M Àngels Capellas es maestra de vocación, la sexta de siete hermanos y madre de dos hijos. Conoció el Movimiento de los Focolares en su ciudad natal, Barcelona, con siete años. En ella es vital el diálogo con personas de convicciones no religiosas. En esta entrevista cuenta cómo lo vive y cómo le cambia cada día.
– ¿Cómo conociste el Movimiento?
Cuando mis padres empezaron a participar de la espiritualidad con un grupo de familias y nosotros, los hijos, en diferentes grupos según la edad. Gradualmente me he ido involucrando en la vida de esta comunidad de los Focolares que, con su espiritualidad, me propone vivir por la fraternidad y por la unidad y a lo que me siento llamada a contribuir con mi vida.
– ¿Pasó algo en tu vida que te hizo conocer e implicar en el diálogo con personas de otras convicciones?
Chiara siempre nos ha dicho que la unidad la tenemos que construir con todos, independientemente de sus convicciones. En mi vida he tratado de amar a todos los que me encontraba, también a los que manifiestamente eran no creyentes. En general, fuera de las personas del Movimiento, entre nosotros no hablábamos de nuestras creencias, ni de aquello que nos mueve en la vida; por lo tanto, no había diálogo entre nosotros. Con el tiempo conocí a Jordi, mi marido. Conocerlo a él, no creyente, y proyectar juntos una familia, nos hizo entablar un dialogo profundo en el que nos descubríamos en los valores compartidos y me obligaba, por primera vez, a dar razón de mi fe. Recuerdo esta época como un aprendizaje en el diálogo.
– ¿Qué te ha aportado esto a lo largo de tu vida?
He descubierto que los cristianos no tenemos la exclusiva del amor. Gracias a nuestra relación, nos han invitado a participar a encuentros con personas de convicciones diversas (creyentes y no creyentes). Esto me ha permitido conocer a otras personas que, como Jordi, no tienen un referente religioso, pero que tratan de darse a los demás, de amar, de vivir la espiritualidad de los Focolares y construir espacios de fraternidad allí donde se encuentran. Con ellos he aprendido muchísimo y, sin renunciar a mis convicciones, me ha servido para abrir la mente y el corazón. Además, con su forma de vivir, su coherencia y compromiso, me ayudan a vivir mi cristianismo con la misma radicalidad que veo que ellos tienen.
– Participaste como invitada en la Asamblea General, ¿cómo fue tu experiencia?
La Asamblea General se realiza cada 6 años para renovar responsabilidades y encontrar juntos el camino y las orientaciones que el Movimiento debería seguir en los próximos 6 años. Para que la Asamblea sea el máximo de representativa de las diferentes realidades presentes en el Movimiento, además de las personas que los diferentes ámbitos eligen para que les representen, la Presidenta invita a algunos representantes que no podrían asistir debido a que su ámbito no participa de este proceso de elección. Este sería el caso de las personas no creyentes, entre otras. Esta participación a la Asamblea permite poder escuchar la voz de todos los miembros del Movimiento. A esta Asamblea, se nos invitó a Jordi y a mi a participar. Mi sorpresa fue grande ya que me parecía que en mi lugar debería haber participado un no creyente, pero enseguida me di cuenta de que mis aportaciones debían tener esa visión no religiosa para poder representar bien a estos amigos nuestros que, sabiendo de nuestra participación, habían confiado en nosotros.
He visto un Movimiento en el que, al tener todos cabida, es muy rico en visiones, sensibilidades, inquietudes, maneras de trabajar y de pensar. Me he dado cuenta, y quizás esto es una consecuencia de años de diálogo, de que tengo que adecuar mi paso al ritmo de los demás, sin imponer, sin pretender que los demás vean las cosas que yo veo y cuando yo las veo, sino dar el tiempo necesario a cada uno para avanzar juntos con más firmeza. Esta postura, además, me da el tiempo para valorar sus modos de ver y dejarme interpelar por ellos.
Me he dado cuenta de que el diálogo es una herramienta muy valiosa para construir la unidad y en esta Asamblea se ha puesto de manifiesto en sus conclusiones, con una apuesta por el diálogo en todos sus matices, como un método para acercarnos a quien tenemos al lado.
– Tras la Asamblea General, se están desarrollando otras. De esta manera, se está configurando el Consejo General de los Focolares. Tú has sido elegida por la Presidenta junto a Ferdinando Garetto para representar el Diálogo entre personas de convicciones no religiosas. ¿Cuál fue tu reacción al conocer esta elección?
¿La verdad? No daba crédito a la noticia. Me parecía imposible que se hubiese pensado en mí, sobre todo por la novedad que supone en el Movimiento. Fruto de esta elección, he vivido momentos de unión con Dios muy profundos, de discernimiento, en los que he experimentado mi pequeñez para un encargo de este tipo. Recordaba con fuerza las palabras de María al ángel en la anunciación. ¿Cómo será? Yo me preguntaba lo mismo: ¿Cómo lo haré? Sentía toda mi humanidad e inadecuación. Pero como María, quería fiarme solo de Dios sabiendo que para Él nada es imposible. Vivo esta responsabilidad confiada en Él y sobre todo se me pasan todos los miedos cuando recuerdo que no soy yo quien tiene que hacer las cosas sino Él a través de nosotros y entre nosotros.
Como alguien me hizo notar, la Asamblea me ha preparado para este encargo que he acogido con un sí a Dios y al Movimiento.
– ¿Cómo funciona el Consejo General y cuál es o piensas que puede ser tu aportación dentro del mismo?
El Consejo General es una representación de todas las realidades presentes en el Movimiento y nuestra función es ayudar a la Presidenta en la toma de decisiones para encontrar juntos el mejor modo de llevar adelante el mandato y orientaciones que se han dado en la Asamblea.
Se da la novedad de que algunas personas que formamos parte del Consejo General no nos trasladaremos al Centro del Movimiento (ubicado cerca de Roma) para ejercer nuestra función, sino que lo haremos desde nuestro lugar habitual de residencia. Ello permite tener y aportar una visión más global de la vida del Movimiento, ya que seguimos injertados en nuestra comunidad local y en la vida del territorio; y viceversa: podemos aportar allí donde estamos, la visión del Centro.
En el Consejo queremos que el Pacto de amor recíproco[1] entre nosotros sea la base de cualquier acción. Este Pacto me da la libertad de poder expresar una idea, opinión… Experimentando además que, aunque vaya al Consejo con alguna idea previa sobre un determinado argumento, el amor hace escuchar las propuestas del otro como si fuesen propias, y me he encontrado al terminar con una opinión personal modificada precisamente como fruto de esta escucha. He visto con sorpresa que mis intervenciones incluyen reflexiones que son fruto de esta escucha y que previamente no me hubiesen pasado por la cabeza y que además son compartidas por otros, de modo que uno hace de altavoz de otro.
Mi aportación junto con la de Ferdinando, representantes del diálogo con personas de convicciones no religiosas, será la de ayudar a todos a que esta realidad esté más presente en nuestras manifestaciones, encuentros,… a poner en evidencia el patrimonio que existe en el Movimiento con la presencia de personas no creyentes que viven la misma espiritualidad que los otros miembros creyentes, con sus categorías pero con la misma radicalidad y el mismo amor por el Movimiento y por Chiara.
Como en el Consejo estamos representados todos los diálogos (con la propia Iglesia, ecuménico, con personas de otras religiones, con la cultura) pensamos que es una buena ocasión para trabajar juntos en diferentes acciones creando sinergias entre nosotros. Estamos convencidos de que el diálogo es un camino para todos que nos acerca a la fraternidad y a la unidad; y nuestra aportación es precisamente encontrar y ofrecer herramientas de diálogo para ayudar a que esto sea posible.
[1] El pacto de amor recíproco es un pacto habitual entre los miembros de los Focolares. La fundadora, Chiara Lubich, lo explica así: “Decíamos que Jesús, como un emigrante, nos trajo de su patria sus usos y costumbres. Dándonos su mandamiento trajo a la tierra la ley del Cielo, que es el amor entre las tres personas de la Santísima Trinidad. Nos miramos a los ojos y dijimos: ‘Yo estoy dispuesta a morir por ti’. ‘Yo por ti’. Todas por cada una. Y si estábamos dispuestas a dar la vida la una por la otra, era lógico que, mientras tanto, era necesario responder a las mil exigencias que el amor fraterno requería: era necesario compartir las alegrías, los dolores, los pocos bienes, las experiencias espirituales. Nos esforzamos en vivir así para que el amor recíproco estuviera vivo entre nosotras, antes que cualquier otra cosa”.
Eealimentación
Gracias por esta entrevista y a M. Ángels por tus palabras que nos acercan a una realidad de diálogo vital, profundo y novedoso… Tenemos la suerte de que “esté” y de haya muchos “síes” como el tuyo.