“En Jesús Abandonado se manifiesta el infinito amor de Dios, que el Padre pone en el corazón de los creyentes para realizar desde ahora su designio sobre la Humanidad: la unidad. Amar a Jesús Abandonado significa, entonces, revivir en nosotros mismos su Pascua, el paso continuo, para nosotros que aún estamos en camino, de la muerte a la vida, de la ausencia de Dios a su presencia, que caracteriza la existencia cristiana. No se trata de resignarse o de querer sufrir como Jesús sufrió, sino más bien de recorrer el camino que Él nos abrió y de reconocer – más allá de las apariencias – su presencia activa en todo lo que no es Dios en nosotros y a nuestro alrededor. Es decir sí a Él y como Él, para que el Espíritu Santo pueda irrumpir en nuestra nada, deseada, y extender el don del ágape divino que nos abre a la vida futura, eterna, y nos hace partícipes de ella. Jesús Abandonado, al mismo tiempo, nos hace ir al encuentro de la Humanidad, precisamente allí donde mayormente sufre y vive en la oscuridad. Jesús Abandonado abrazado y amado pone, así, amor donde hay odio, vida donde hay muerte, comunión y unidad donde hay división. Amar a Jesús Abandonado es, por tanto, esperanza contra toda esperanza, cercanía de Dios donde Dios está ausente, presencia de Dios donde está el silencio de Dios. Y esta esperanza es certeza de un mundo y de una historia humana que no se cierran en sí mismas, sino que se abren al encuentro siempre nuevo con Dios y, en Él, se abren al encuentro siempre nuevo con los hombres entre sí, en una comunión fraterna de dimensiones realmente universales”. De Pasquale Foresi – LUCE CHE SI INCARNA – Città Nuova 2014 pp. 172-3
Hacer sentir la cercanía
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