Tal vez nada explique mejor la experiencia que las focolarinas hicieron desde el principio – es decir vivir, como enseguida aprendieron a decir, “con Jesús en medio de ellas” – como las palabras de los discípulos después del encuentro con el Señor resucitado en Emaús:

“¿No nos ardía el corazón cuando nos hablaba por el camino?” (Lc 24, 32). Jesús es siempre Jesús, y aunque sólo esté presente espiritualmente, cuando lo está explica las Escrituras y arde en el pecho la caridad de Cristo: la vida. Cuando lo hemos conocido, nos lleva a decir con infinita nostalgia: “Quédate con nosotros, Señor, porque anochece” (Lc 24, 29).

La experiencia de los discípulos de Emaús es esencial para quienes se refieren a la espiritualidad de la unidad. Porque nada tiene valor en el movimiento si no se busca y se obtiene la presencia prometida por Jesús entre los suyos – «Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18, 20) – una presencia que vivífica, que amplía los horizontes, que consuela y que estimula a la caridad y a la verdad.

Escribía Chiara: “Habiendo puesto en práctica el amor recíproco, sentimos en nuestra vida una nueva seguridad, una voluntad más decidida, una plenitud de vida. ¿Cómo era posible? Pronto resultó evidente: por este amor se realizaban entre nosotras las palabras de Jesús: “Donde están dos o tres reunidos en mi nombre [o sea, en mi amor], allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18, 20). Jesús, silenciosamente, se había introducido como hermano invisible en nuestro grupo. Y ahora la fuente del amor y de la luz estaba allí presente en medio de nosotras. Ya no quisimos perderlo. Y comprendíamos mejor lo que podía ser su presencia cuando, por una falta nuestra, la perdíamos.”

“Pero en aquellos momentos no tratábamos de volver al mundo que habíamos dejado: la experiencia de “Jesús en medio de nosotras” era demasiado fuerte para que nos atrajesen las vanidades del mundo, que su divina presencia había reducido a ínfimas proporciones. Más bien, igual que un náufrago se aferra a cualquier cosa para poder salvarse, también nosotras buscábamos cualquier método sugerido por el Evangelio para poder recomponer la unidad rota. Y así como dos troncos cruzados alimentan un fuego consumiéndose a sí mismos, de igual modo, si queríamos vivir con Jesús constantemente presente en medio de nosotras, era necesario vivir en cada momento todas las virtudes (paciencia, prudencia, mansedumbre, pobreza, pureza…) que se nos piden para que la unidad sobrenatural con los hermanos no decaiga. Comprendíamos que Jesús en medio de nosotras no era un estado adquirido de una vez para siempre, porque Jesús es vida, es dinamismo (…). ”

“Donde dos o más…»: cuando hemos puesto en práctica estas palabras divinas y misteriosas, con frecuencia nos han parecido maravillosas. Donde dos o más… y Jesús no especifica quién. Deja el anonimato. Donde dos o más… sean quienes sean: dos o más pecadores arrepentidos que se unen en su nombre; dos o más chicas, como éramos nosotras; dos de los cuales uno es mayor y el otro pequeño… Donde dos o más… Y al vivirlas, hemos visto caer barreras en todos los frentes. Donde dos o más… de patrias distintas: y caían los nacionalismos. Donde dos o más… de razas distintas: y caía el racismo. Donde dos o más… incluso entre personas que de por sí se han considerado siempre opuestas por cultura, clase, edad… Todos podían, o mejor, debían unirse en el nombre de Cristo (…).”

“Jesús en medio de nosotros: fue una experiencia formidable.  Su presencia premiaba sobreabundantemente cualquier sacrificio que hiciésemos, justificaba todos nuestros pasos por este camino, hacia él y por él, daba un sentido justo a las cosas y a las circunstancias, aliviaba los dolores, templaba la demasiada alegría. Y todo aquel de entre nosotros que, sin sutilezas ni razonamientos, creía en sus palabras con el encanto de un niño y las ponía en práctica, gozaba de este paraíso anticipado que es el reino de Dios en medio de los hombres unidos en su nombre.”

Hechos de vida

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