Cristianos Caminando Juntos
«La unidad entre las Iglesias necesita de héroes, héroes en la fe, héroes ante la historia, necesita de héroes en la espiritualidad que tengan un espíritu humilde», son palabras del Papa Tawadros II en Alejandría (Egipto), durante la primera jornada de la amistad entre la Iglesia Copta Ortodoxa y la Iglesia Católica, en el 2015. Y el Papa Francisco, en su reciente viaje al Cairo, las hizo resonar: «Delante del Señor, que quiere que seamos “perfectos en la unidad” no es posible escondernos más detrás de los pretextos de divergencias interpretativas ni tampoco detrás de siglos de historia y de tradiciones que nos han convertido en extraños», e invoca la «comunión ya efectiva, que crece cada día», los frutos misteriosos y más que nunca actuales de «un verdadero y propio ecumenismo de la sangre», la importancia de «un ecumenismo que se hace en marcha… No existe un ecumenismo estático». Es ésta también la convicción de cristianos de muchas Iglesias, animados por la espiritualidad de la unidad de los Focolares, basándose en una experiencia que se lleva adelante desde hace algunos decenios. Y es precisamente en la actual corriente ecuménica, en la que se sitúan en primer plano los gestos, las palabras y las declaraciones refrendadas por los responsables de Iglesias, pero también un sinnúmero de iniciativas realizadas por cristianos en varias latitudes, que se enmarca la 59° Semana Ecuménica en curso en Castel Gandolfo (Roma), del 9 al 13 de mayo, en la que confluyen aproximadamente 700 cristianos de 70 Iglesias y Comunidades eclesiales, de 40 países. Días de comunión, espiritualidad, reflexión, vida compartida: una “Mariápolis ecuménica”, tal como muchos aman definir esta convivencia, que se presenta como un nuevo paso en el «diálogo de la vida» y en el «ecumenismo de pueblo». De hecho es en el «diálogo de la vida» que Chiara Lubich vislumbraba el aporte típico de la espiritualidad de la unidad a la plena y visible comunión entre las Iglesias. Es necesario «un pueblo ecuménicamente preparado». Con la clara conciencia de los muchos pasos que todavía quedan por dar y en el respeto entre todas las Iglesias, se trata de ahondar en el patrimonio común que ya une a todos. El título: “Caminando Juntos. Cristianos en el camino hacia la unidad”, se articula alrededor de un tema central de la espiritualidad de la unidad, Jesús crucificado y abandonado: el Dios de nuestro tiempo, fundamento para una espiritualidad de comunión. Con momentos de reflexión, de diálogo y testimonios de varias regiones del mundo. Las intervenciones del obispo Christian Krause (ex presidente de la Federación Luterana mundial), del Rev. Dr. Martin Robra (Consejo ecuménico de las Iglesias de Ginebra), del Obispo Brian Farrell (secretario del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos) y de María Voce (presidente del Movimiento de los Focolares), se centran en el camino que se está recorriendo, 500 años después de la Reforma luterana.
Un momento especial, a cargo de S.E. Gennadios Zervos, Metropolita de Italia y de Malta, del Patriarcado de Constantinopla, sobre el tema: “50 años del primer encuentro entre dos protagonistas del diálogo: el Patriarca ecuménico Athenagoras I y Chiara Lubich”. Además de la participación a la audiencia general con el Papa Francisco en la Plaza de San Pedro, el programa incluye la visita a las Basílicas de San Pedro y de San Pablo Extramuros y la oración común en las catacumbas de S. Domitila y de S. Sebastián. Esta 59° Semana Ecuménica quiere ser también expresión del renovado compromiso ecuménico de los Focolares expresado en la reciente Declaración de Ottmaring, que formula también una promesa: hacer todo lo posible «para que nuestras actividades, iniciativas y reuniones, a nivel internacional y especialmente local, estén impregnadas de esta actitud abierta y fraterna entre los cristianos… confiando a Dios el camino de nuestras Iglesias para que se aceleren los pasos hacia la celebración común en el único cáliz».
Día de la amistad copto-católica
El 10 de mayo de 2013, Tawadros II, Patriarca de la Iglesia ortodoxa copta, visitó por primera vez al Papa Francisco en el Vaticano. En recuerdo del histórico encuentro, a su regreso a Egipto decretó el “Día de la mistad copto-católica” que, desde entonces, se repite cada año el 10 de mayo. Recientemente, el Santo Padre devolvió la visita viajando a El Cairo.
¡Adiós Marco!
«Marco Tecilla, el primer focolarino, es la perla che si suma esta tarde a la corona de María. Estamos todos junto a él en un abrazo que une cielo y tierra, con infinita gratitud». Con estas breves palabras, Maria Voce, presidente de los Focolares, ha anunciado ayer la muerte, de Marco Tecilla, primer joven que siguió a Chiara Lubich en el camino del focolar. El funeral se realizará mañana miércoles 10 de mayo, en Castel Gandolfo (Roma), a las 11:00 hs. de Italia.
Fiesta de Europa
El 9 de mayo se celebra en Europa la paz y la unidad. La fecha recuerda la histórica “Declaración Schuman”, con la que, el 9 de mayo de 1950, el entonces ministro de relaciones exteriores francés propuso la creación de un primer núcleo económico, con el fin de dar inicio la gradual construcción de una federación de Estados europeos, indispensable para mantener relaciones pacíficas. Con la primera etapa, Robert Schuman indicaba la gestión común del carbón y el acero, entre Francia y Alemania Occidental, pero, en el cuadro de una organización a la que habrían podido sumarse seguidamente también otros países. Se pusieron así las premisas para una integración mucho más vasta y comprensiva, a tal punto que la Declaración es considerada, simbólicamente, la fecha de nacimiento del largo proceso de paz y estabilidad que ha dado origen a la Unión Europea. La fiesta es la ocasión para acercar entre sí a las instituciones, los ciudadanos y los pueblos, acrecentando la conciencia de que los valores de la paz, de la integración y de la solidaridad deben ser puestos como base de la convivencia humana.

El dolor de cabeza de Simplice
«Desde que nuestros padres se separaron, mi hermana y yo vivimos con nuestro padre. Es una situación muy difícil para mí, también por mi salud: sufro de asma y durante dos años tuve además problemas de corazón. Gracias a la cercanía de muchos jóvenes que tratan de vivir como yo la espiritualidad de la unidad, estos límites físicos no me impidieron vivir con entusiasmo mi compromiso cristiano. Como estudiante, en cambio, las cosas no iban muy bien. En la institución pública que frecuentaba no había muchas opciones de atención para estudiantes en mi situación y cuando supe que me tocaba repetir el primer curso del bachillerato, cambié de escuela. Ahí entendí mejor la importancia de la instrucción y la ventaja de poder alcanzar un título universitario. Al inicio del año las notas eran buenas: evidentemente la nueva motivación estaba funcionando. Una noche me agarró un terrible dolor de cabeza. Esperaba que durante la noche se me pasara porque en los días siguientes tenía que rendir muchos exámenes. Efectivamente por la mañana ya no tenía dolor de cabeza, pero apenas tomé los libros en mis manos, volvió más fuerte que nunca. Cada vez que intentaba concentrarme en un trabajo intelectual, pasaba lo mismo. Pasé por muchos hospitales, pero nadie lograba descubrir la enfermedad que padecía. Mientras tanto, el promedio de las notas disminuía mientras que el dolor de cabeza se había vuelto permanente. Mi padre ya no tenía plata para pagar a los médicos, así que acudí a los curanderos tradicionales, pero sin éxito. Agobiado por esta situación, me sentí invadido por fuertes dudas de fe. Me preguntaba: ¿por qué entre siete mil millones de personas esta situación me tenía que tocar precisamente a mí, justo cuando decidí comprometerme seriamente en los estudios? A pesar de mi rebelión, quise participar con los Gen de un fin de semana de formación. Fui allá sólo para ver a mis amigos y no porque creía en aquello. El encuentro empezó con un video-discurso de Chiara Lubich, pero yo estaba tan enojado con Dios, que ni siquiera lo escuché ni tampoco quise dar mi aporte en la comunión que se hizo después. Mucho menos me interesé por lo que decían los demás. Mi mente vagaba por otros lares. Pensaba que Dios se había olvidado de mí, que nadie podía entenderme, que esos encuentros no servían para nada. Sin embargo, en un determinado momento, me impactó un chico que decía que en los momentos difíciles podemos dar esperanza a los demás valorando nuestro sufrimiento personal. Más aún, que es precisamente ensimismándonos con Jesús crucificado y abandonado que encontramos la fuerza de amar a los demás. Esas palabras me sonaron como un desafío. Me dije a mí mismo: si Jesús en la cruz se hubiera echado para atrás, ¿qué haríamos nosotros hoy? Desde ese momento encontré la fuerza para aceptar mi situación y la certeza de que Dios es amor aún cuando permite el sufrimiento. Y aunque el dolor de cabeza seguía, volví a encontrar la alegría de vivir. Por amor a mi hermana y a todos, trataba de donar alegría a mi alrededor. Gracias a las oraciones de muchos, hoy me siento mucho mejor y si no hay nuevas sorpresas, puedo decir que recuperé mi salud».