Sensible a los problemas sociales, el joven Paulo de Lisboa (Portugal) se topó con la pobreza y la degradación humana de los barrios pobres de la ciudad. No pudiendo tolerar esa desigualdad, decidió luchar con un grupo de extremistas, pero muy pronto descubrió que no todo lo que ellos postulaban era digno de ser compartido y, si bien siempre estuvo abierto en su búsqueda, con amargura se alejó de ellos. Cuando conoció a los jóvenes de los Focolares, descubrió que también ellos querían una revolución, pero era la del Evangelio, que te hace salir de ti mismo y de tu comodidad para ponerse al servicio de los demás. Fue un itinerario que condujo a Paulo a realizar una elección todavía más valiente: concluidos sus estudios de economía, se sintió llamado a dejar todo para hacerse discípulo de Jesús y, después de un periodo de formación, entró en la comunidad del focolar. En 1997 se traslada a África: primero a Nairobi y más tarde a Kinshasa. Paulo comparte con estos nuevos hermanos alegrías, sufrimientos, desafíos y entusiasmos, con el amor y la sabiduría que lo caracterizan y observado por los congoleses que aprecian profundamente su obra. Un día de fiesta ellos lo compararon con el colibrí, pájaro totem que simboliza la alegría de vivir, la simpatía, la capacidad de adaptación y de saber responder rápidamente a los estímulos, la resiliencia y la ligereza con que sabía sacudirse de encima la negatividad. Paulo, hombre-mundo, logra inculturarse tan bien con el pueblo africano, que se convirtió él mismo en un hijo de África. Y es como tal que los congoleses, al conocer su muerte imprevista (12.9.2016), quisieron saludarlo y honrarlo. En varios lugares de Congo se han celebrado misas, “dueil (luto)” y vigilias de oración, contemporáneamente con los funerales en Portugal. «Queríamos testimoniar todo lo que Paulo nos ha enseñado con su vida –escriben desde Kinshasa – por eso, después de la misa celebrada en varios puntos del Congo, en el week end ya no se ha seguido llorando por Paulo, sino que se le ha festejado con misas de acción de gracias y presentando testimonios sobre él. Y así como la tradición y la cultura congolesas piden, lo hemos despedido también con danzas, con una bebida típica y con un pequeño dulce. En Kinshasa la ceremonia se organizó en el terreno de la escuela Petite Flamme (Llamita), una obra social a la que también Paulo dio un gran aporte. Después, muchos testimonios sobre él y una ceremonia tradicional que lo condujo simbólicamente ante los antepasados, a los ancestros, haciendo una fosa en el terreno – que normalmente se escava delante del salón de la casa del difunto – en la cual se echa vino de palma mientras se pronuncian estas palabras: ” (…) Aquí estamos para darte las gracias por el tiempo que hemos pasado juntos. Y dado que tú has vivido según las enseñanzas de los antepasados, nuestro clan te toma como modelo. Te prometemos vivir como has vivido tú. Sabemos que has llegado a la aldea de los antepasados. Ahora te pedimos que vengas a compartir con nosotros este vino de palma, como símbolo de nuestros hermosos recuerdos; te saludamos y te pedimos que saludes también a todos los nuestros que están contigo en la aldea de los antepasados (…)”». «¿Cómo es posible no sentir en estas palabras – subrayan los focolarinos del Congo – la expresión de una sabiduría antigua que recuerda la comunión de los santos que une tierra y cielo, y el amor que sigue uniéndonos también más allá de la muerte? Paulo se inculturó tan profundamente con los congoleses, que su extremo saludo quisieron que fuera expresión de las antiguas tradiciones y del Evangelio. En ellos ha prevalecido el amor, también considerando que no han hecho caso de los miedos ancestrales que atribuyen la muerte inesperada de un hombre, en el pleno vigor de su existencia, a las fuerzas maléficas, movidas por alguien que es su enemigo, un culpable del que hay que vengarse sin falta». Significativa la expresión de una pareja: «Con tu llegada allá arriba, sentimos que no nos hemos empobrecido, al contrario, nos hemos vuelto más fuertes. Has estado realmente a nuestro lado, un verdadero apóstol de la unidad, un gran buscador de Dios que sabía dónde encontrarlo: en el hermano».
Confiar en Dios
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