Era un día temprano por la mañana y hacía frío. Iba rumbo a una farmacia, en Tegucigalpa, una de las ciudades más peligrosas en la actualidad.
Entré a un restaurante de comida rápida y veo a un señor mayor menesteroso, vistiendo una chaqueta andrajosa. Se me vino a la mente aquello de que “lo que hiciste al más pequeño, a mí me lo hiciste”.
Disculpe, le dije, hágame el favor de quitarse esa chaqueta, porque le voy a dar la mía.
El Señor, muy sorprendido, empezó a quitarse la chaqueta; y vi como debajo, tenía otra en muy buen estado.
Mire joven, le cuento que soy un profesor universitario ya retirado, lo que pasa es que a menudo debo de venir a traer algunas medicinas y para evitar los asaltos, me visto así.
Sin embargo le agradezco enormemente este gesto, venga, siéntese conmigo y compartamos un café.
Pues resulta que este agradable señor hasta había jugado futbol en mi país. Me dio su número de teléfono y dirección para que lo visitara.
Asi que amé y fui recompensado, no tuve que dar una de mis prendas favoritas, es el amor que va y vuelve.