Ago 19, 2017 | Sin categorizar
El orar no consiste, precisamente, en el hecho de dedicar un tiempo, durante el día, a la meditación o en leer algún texto de la Sagrada Escritura o de santos, y en tratar de pensar en Dios o en sí mismos para una renovación nuestra interior. Esto no es, en su esencia, orar. Lo mismo podemos decir por lo que se refiere a rezar el rosario o las oraciones de la mañana y de la noche. Sin dudas, todas ellas son expresiones aptas para entrar en relación con Dios y manifestar su realidad íntima, sin embargo jamás coinciden totalmente con ella. Paradójicamente, una persona puede haber hecho estas cosas durante todo el día y no haber orado ni un solo minuto. De hecho, entre la oración y las oraciones hay una diferencia sustancial que trataré de explicar empezando por la oración más inconsciente, pero no por esto menos esencial. Cuando, por la noche, nuestros ojos se levantan para mirar el cielo estrellado, ven un universo de inagotable belleza que encanta y asombra en su tácita obediencia a una ley: la ley de vida y de armonía que desde el inicio lo ha constituido y que en cada momento lo sostiene; ley que por sí sola testimonia el Creador. Si es así con respecto a los astros del cielo, lo es también con respecto a las plantas y a las flores, que ‘saben’ cuándo brotar y florecer, cuándo dar fruto y morir. Por lo tanto, una profunda relación une a todos los seres vivientes con Dios; relación que – me atrevo a decir – es profunda oración porque ellos, sólo con su existir, inconscientemente lo reconocen y lo siguen y “cuentan su gloria”. (Sal 18,2). Pero esta recóndita oración encuentra su expresión – y la más alta, porque es consciente y libre – también en el ser humano. Es la oración que nace cuando él, aun antes de entrar en diálogo con Dios, lo reconoce como Padre que lo ha creado y lo sostiene poniéndolo en condición de igualdad con todo el universo. La relación con Dios se define entonces en su realidad de fundamento vital y medicinal al mismo tiempo. Una relación, por lo tanto, que el ser humano está llamado a establecer cotidianamente con Él o a pedírsela, tal como invitan a hacer algunos maestros del espíritu, en una original exégesis de la invocación del Padre Nuestro: “Danos hoy nuestro pan de cada día”. El orar, para que sea realmente auténtico, exige antes que nada una relación con Jesús: ir con el espíritu más allá de nuestra condición humana, de nuestras ocupaciones, de nuestras oraciones, aun hermosas y necesarias, y establecer esta relación íntima, personal con Él. […] Veamos entonces las distintas maneras en las que se puede desarrollar esta relación. Empiezo por una forma de oración que puede parecer impropia. Es la oración de ofrecimiento. La vive quien, prostrado por los sufrimientos físicos o espirituales, incapaz de todo, incluso de hablar, le ofrece a Dios toda su existencia, aunque sea en un espacio de un solo instante. Es por esto que dicha forma de oración puede considerarse como la más profunda, porque inserta el alma en ese punto donde el contacto con Dios se hace inmediato y directo. Pero también el trabajo puede asumir la forma de una oración de ofrecimiento. Pienso de manera especial en aquéllos que durante el día están agobiados por el esfuerzo físico, hasta tal punto que se les vuelve casi imposible recoger las fuerzas necesarias para dedicarse a la oración. Y bien, incluso ellos advertirán que viven en una continua relación con Él si por la mañana, con una simple intención, le ofrecen a Dios su jornada. Y por la noche, en el silencio del recogimiento, aunque sea breve, encontrarán la unión con Él. En el fondo, la humanidad de hoy se muestra especialmente sensible precisamente a esto, es decir a que todo el universo y lo que en él se realiza, se pueda transformar en una gran oración que incesantemente se eleva a Dios. Pasquale Foresi, de “Luce che si incarna” – Ed. Città Nuova, Roma 2014, pagg. 31-32-33
Ago 15, 2017 | Sin categorizar
«Ante el pensamiento de hablar de María siento que el alma tiembla y el corazón late. Es éste un tema que supera todas nuestras facultades y en el lugar de la palabra sería mejor guardar silencio. «¡María! La extraordinaria entre todas las criaturas, la excelsa hasta el punto de poseer el título y la realidad de ser Madre de Dios y por lo tanto, la Inmaculada, la Asunción, la Reina, la Madre de la Iglesia. María está más cerca de Dios que del hombre, y sin embargo es una criatura como nosotros que somos criaturas, y así es ante el Creador. De aquí la posibilidad para Ella de ser para nosotros como un plano inclinado que toca el cielo y la tierra y por lo tanto, aún en su ser extraordinario, niña, jovencita, novia, esposa, viuda… igual que nosotros, cada uno en la propia edad y en la propia condición, podemos encontrar un vínculo con Ella y por lo tanto, un modelo.[…] «En lo que se refiere a poseer una verdadera devoción a Ella – aún magnificando las diversas devociones que fueron floreciendo en el transcurso de los siglos para dar al pueblo cristiano el sentido de un amor maternal seguro, que piensa en todos los pequeños y grandes problemas que la vida ocasiona- te aconsejaría un camino que permite que en el corazón nazca un amor por María semejante y del tipo del que Jesús tiene hacia Ella. Es así, si María tiene todas esas magníficas y extraordinarias cualidades que sabes, Ella es también “la perfecta cristiana”. «Y es así porque, como se puede deducir del Evangelio, Ella no vive su propia vida, sino que deja que la ley de Dios viva en Ella. Es Ella la que mejor que todos puede decir: “No soy yo que vivo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 20). María es la Palabra de Dios vivida. Si quieres entonces amarla de verdad, “imítala”. ¡Debes ser también tu palabra de Dios viva! «La imitación de Ella te hace semejante a Ella y te lleva a amarla, porque si un dicho dice: “El amor o encuentra a sus semejantes, o los hace semejantes”, es verdad también que los que son semejantes se aman. […] «Imitemos pues a María, hagámonos semejantes a Ella y nacerá espontáneamente en nuestro corazón el amor hacia Ella» Chiara Lubich «Diálogo abierto». Pubblicado in Città Nuova, 1976, n. 9, p. 33. Ver también Centro Chiara Lubich:
Ago 13, 2017 | Sin categorizar
Igino Giordani trataba a los jóvenes con ese amor que brota de la unidad entre las generaciones. Era un hermano para cualquiera, para los pequeños y para los grandes, porque la fraternidad nos recoge en uno, ante la presencia del único Padre: «Jesús utilizó las más vivas expresiones para afirmar su íntima fraternidad con los hombres. Es posible imaginar cuánto amaba a su madre y a sus primos, compañeros de su infancia y confidentes de su juventud. Sin embargo, una vez que le dijeron que lo buscaban mientras enseñaba, respondió: “¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? –Y extendiendo su mano hacia los discípulos dijo; quien quiera que haga la voluntad del Padre mío, que está en los cielos, es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mt 12, 48-50). El significado de la respuesta es obvio: quien quiera que acepte la paternidad de Dios, que es el objeto de la predicación evangélica, entre a formar parte de la familia de Jesús, se convierte en hermano, hermana, madre de Él. El cristianismo emparienta con Cristo y, por Él, con Dios, con el primer grado de parentela, que es la fraternidad». [de: Igino Giordani, Il messaggio sociale del cristianesimo, (El mensaje social del cristianismo) 2001, p. 87] Paragonaba la unidad entre las generaciones al manejo de un auntomóvil: la juventud es como un motor, la ancianidad es un manejo prudente; ¡ambas indispensables para llegar a la meta! Entre las numerosas personas con las que se escribía, en 1979, un año antes de morir, encontramos un niño de 9 años, apodado Sandokan, el cual estableció una profunda relación con Igino y lo llamaba “abuelito con corazón de gen”: «Querido abuelito, desde que supe que estabas enfermo trato de rezar más por ti. Con mi mamá y mi papá le pedimos a un sacerdote que te recordara en la Misa y a Jesús en mi corazón le pedí que te ayude y que te esté cerca en este momento. Recuerdo que en una carta te escribí que iría a tu casa, pero no he podido, pero lo importante es que te tengo en mi corazón y yo estoy en el tuyo. ¿Cuándo nos dejes a nosotros puedes saludarnos a Jesús? Sabes lamento que te vayas porque te quiero mucho, pero estoy contento que tú puedas ver a Jesús quien ha sido todo para ti. Un gran beso de tu Sandokan». «Queridísimo Sandokan, conocido como Ferdinando, te recuerdo muy bien: tú y yo somos hijos del mismo Padre, Jesús. Yo paso los días junto a ti, sin importar si vivimos lejos. Tu papá te explicó bien: soy un abuelito, con el corazón de un gen. Por lo tanto somos coetáneos y hermanitos. Salúdame a tus hermanitos, también ellos hijos de Jesús; ámalos como amas a mamá y a papá y como amas a Jesús… Un besito en tu naricita de tu abuelito». En un banco del Centro Mariápolis, el centro de los Congresos del Movimiento de los Focolares, los jóvenes se reunían a su alrededor, cantando y danzando, se detenían para hacer coloquios íntimos; cada uno se sentía amado y estrechaba con él el pacto de seguir y vivir el ideal de la unidad propuesto por Chiara Lubich. Giordani reseña uno de estos encuentros alegres en su Diario: «Aun estando sin voz, hoy, me pidieron que hablara a la escuela de los gen y de las gen: trescientas personas. Improvisé, hablando de varias cosas, pero polarizándolas alrededor del misterio de amor, en el que actúa la triada: Dios-el Hermano-Yo. El entusiasmo, embellecido por los cantos, explotó entre las y los gen, como manifestación de la alegría de los presentes». [del: Diario di fuoco, (Diario de Fuego) 25 de abril de 1979].
Ago 11, 2017 | Sin categorizar
El primer acontecimiento de la vida de la Virgen que recoge el Evangelio es la Anunciación (Lc 1, 25ss). María fue elegida por Dios desde siempre, pero en la Anunciación sucedió algo muy particular para Ella: el ángel se le presenta con un mensaje de Dios, que María acepta. Por este “sí” suyo florece inmediatamente en Ella una realidad nueva: la encarnación del Verbo en su seno. Si tratamos de comprender la vida de algunos santos, vemos que algo análogo a lo que sucedió en María sucede también espiritualmente en ellos cuando se tropiezan con un carisma que Dios ha dado para el bien de la Iglesia. Conocemos la historia de santa Clara de Asís, la discípula más perfecta de san Francisco. Cuando uno visita la iglesia de san Damián en Asís, donde ella vivió, puede suceder que el guía, al explicar ese lugar sagrado diga: “Aquí Cristo se encarnó en el corazón de Clara”; lo cual no son simples palabras, sino que revelan una profunda verdad. Aunque Clara de Asís – por lo que sabemos – vivía ya desde antes una vida cristiana ferviente, su encuentro con san Francisco, que era la personificación de una palabra que Dios volvía a decir al mundo, la palabra pobreza, provocó en ella algo nuevo: hizo que Cristo se desarrollara y creciera en su alma hasta convertirla en una de las santas más grandes de la Iglesia Católica. Y ¿acaso no piensan los Papas, los santos y los Padres de la Iglesia que la Palabra engendra a Cristo en las almas? Así, cuando alguien, en un momento dado de su vida, se tropieza a través de una persona, un escrito o una reunión con el carisma de la unidad y siente la llamada a hacerlo suyo, si dice su “sí”, sucede también en él algo semejante a lo que sucedió en María y en estos santos. Cristo en su corazón puede desarrollarse verdaderamente y crecer espiritualmente como por una actualización del bautismo. He leído que santa Clara de Asís, pronunció antes de morir una frase maravillosa: “Tú, Señor, seas bendito porque me creaste” Quiere decir: “porque habiéndome creado, realmente Tú has buscado tu gloria”. Y la suya fue una muerte de amor. ¡Quiera el Cielo que también a nosotros nos suceda algo así! Si somos fieles, tampoco nuestra muerte será simplemente una muerte física, sino una muerte de amor. Entonces subiremos también nosotros a saludar a nuestra Madre, a nuestra santa, a nuestro modelo, Aquella que aquí en la tierra ha sido nuestra Guía, Reina y Madre. Y veremos la gloria de María, Reina del cielo y de la tierra. Y la veremos rodeada sobre todo por todos los que la han amado. De Chiara Lubich, “María – Transparencia de Dios”, 2003 Ciudad Nueva – págs. 58,59,73.
Ago 5, 2017 | Sin categorizar
«Contemplando la inmensidad del universo, la extraordinaria belleza de la naturaleza y su potencia, me remonté espontáneamente al Creador de todo y adquirí una nueva comprensión acerca de la inmensidad de Dios. La impresión que tuve fue tan fuerte y tan nueva que enseguida me habría arrojado a tierra de rodillas para adorar, alabar y glorificar a Dios. Sentí la necesidad de hacerlo como si ésta fuese mi vocación actual. Y casi como si ahora se abrieran mis ojos, comprendí como nunca Quién es el que hemos elegido como ideal; o mejor dicho, Quién es el que nos ha elegido a nosotros. Lo vi tan grande, tan grande, tan grande que me parecía imposible que hubiera pensado en nosotros. Esta impresión de su inmensidad ha permanecido en mi corazón durante algunos días. Ahora, al rezar: “Santificado sea tu nombre” o “Gloria al Padre, al Hijo, al Espíritu Santo” es otra cosa para mí: es una necesidad del corazón. (Rocca di Papa, 22.1.87) «[…] Contemplar, tal vez, la infinita extensión del mar, una cadena de montañas altísimas, un glaciar imponente, o la bóveda del cielo punteada de estrellas… ¡Qué majestuosidad! ¡Qué inmensidad! Y a través del esplendor deslumbrante de la naturaleza, nos remontásemos a Aquél que es su autor: Dios, el Rey del universo, el Señor de las galaxias, el Infinito. […] Él está presente en todas partes: está en el centelleo de un arroyo, en una flor que se abre, en una aurora clara, en un rojo atardecer, en una cumbre nevada … En nuestras metrópolis de cemento, construidas por la mano del hombre entre el ruido del mundo, la naturaleza pocas veces se ha salvado. Y sin embargo, si queremos, basta con un retazo de cielo azul descubierto entre los tejados de los rascacielos, para acordarnos de Dios; es suficiente un rayo de sol, que no deja de penetrar ni siquiera a través de los barrotes de una cárcel; es suficiente una flor, un prado, el rostro de un niño… […] Esto nos ayudará a regresar entre los hombres, donde tenemos nuestro sitio, sintiéndonos fortalecidos, igual que se sentía Jesús cuando, después de haber rezado al Padre durante toda la noche en los montes, bajo el cielo estrellado, volvía entre los hombres a hacer el bien». (Mollens, 22.9.88) De Chiara Lubich – “Buscando las cosas de arriba” – Editorial Ciudad Nueva, Madrid 1993, págs. 18 – 20
Ago 4, 2017 | Sin categorizar