“He encontrado un nuevo amigo: San Ignacio”

 
Chiara Lubich y su relación con San Ignacio de Loyola.

La fundadora de los Focolares en múltiples ocasiones a lo largo de su vida expresó su agradecimiento a los santos; santos con nombre y apellidos que Dios le puso cerca para alentar, iluminar y ayudar en el desarrollo y comprensión del carisma de la unidad[1].

En este año en que se celebra el quinto aniversario de la experiencia transformadora de San Ignacio de Loyola, ofrecemos unos fragmentos escritos por Chiara Lubich en torno a este gran santo. Y junto a ellos, un agradecimiento enorme a San Ignacio y a tantas personas que, tras él, han hecho posible que su carisma continúe estando vivo y ofreciendo tantos frutos a la humanidad.

El texto pertenece al libro Cristo a través de los siglos: El Evangelio encarnado por los santos, publicado por la Editorial Ciudad Nueva:

“Continúo leyendo –durante la meditación- los Ejercicios Espirituales de San Ignacio. Me da la impresión de que tengo un tesoro entre las manos. (…). Y es propio de nuestra espiritualidad, como a veces he dicho, aprender de los santos, hacernos hijos suyos, para participar de su carisma.

Es magnífico: de vez en cuando Dios nos hace descubrir un santo, experto en un determinado aspecto de la vida cristiana, para ayudarnos y subrayar con otra luz la vida que el Eterno ha pensado para nosotros y que se contempla en el Estatuto.

Así fue con la meditación cuando conocimos a Santa Teresa de Jesús.

De San Ignacio he aprendido cosas maravillosas.

Sus ejercicios espirituales son un auténtico método, inspirado por Dios, para llamar al recogimiento a todas las facultades del alma y hacer que se tomen para hora y para el futuro decisiones serias, adecuadas también para las almas más delicadas, a fin de que estén al servicio de Dios y se pongan en condiciones favorables al desarrollo de una santidad sólida.

Además ayer, en los pocos párrafos que leí, vi que gran importancia tenía para San Ignacio vivir el momento presente, que Santa Catalina de Génova llamaba el “momento de Dios”.

He aprendido que un método para hacer bien las prácticas de piedad es el darles el tiempo establecido y prolongarlo algunos minutos, cuando se nos ocurriera disminuirlo. Todo esto porque los que hacen las prácticas de piedad recortadas terminan por estar insatisfechos con ellas y tal vez descuidándolas. Mientras que, al prolongar un poco el tiempo, San Ignacio dice que nos habituamos “no sólo a vencer al adversario, sino a postrarlo”.

Durante los ejercicios, además, San Ignacio no quiere que se influya sobre las almas para escoger un estado o el otro, sino que se deje a Dios manifestar al alma su voluntad.

También nuestro Ideal enseña a comportarse así, con la indiferencia hacia el estado (virginidad o matrimonio, etc.), pero con todo celo para que las almas hagan bien la divina voluntad.

Finalmente, San Ignacio insiste en el desapego del propio trabajo o cargo, en el caso de que nos sintamos ligados a éste.

También nosotros, si vivimos nuestro espíritu, tendremos un gran amor sólo: Dios, y por Él todas las criaturas.

He encontrado, por lo tanto, un nuevo amigo: San Ignacio, que confirma mi vida y me ofrece a mí y a nosotros uno de los mejores frutos del don que ha recibido de Dios no sólo para sí, sino para muchos: los Ejercicios Espirituales.

Me doy cuenta de que Dios nos lo ha puesto al lado para que sea colocado entre los santos que debemos venerar como nuestros protectores: Santa Teresa, Santa Clara, San Francisco, San Benito, Santa Catalina,  San Juan Bosco y todos los que, a nuestro parecer se han ido acercando, poco a poco, a nuestra Obra para alentarla, iluminarla, ayudarla.


[1] El carisma y objeto del Movimiento de los Focolares es el de la unidad, que nace de las palabras de Jesús: “Padre, que todos sean uno”

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