Elena A. Ortiz de Miranda

 
Obedecer a la voluntad de Dios (16 de noviembre de 1935 – 22 de diciembre de 1988)

Elena Miranda“Entrevista con el director de la cárcel. Ver con las voluntarias quién puede enseñar diversos trabajos a los internos…” Esta es una nota en su cuaderno-diario, donde encontramos también cartas a su familia, a Chiara, ideas para la catequesis en la Parroquia y también lo que la vida del Movimiento Parroquial significó para ella.

Se trata de Elena Miranda, voluntaria de Mendoza, casada, con cinco hijas, que desde hacía tres años se había trasladado a la zona de Buenos Aires.

Mientras recorro las páginas de sus apuntes, puedo verificar las palabras, los comentarios de todos aquellos que han compartido su vida: “Elena (decía una voluntaria) siempre ha tenido la casa abierta a todos, su corazón no se limitaba a su familia, hacía sentir a todos hermanos”. De hecho, Roberto Escudero hablaba siempre de la profunda relación que lo unía a Elena cuando él era un gen y trabajaban juntos. Ella preparaba comidas para vender y Roberto las repartía a los clientes. Él decía que cada almuerzo era un nuevo descubrimiento de cómo vivir el Ideal. Claudia (focolarina) decía que el motor de su vida era Jesús Abandonado.

Son muchísimos los testimonios de quienes compartieron con ella los primeros pasos, la gestación del Movimiento Parroquial.

Su vida de matrimonio fue bastante difícil; situación agravada por los escasos recursos económicos. En medio de un sentimiento de vacío en el que ni siquiera el dolor o los sacrificios parecían tener sentido, llegó la invitación a una charla para padrinos de bautismo, en 1974, donde se encontró con la espiritualidad de Chiara Lubich, el amor al prójimo, y lo más importante: Jesús abandonado.

Así hablaba ella misma de su encuentro con el Ideal: “Soy voluntaria y nací a la vida del Ideal en una Parroquia. Poco a poco el carisma ha cambiado mi vida y va encendiendo en mí la pasión por la Iglesia, en la cual desde entonces trato de volcar el amor que he recibido de la Obra. Viviendo el Ideal junto al sacerdote y algunos otros, se transforma toda la comunidad”.

Cada situación, cada prójimo, la llevó a descubrir a Jesús en su vida. Así escribió en su cuaderno: “El hermosísimo trabajo que Jesús hace, que está haciendo, trabajo de maestro y artesano, es incomparable, cuando se lo deja trabajar a gusto”.

Una carta de Eli -secretaria de la Lubich-, del 10 de julio de 1976.

“Queridísima Elena: Chiara me pidió que te agradeciera tu carta.

Estaba contenta de conocerte, a vos y a tu familia, y el deseo que tienen todos de ser una “familia nueva”, es decir una familia donde Dios esté en cada uno de ustedes y entra todos.

Chiara pensó como Palabra de Vida: “Ustedes le obedecerán en todo aquello que El les dirá” (Hech. 3, 22).

Escúchalo y verás que el momento presente se hará luminoso. Chiara te saluda de corazón.

Unidísimas, Eli”.

“Deseo, decía Elena, que también con mi sí a Jesús, la Parroquia sea la luz puesta sobre el monte, para la Gloria de Dios. Y quisiera transformar en cada momento de mi vida, el núcleo, la parroquia, en un focolar”.

En 1980 Ciudad Nueva publicó, con el título “Estaba prisionero y me han visitado” un largo artículo sobre el trabajo de Elena y su esposo en la cárcel de Mendoza. Es la misma vida de la Parroquia que la lleva hasta allí y así cuenta ella misma:

“En 1980, con motivo del Congreso Mariano en Mendoza, el capellán de la cárcel pidió a nuestro párroco que fuéramos a hablar con los detenidos porque veía importante preparar también a estas personas para el Congreso.

“La primera vez, visitamos solamente el sector de los hombres. Pero luego empezamos a ir también al de las mujeres. Les llevábamos nuestras experiencias, es decir, cómo tratábamos de vivir el Evangelio en la familia, en el trabajo, en la comunidad. El vice director de la prisión nos dijo después que los detenidos estaban muy contentos porque por primera vez se habían sentido tratados como seres humanos.

“Íbamos una vez al mes y les llevábamos la “Palabra de Vida”. Les leíamos el comentario y nos comprometíamos a vivirla juntos. Contábamos las experiencias y descubríamos que el secreto era ir para escuchar a cada uno, para estar con ellos.

“Una de las cosas más hermosas fue que (en el sector de mujeres) se pusieron a compartir la misma vida que nos empujaba a ir a verlas. No era más importante la experiencia que nosotros hacíamos yendo a visitarlas, sino que mucho más era la experiencia que ellas mismas hacían. Por ejemplo, se organizó un “ropero”, que nació como fruto del amor entre ellas.

“Fue algo que conmovió mucho a todos. Tanto, que los directivos les dieron una celda para que este funcionara. Ponían en común sus cosas y pedían a quienes las visitaban. Cuando llegaba algo, todas planchaban, cosían, arreglaban. Así, cuando ingresaba una nueva interna, al llegar aquel momento tan humillante de la llegada a la cárcel, después de varios días de detención e interrogatorios, sin poder lavarse, solamente con lo puesto, una celadora le pedía a una de las encargadas del ropero que la recibiera. Ellas le daban entonces lo necesario y se preocupaban por ayudarla.

“Esto era un fruto o una manifestación de la relación que existía entre ellas y era también un termómetro, porque advertían que cuando la caridad no existía, sistemáticamente no llegaba nada para el ropero y por lo tanto no podía funcionar.

“Cada experiencia estaba en la mente de Elena, Lalo, Sergio y sus amigos: un rostro determinado, un tiempo y un lugar preciso. Una vida que llegaba a la prisión para cumplir una pena, pero no por casualidad, sino porque allí la esperaba un encuentro con Dios que podía dar un nuevo rumbo a sus vidas”.

La vida de Elena fue caracterizada por la fidelidad a J.A. y así vivió cuando su esposo en 1986, después de 30 años de difícil vida matrimonial, se iba de su casa para vivir con otra persona. Llegaba para Elena el momento de la prueba. Amaba intensamente a su marido y su familia.

Es en este momento que se trasladó a La Plata, en la zona de Buenos Aires, con su hija más chica, ya que las otras cuatro estaban casadas. En medio de la oscuridad en la cual se encontraba toda su vida, Elena “volcó” su característico celo apostólico en los distintos encuentros de Palabra de Vida y ofreció su dolor por la nueva comunidad, en el núcleo en el cual se encontraba.

Le escribe a Chiara: “Amar con un amor nuevo, distinto, total, a este mi Jesús abandonado. Tantas veces amé a J.A. como una brasa que quema y se tira rápido. En cambio, hoy, quiero amarlo sin esperar que nada cambie, amar todo aquello que ésta situación significa. Todo mi pequeño mundo se derrumbó. Es ahora que mi amor a J.A. debe ser sin medias medidas, debe y quiere ser totalitario”.

En una de sus últimas cartas leemos:

“Estoy perpleja, sorprendida. Nunca había imaginado que la Voluntad de Dios, el hacerme santa (tomado tan superficialmente por mí) fuese algo tan grande, tan concreto, hasta destruirme, hasta quitarme todo, para llegar a la comunión completa con El”.

“Frente a la realidad de Chiara, que nos hacía hacer un examen de conciencia, sentí que debía recomenzar; renacer al mandamiento nuevo y a J.A., que no falta nunca a la cita de cada día, y decirle sí. Me di cuenta que Jesús me pedía que sea una voluntaria-popa, que es diferente a aquello que fui hasta ahora. Ser voluntaria plenamente, con totalitaridad, para que el designio de Dios se cumpla”.

Escribe en una nota: “Me doy cuenta con qué respeto debo mirar y amar a las otras voluntarias. Porque en cada una, en el momento presente, se está realizando el plan preciosísimo de Dios sobre ella”.

Más adelante escribe: “Hoy me he propuesto no descuidar mi tiempo (…) sobre el tren del Santo Viaje; prometo no descender jamás y ayudar al Eterno Padre a realizar su plan de amor sobre mí”.

(Colaboración de Susana Nuin)

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