Discurso del Papa Francisco

 
Pronunciado el 26 de septiembre en la Sala Clementina ante la Asamblea General del Movimiento de los Focolares.

web_20140926AssembleaFocolari_GNuzzolo_50 Queridos hermanos y hermanas:

Saludo a todos los que formáis la Asamblea General de la Obra de María y queréis vivirla plenamente insertados en el «hoy» de la Iglesia. Saludo de especial manera a María Voce, que ha sido ratificada como presidenta durante otro sexenio. Dándole las gracias por las palabras que me ha dirigido también en vuestro nombre, formulo a ella y a sus más estrechos colaboradores mis cordiales deseos de una provechosa labor al servicio del Movimiento, que durante estos años ha ido creciendo y enriqueciéndose con nuevas obras y actividades, incluso en la Curia Romana.

Cincuenta años después del Concilio, la Iglesia está llamada a recorrer una etapa de la evangelización dando testimonio de que Dios ama a toda persona humana, empezando por los más pobres y los excluidos, y para fomentar con la esperanza, la fraternidad y la alegría el camino de la humanidad hacia la unidad.

web_20140926AssembleaFocolari_GNuzzolo_40La Obra de María –de todos conocida con el nombre de Movimiento de los Focolares– nació en el seno de la Iglesia católica a partir de una pequeña semilla que con el paso de los años ha dado vida a un árbol que ahora extiende sus ramas por todas las expresiones de la familia cristiana e incluso entre miembros de las diferentes religiones y entre muchos que cultivan la justicia y la solidaridad junto con la búsqueda de la verdad. Esta Obra surgió de un don del Espíritu Santo –¡sin duda!–, el carisma de la unidad, que el Padre quiere dar a la Iglesia y al mundo para contribuir a realizar con incisividad y profecía la oración de Jesús: «Para que todos sean uno» (Jn 17, 21).

Nuestro pensamiento va con gran afecto y gratitud a Chiara Lubich, testigo extraordinaria de este don, quien durante su fecunda existencia llevó el perfume de Jesús a tantas situaciones humanas y a tantas partes del mundo. Fiel al carisma del que nació y del que se alimenta, el Movimiento de los Focolares se encuentra hoy ante la misma tarea que aguarda a toda la Iglesia: aportar con responsabilidad y creatividad su peculiar aportación a esta nueva época de la evangelización. La creatividad es importante: no se puede seguir adelante sin ella. ¡Es importante! Y en este contexto quisiera transmitir tres palabras a los que pertenecéis al Movimiento de los Focolares y a quienes, de diferentes maneras, comparten su espíritu y sus ideales: contemplar, salir y hacer escuela.

Ante todo, contemplar. Hoy más que ayer necesitamos contemplar a Dios y las maravillas de su amor, morar en él, que en Jesús vino a plantar su tienda entre nosotros (cf. Jn 1, 14). Contemplar significa, además, vivir en compañía de los hermanos y las hermanas, partir con ellos el Pan de la comunión y de la fraternidad, traspasar juntos la puerta (cf. Jn 10, 9) que nos introduce en el seno del Padre (cf. Jn 1, 18), porque «la contemplación que deja fuera a los demás es un engaño» (Evangelii gaudium, n. 281). Es narcisismo.

web_20140926AssembleaFocolari_GNuzzolo_60Inspirada por Dios y en respuesta a los signos de los tiempos, Chiara Lubich escribía: «Este es el gran atractivo del tiempo moderno: penetrar en la contemplación más elevada y permanecer mezclado con todos, hombre entre los hombre» (Escritos espirituales 1, 27). Para realizar esto es necesario dilatar la propia interioridad a la medida de Jesús y del don de su Espíritu, hacer de la contemplación la condición indispensable para una presencia solidaria y una acción eficaz, auténticamente libre y pura.

Os animo a manteneros fieles a este ideal de contemplación, a perseverar en la búsqueda de la unión con Dios y en el amor mutuo con los hermanos y hermanas, abrevándo de la Palabra de Dios y de la Tradición de la Iglesia, de este anhelo de comunión y de unidad que el Espíritu Santo ha suscitado para nuestro tiempo. ¡Y regalad a todos este tesoro!

La segunda palabra, muy importante porque expresa el movimiento de la evangelización, es salir. Salir como Jesús salió del seno del Padre para anunciar la palabra del amor a todos, hasta entregarse por entero a sí mismo en el madero de la cruz. Debemos aprender de él, de Jesús, «la dinámica del éxodo y del don, del salir de sí, del caminar y sembrar siempre de nuevo, siempre más allá» (Evangelii gaudium, n. 21), para comunicar a todos generosamente el amor de Dios, con respeto y como nos enseña el Evangelio: «Gratis habéis recibido, dad gratis» (Mt 10, 8). Este sentido de la gratuidad: porque la Redención se hizo en la gratuidad. El perdón de los pecados no puede «pagarse». ¡Lo «pagó» Cristo una vez, por todos! La gratuidad de la Redención hemos de realizarla con los hermanos y las hermanas. Dar con gratuidad, gratis, lo que hemos recibido. Y la gratuidad va de la mano de la creatividad: las dos caminan juntas.

Para hacer esto hay que convertirse en expertos en ese arte que se llama «diálogo» y que no se aprende sin esfuerzo. ¡No podemos conformarnos con medidas tímidas; no podemos demorarnos, sino, al contrario, con la ayuda de Dios, apuntar alto y dilatar la mirada! Y para hacer esto debemos salir con valentía «hacia él, fuera del campamento, cargados con su oprobio» (Heb 13, 13). Él nos espera en las tribulaciones y en los gemidos de nuestros hermanos, en las llagas de la sociedad y en los interrogantes de la cultura de nuestro tiempo. Ante una Iglesia, ante una humanidad con tantas heridas –heridas morales, heridas existenciales, heridas de guerra– que percibimos todos los días, le hace a uno daño al corazón ver cómo los cristianos empiezan a hacer «bizantinismos» filosóficos, teológicos, espirituales. Se necesita, por el contrario, una espiritualidad del salir. Salir con esta espiritualidad: no encerrarse dentro con cuatro vueltas de llave. Esto no vale. ¡Esto es «bizantinismo»! Hoy en día no tenemos derecho a la reflexión «bizantinista». ¡Tenemos que salir! Porque –lo he dicho otras veces– la Iglesia se asemeja a un hospital de sangre. Y cuando uno acude a un hospital de sangre, lo primero que tiene que hacer es curar las heridas, no medir la dosificación del colesterol… eso vendrá luego… ¿Queda claro?

1_0_827615Y, por último, la tercera palabra: hacer escuela. San Juan Pablo II, en la Carta apostólica Novo millennio ineunte, invitó a toda la Iglesia a convertirse en «la casa y la escuela de la comunión» (cf. n. 43), y vosotros habéis tomado en serio esta consigna. Hay que formar, como exige el Evangelio, hombres y mujeres nuevos, y para este fin se necesita una escuela de humanidad a la medida de la humanidad de Jesús. Él es, en efecto, el Hombre nuevo al que en todo tiempo los jóvenes pueden mirar, del que pueden enamorarse, cuyo camino pueden seguir para hacer frente a los retos que tenemos delante. Sin una labor adecuada de formación de las nuevas generaciones, resulta ilusorio pensar en poder realizar un proyecto serio y duradero al servicio de una nueva humanidad.

Chiara Lubich acuñó, en su día, una expresión que sigue siendo muy actual: hoy –decía– hay que formar «hombres-mundo», hombres y mujeres con el alma, el corazón, la mente de Jesús y capaces, por ello, de reconocer y de interpretar las necesidades, las preocupaciones y las esperanzas que abriga cada corazón humano.

Queridas hermanas y queridos hermanos, os deseo que esta Asamblea vuestra produzca abundantes frutos; y os doy las gracias por vuestra generosa entrega. Que María, nuestra Madre, os ayude a caminar siempre con confianza, con valentía y con perseverancia, con creatividad, gratuitamente y en comunión con toda la Iglesia, por senderos de luz y de vida trazados por el Espíritu Santo. Os bendigo y, por favor, os pido que recéis por mí, porque lo necesito. ¡Gracias!

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