El vídeo sólo está disponible en idioma original y con la traducción en inglés y portugués. Recordando el 10° aniversario de la Declaración Conjunta de la Doctrina de la Justificación, firmada por la Iglesia Católica y por la Federación Luterana Mundial en Augusta el 31 de octubre de 1999, publicamos un mensaje que Chiara Lubich preparó para un encuentro ecuménico de los jóvenes. (…) La guerra divide a los hombres, es más, los aniquila; y el terrorismo acarrea daños inmensos, por rencor o por venganza, causados sobre todo por el desequilibrio que existe entre los Países ricos y los Países pobres. Por lo tanto es necesario más que nunca apuntar a la unidad y suscitar por todas partes la fraternidad que puede generar incluso la distribución de los bienes. ¿Pero cómo es posible encender en el mundo esa fraternidad que armonice la humanidad en una sola familia? Se puede, sin duda, descubriendo quién es Dios. Nosotros los cristianos creemos en Dios, sabemos que existe, pero si bien los vemos perfectísimo, omnisciente y omnipotente, a menudo lo pensamos lejos de nosotros, inaccesible, y por eso no tenemos una relación con El. San Juan evangelista nos dice quién es Dios. “Dios es Amor” (1 Jn 4,8), y por eso es Padre nuestro y de todos. Esta es una afirmación que, bien comprendida, cambia las cosas radicalmente. En efecto, si Dios es Amor y es Padre, quiere decir que está cerca de nosotros, de mí, de ti, de ustedes; los sigue a cada paso, se esconde detrás de todas las circunstancias de vuestra vida, ya sean alegres, tristes o indiferentes; conoce todo de ustedes, de nosotros. Lo demuestra, por ejemplo, una frase de Jesús: “Ustedes tienen contados todos sus cabellos” (Lc 12,7), contados por su amor, por el amor de un Padre. Por eso tenemos que estar seguros de que nos ama. Pero no es suficiente: debemos poner a Dios en el primer lugar de nuestro corazón, antes que nosotros mismos, antes que las cosas, antes que nuestros sueños, antes que nuestros parientes. Jesús lo dice claramente: “El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí” (Mt 10,37). Y aquí nace otra pregunta: si Dios es Amor, si es nuestro Padre, ¿qué actitud debemos asumir delante de El? Es lógico: si él es el Padre de todos nosotros, tenemos que comportarnos como hijos suyos y hermanos entre nosotros; prácticamente, vivir ese amor que es la síntesis del Evangelio, es decir, todo lo que el Cielo nos exige. (…) Chiara Lubich
Ser humildes
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