Lionello nació el 10 de octubre de 1925, en Parma (Italia), en una familia acomodada de la que recibió una educación basada en la honestidad y la autenticidad. Cursó el bachillerato en los años marcados por la segunda guerra mundial, en los que advirtió un especial atractivo hacia los problemas sociales y civiles. En 1943 se inscribió en la facultad de Jurisprudencia y se graduó en 1947 con la máxima puntuación y “cum laude”, después de un periodo de pausa que pasó en la cárcel por haber apoyado el movimiento partisano. Después de la guerra se empeñó en las actividades formativas y culturales de la FUCI (Federación Universitaria Católica Italiana) y en las actividades políticas de la Democracia Cristiana, sin descuidar la asistencia a los pobres a través de la Conferencia de S. Vicente. Sin embargo temía aburguesarse. Adhirió por tanto a una iniciativa que reunía a jóvenes deseosos de ahondar espiritualmente en la luz del Evangelio. Allí se enteró de la existencia de la espiritualidad de la unidad de Chiara Lubich y, en enero de 1950, se encontró con Ginetta Calliari, una de las primeras focolarinas. «Ella nos habló de forma muy simple, pero con gran convicción. (…) El cristianismo que exponía era tan fresco y fascinante que me parecía casi escuchar por primera vez qué era el cristianismo mismo», recuerda. Junto a este crecimiento espiritual sigue también el profesional: llegó a ser el magistrado más joven de Italia. En 1953 participó en la Mariápolis de verano, en la que se profundizaba la espiritualidad de la unidad. Encontró a Chiara Lubich, Pasquale Foresi e Igino Giordani. Fueron días que marcaron por siempre su vida. Así los recuerda: «Esa convivencia, aun siendo de dimensiones reducidas, era completa: había vírgenes y casados, sacerdotes y obreros. Podía ser un modelo para la sociedad entera, porque contenía una ley de valor universal. Vi en ese “cuerpo” de personas unidas en Cristo, si bien pobre de medios materiales, aun compuesto por personas no faltas de defectos e ingenuidades, un organismo en el que el Señor había depositado una luz, una ley, una riqueza destinadas a difundirse en todo el mundo (…)». En esa ocasión decidió seguir a Dios en el focolar. En 1961 dio un paso que causó sensación: dejó la profesión (mientras tanto había sido nombrado Sustituto Procurador de la Magistratura en Parma) para dedicarse por completo al Movimiento. El semanal “Gente” publicó un artículo sobre este Magistrado que «había dejado la toga por la Biblia». En 1962 recibió el «Premio de la bondad» de la Región Emilia (Norte de Italia). Luego Lionello estuvo en Roma, en la primera escuela internacional de Grottaferrata, después en Turín y finalmente llegó a la ciudadela de Loppiano en 1965 donde, por 15 años, dictó clases a los jóvenes focolarinos y dedicó todo si mismo al desarrollo de la ciudadela naciente con “el amor recíproco como ley fundamental”. Fue ordenado sacerdote en 1973 y para él esto consistía en «estar al servicio del carisma, ser una trasparencia de amor, ser “más Jesús” para los demás». En 1981 cubrió varios cargos en el centro del Movimiento en Rocca di Papa. Después de la licencia en Teología y Derecho Canónico, se volvió un experto de asociaciones laicales, desarrollando un trabajo precioso como consultor para la formulación de los Estatutos del Movimiento de los Focolares (Obra de María), en contacto con los mejores canonistas de la Santa Sede. En el último verano, en 1986, le diagnosticaron un tumor y a menudo le volvían a la mente y al corazón algunos pensamientos de Chiara Lubich, especialmente uno sobre María: «Es toda bella la oración del Ave María en cada expresión suya, pero hoy yo quisiera sugerir de subrayar con el corazón de forma especial ese doble pedido: “Ruega por nosotros pecadores ahora” y “en la hora de nuestra muerte”, para que María nos asista con su intercesión ante Dios en cada nuestro momento presente y para que en ese momento importante, que es la muerte, esté presente a nuestro lado de manera especial». Murió al improviso el 11 de octubre. Hay quien lo definió como el “hombre de las bienaventuranzas”, porque precisamente en ellas lo encontramos reflejado: en la pureza de corazón, en la mansedumbre, en la misericordia, en la paz, en el hambre y sed de justicia. De hecho, la frase del Evangelio que orientó su vida fue: “Buscad primero el reino y su justicia, y todo eso se os dará por añadidura” (Mt 6, 33).
Ser madres/padres de todos
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