc 15, 34.

Evangelio vivido: una gran oportunidad

Si amamos, Jesús nos reconoce como su familia, sus hermanos y hermanas. Es nuestra oportunidad más grande, que nos sorprende; nos libera del pasado, de nuestros temores, de nuestros esquemas. En esta perspectiva también los límites y las fragilidades pueden ser un trampolín para avanzar hacia nuestra realización. Verdaderamente todo da un salto de calidad. Racismo Frecuentaba la secundaria; las lecciones y las tareas iban bien, pero no mi relación con los compañeros de clase. Un día estaba terminando las tareas de ciencias, cuando uno de ellos empezó a despotricar en mi contra por el hecho de ser asiático. Ante esa explosión racista no supe cómo reaccionar, me quedé mudo, sólo con la idea de vengarme. Después un pensamiento extraño me pasó por la mente: “Ahora es tu oportunidad”. Necesité un poco de tiempo para entender el significado. Pero tiempo después se me aclaró: “Ahora es tu oportunidad para amar a los enemigos”. Quería acallar ese pensamiento en aras de defender mi identidad asiática. También porque amar a mi enemigo me parecía que alimentaba lo negativo. Pero después de un tiempo, en que no sabía que decisión tomar, concluí que no iba a decir nada. Reforcé en mi corazón enojado el perdón y ofrecí mi herida personal a Jesús, que tanto había sufrido en la cruz. Después de esta experiencia de perdonar a mi enemigo, sinceramente sentí una felicidad que nunca había experimentado antes. (James – Usa) Problemas de fe Cuando nació nuestro tercer hijo con síndrome de Down, esta crueldad de la naturaleza me pareció un castigo por mi infidelidad conyugal. Sentía vergüenza de salir con él y dentro de mí había preguntas sin respuesta. Pero conforme F. crecía, veía en él una bondad primordial, una paz cósmica. No sé qué relación podía tener con mi fe problemática, pero lentamente adquirí otros ojos y, diría que, otro corazón. También la relación en la familia cambió. La cosa extraña es que empecé a vivir como un don la condición de F. No volví a tener problemas de fe ni de dogmas. Todo es gracia. Detrás del velo de la incomprensión hay una verdad que es inocente y pura. (D.T. – Portugal) Regreso Había dejado a mi familia por otra persona de la que me había enamorado en mi trabajo. Enceguecido por la pasión no me daba cuenta de la tragedia que estaba provocando. Siempre me mantuve en contacto con mis hijos, sobre todo con la mayor quien era la que más sufría por mi ausencia. Cuando su marido la abandonó con tres hijos pequeños y mi hija cayó en depresión, vi repetirse el mismo mal que yo había causado. Dios me dio la gracia de comprenderlo y de arrepentirme. Hice todo lo posible para estar cerca de esa familia disgregada, busqué a mi yerno y hablé largo y tendido con él. Él me humilló diciéndome que no tenía el derecho de juzgar, porque ciertos traumas de su esposa eran culpa mía, y que su matrimonio había naufragado precisamente por la falta de equilibrio de ella. De rodillas y llorando le pedí perdón. Él contestó que lo iba a pensar. Después de algunos meses de suspensión surgió una chispa de esperanza, mi hija me dio la noticia de que su marido quería volver a intentar vivir en familia. (C.M. – Argentina)

a cargo de Stefania Tanesini

  (Tomado de “Il Vangelo del Giorno”, Città Nuova, año VI, n.4, julio-agosto 2020)