Ciudadelas, pequeñas ciudades. Bosquejos de sociedad, de intercambio entre generaciones, realidades productivas, escuelas, oficinas, tiendas, lugares de arte. Pero… sobre todo. Ciudadelas en las que la primera regla, base de la convivencia, es el amor recíproco entre todos sus habitantes. No es por nada que una de las ciudadelas del movimiento de los Focolares, la de Tailandia, se llama “Regla de oro”. Es la norma que está presente en todas las culturas y credos religiosos: haz a los demás lo que quieras que te hagan a ti. Son por lo tanto “ciudades sobre el monte”, “ciudades escuela”, “ciudades futuro”, ciudades “ideales”, pero reales, a las que se puede mirar como a ejemplos concretos y tangibles de una sociedad sana, sin rivalidades, competencias, guerras, ilegalidad, odio. Encarnaciones de un sueño, del ideal de un mundo unido, “suspensiones luminosas” de una humanidad que mira hacia un futuro de paz. ¿Utópico? No parece serlo, pasando por los corredores del Centro internacional de Castel Gandolfo (Roma), donde durante una semana, del 5 al 12 de febrero, se dio cita una heterogénea representación de los habitantes (un centenar entre jóvenes y adultos) de estas pequeñas, pero significativas realidades “ciudadanas” para su primer encuentro internacional. Veinticinco ciudadelas (da ganas de decir ciudades-bellas) que comparten. Realidades con una personalidad definida, cada una con su propia historia, calada en un contexto social, con un número variable de habitantes y estructuras, con desarrollos y desafíos que no se pueden replicar de un lugar a otro. Pero todas mancomunadas por una misma chispa inspiradora, por un idéntico filamento de “ADN” que las convierte en lugares de testimonio, en los que se puede palpar cómo sería el mundo si viviera el Evangelio, donde “lo invisible”, la presencia de Dios, se vuelve realidad. Sin olvidar temas como la administración, la organización, la sostenibilidad económica, la relación con el territorio circundante y el futuro hacia dónde dirigirse. Las presentaciones son como una vuelta al mundo: de México (El Diamante) a Filipinas (Paz), de Camerún (Fontem) a Irlanda (a 40 km de Dublin), de Alemania (Ottmaring) a Croacia (Faro), de Estados Unidos (Hyde Park) a Italia (Loppiano). Juntas forman una red en el mapamundi. Clara Zanolini y Vit Valtr, quienes son el punto de referencia para todas las ciudadelas de los Focolares, concluyendo la semana subrayan: «Un elemento fundamental es que el camino para llevar adelante hoy las Ciudadelas es esta forma ensanchada de responsabilidad (…). No existe un cliché: cada una es completa en sí, con su propia fisionomía. Y aunque en muchas no hay muchas estructuras, o escuelas, o empresitas, lo que les da valor es la presencia de Jesús entre sus habitantes». Característica emergente es la creciente osmosis con el territorio circundante, tanto del punto de vista profesional (como el proyecto “Preset-Participation, Resilience and Employability through Sustainability, Entrepreneurship and Training” en la Ciudadela Lia Brunet, en Argentina), que del humano y espiritual (notable la contribución al diálogo ecuménico e interreligioso). Determinante el papel de los jóvenes, especialmente en algunas experiencias de gerencia innovadora (como en Marienkron, Holanda). ¿Cuáles son las perspectivas, al finalizar una semana tan intensa y fecunda? Siempre Clara y Vit: «Volver a partir desde el deber ser de las Mariápolis (ciudad de María) permanentes, y dar un testimonio específico, el de la Obra de María en su unidad», actuando el diálogo correspondiente al propio contexto, ecuménico, interreligioso, con cada persona de buena voluntad. «Además existe la exigencia unánime de crear una red: una ciudadela en sintonía con las demás y en sinergia con la respectiva zona. La experiencia vivida en estos días dice lo importante que es la reciprocidad, cuánto la experiencia de una puede ser una ayuda para las demás, dando a menudo un impulso importante para encontrar un camino de solución a una dificultad». Por lo tanto no se trata de una utopía, un lugar existe. Más aún, son ya veinticinco.
Hacer sentir la cercanía
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