Carlos (Opus) Clariá

 
De “joven rico” a “niño del Evangelio” (2 de octubre 1940 - 9 de mayo 2009)
Con los jóvenes del Movimiento Gen
Con los jóvenes del Movimiento Gen

Gracias por todo lo que has hecho por toda la Obra”, con estas palabras Pasquale Foresi -co-fundador del Movimiento de los Focolares- agradecía a Carlos Clariá el día antes que dejase esta tierra.

Carlos nace en Argentina, es el segundo de una familia de 17 hermanos y hermanas. Desde pequeño es educado a compartir con los padres las responsabilidades de la numerosa familia, al punto de ser considerado “hermano-padre” por varios de los hermanos más jóvenes.

Dotado con muchos talentos, su futuro se presenta muy prometedor. Pero el encuentro, en 1963, con el ideal de la unidad, cambia radicalmente su vida. Cuenta: ¡Mi alma quedó profundamente sobrecogida!” Uno a uno mis ideales caían: el estudio, la familia, la política… Sólo quedaba en pie el amor que sentía por mi novia…”. De hecho con Marta nos estábamos preparando desde hacía ocho años para formar una familia cristiana. Recién graduado en Derecho con la nota más alta, medalla de oro incluida, en el ’65 parte para Loppiano, la naciente ciudadela de los Focolares, para aprender a vivir el Evangelio que lo fascinaba. Marta tomará la misma decisión.

Junto a Chiara Lubich
Junto a Chiara Lubich

Conforme la experiencia avanza, Dios se manifiesta con sus planes. Ambos se consagrarán personalmente a Él conviertiéndose en “apóstoles de la unidad”, decididos a construir la unidad de la familia humana. Carlos escribe a Chiara: “Me consagré a Jesús abandonado. Tú me dijiste que no me echara para atrás, y que esta elección tenía que ser la primera piedra de mi santificación. Con la ayuda de Dios y de María espero no quedarme con la primera”.

En 1968 inicia la nueva aventura en España, como responsable del Movimiento, junto con Margarita Bavosi – conocida como “Luminosa” – también ella argentina, y hoy sierva de Dios. Son años llenos de frutos espirituales y de crecimiento de los Focolares en esa tierra.

Del ’78 al ’96, está como responsable mundial del Movimiento Gen, acompaña a muchísimos jóvenes en su formación humana y espiritual. Quien estaba con él en ese período recuerda: “Carlos tenía un gran amor por los gen. Lograba crear enseguida una relación con ellos. Sabía valorarlos, percibía sus cualidades, sus talentos, su mejor lado. Los ayudaba a encarnar el Ideal de la unidad en sus distintos aspectos, en la esfera personal y en el compromiso ante la sociedad.

 Su característica era la capacidad de crear relaciones profundas, y no sólo con los jóvenes. Carlos se relacionaba de la misma manera con el vendedor de periódicos y con las grandes personalidades, ya fueran políticos, cardenales, reyes: había aprendido que en todos está Jesús.

De 1996 al 2000 lleva adelante con Claretta Dal Ri el diálogo de los Focolares con los amigos de otras convicciones, y del 2000 al 2008 el aspecto de la comunicación. Con los “amigos” se siente realmente a sus anchas. Uno de ellos, al enterarse de su muerte, escribió dirigiéndose directamente a él: “Querido amigo. Ante la noticia de tu partida no pude contener una gran conmoción. Recuerdo cuando nos dijiste con las palabras de un poeta que nosotros avanzábamos por un sendero que no existía, el camino lo hacíamos caminando. Muy pronto confiamos los unos en los otros. Teníamos tal confianza recíproca que nació una gran amistad. Te aseguro que seguiremos adelante sin traicionar nunca nuestro pacto de lealtad, confianza y amor”.

Con el Cardenal Karlic
Con el Cardenal Karlic

Chiara le había indicado a Carlos años atrás una frase del Evangelio de Juan que él trató de poner en práctica con tenacidad y lealtad: “Mi alimento es hacer la voluntad de Aquél que me ha mandado y realizar su obra” (Jn. 4,34). Y de allí se deriva el nombre “Opus” (Obra), con el que era conocido por muchos.

Consciente de su enfermedad, al inicio del 2009, cuando el mal empeora, se lanza en una nueva y extraordinaria escalada. A menudo repite: “¡El Espíritu Santo me sugiere continuamente que no pierda ni un segundo!”. El 9 de mayo de 2009, pocas horas antes de partir, casi susurrando, se despidió: ¡Gracias a todos los que me hicieron el bien en la vida. Siento sólo el Paraíso. Cantaré sólo gracias, como un niño del Evangelio. La vida auténtica es aquella. Dulce María, Madre mía, hazme resbalar en Jesús Abandonado; ayúdame en el momento en el que te encontraré Jesús, y entraré –por Su infinita misericordia- en el Seno del Padre. Sólo gracias. Cuando me presentaré a Ti, será ese mi nombre; somos Gracias, somos Gracias, somos Gracias”.

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